A esta pregunta respondo con un rotundo no. La inteligencia depende de la personalidad al completo que se tenga. Si una persona, acostumbrada solo a moverse con conceptos, esto es, con esencias, como le sucede a los profesores y las profesoras, y carece, por consiguiente, de sentido práctico, entonces esa persona no es inteligente. En una de las últimas reuniones que celebramos en el Cekam, le dije a uno de mis colaboradores que iba a formularle una pregunta y que podía contestar con tres partes diferenciadas del cuerpo: con la cabeza, con el corazón o con el estómago. Yo esperaba que me respondiera con el estómago y me dijera: ¡Vete al carajo! No hubo manera. Solo sabe responder con la cabeza. Pues bien, ¿a qué llamo inteligente en este tema que les he presentado? Saber con qué parte del cuerpo hay que responder. En ocasiones un problema sencillo de entendimiento entre dos personas se convierte, porque de forma predominante solo se emplea la cabeza, en un problema enredado y complejo.
Les pongo otro ejemplo. Le pregunto al jefe de
compras de una empresa cuánto se han incrementado los costos este mes de
noviembre con respecto a noviembre de 2019. Se lo pregunto porque necesito
saber cuánto debo incrementar los precios a los clientes para compensar los
incrementos de los costos. El jefe de compra me pregunta si quiere que me lo
detalle por concepto, y me comenta que hay precios, como el de la electricidad,
que no sabe con exactitud cuánto se incrementará porque no han llegado las
facturas, que hay determinados proveedores que a su juicio han subido los
precios de manera injusta, y que no sabe si el teflonado de las bandejas
debemos hacerlo aquí en las islas o solicitar ese trabajo a una empresa en la
península, que hay que pensar que debemos comprar un nuevo furgón, y muchas
cosas más. ¿Cuál es el error del jefe de compras? ¿Por qué se comporta de
manera no inteligente? Por una sencilla razón: la mayor parte la información
que me proporciona no es pertinente para que el departamento comercial tome las
decisiones en materia de precios en el menor tiempo posible. Yo solo quiero
saber cuánto se han incrementado los costos. Y si algunos costos los desconozco
en su precisión, puedo dar datos aproximados. No me interesa saber el desglose
del incremento de costos por conceptos. Con respecto al costo del teflonado,
pues que me de los datos de la isla o de la península. Los costos derivados de
la compra de un nuevo furgón deben analizarse en otra cuenta de contabilidad.
Para comprar el furgón emplearemos un leasing o un renting. Y así con
muchísimos detalles más. Lo cierto es que lo único que tenía que decirme es lo
siguiente: los costos se han incrementado en 22.000 euros. Una vez tengo este
dato, puedo estudiar según las clases de clientes que tiene la empresa en
cuando debo y puedo incrementar los precios. Y después veré si me quedo corto y
cuánto del incremento de costos lo puedo compensar. Así que en este caso ser inteligente
implica poner en movimiento solamente la información pertinente. Lo demás es
una pérdida de tiempo, puesto que atrasa la toma de decisiones.
Pongamos un tercer ejemplo. Este ejemplo lo extraigo
del comentario a la introducción de Jason Zweig del libro de Benjamin Graham
que lleva por título El inversor inteligente. Estas son las palabras de
Zweig al respecto: “¿Qué quiere decir Graham con la expresión inversor
inteligente? Graham deja claro que este tipo de inteligencia no tiene nada
que ver con el coeficiente intelectual o las puntuaciones SAT (El SAT es el
examen de acceso a las universidades de Estados Unidos). Simplemente significa
tener la paciencia, la disciplina y la voluntad necesaria para aprender;
también es necesario controlar las emociones y pensar por uno mismo. Este
tipo de inteligencia, explica Graham, es más un rasgo del carácter que del
cerebro”. Yo diría que los rasgos que señala Graham para definir el inversor
inteligente son rasgos de la personalidad, puesto que a fin de cuentas el
carácter no es más que otro aspecto de la personalidad.
Hablemos de la paciencia. Su contrario es la
desesperación. La persona desesperada quiere que las cosas cambien rápidamente;
y en el saber ocurre que cuando no lo ve todo claro, también se desespera. No
sabe convivir con zonas oscuras. De todos modos, aunque seas una persona
paciente, no implica que en algunos momentos no puedas ser desesperado. La
clave aquí está en cuanto te dura la desesperación y hasta qué punto te
determina la desesperación. Tampoco debe confundirse la paciencia con dejarse
ir: no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Todas las virtudes, y entre
ellas está la paciencia, tienen muchos matices y no se dan en persona alguna de
forma absoluta. Con respecto a la disciplina se trata de cumplir de forma
regular con las normas y reglas, aunque no debe convertirse en una atadura que
limite la espontaneidad y el dejarse ir alguna que otra vez. Aquí les pondré un
ejemplo: una operaria tiene que hacer una tarea todos los lunes. Pero pasado
unos meses deja de hacerlo. Esto es un problema de indisciplina. Tal vez esta
indisciplina se deba a que ignora la importancia global de su tarea. Y con
respecto a la voluntad distingo entre la pequeña voluntad y la gran voluntad.
Hay personas que ocasionalmente aparentan estar dotados de una gran voluntad y
anuncia a los demás que su meta es producir grandes cambios. Estas personas hoy
aparentan tener una gran voluntad y procurar grandes cambios, y a los pocos
días están desinflados y desganados y abandonan las tareas que se trazaron. Yo
soy partidario de la pequeña voluntad, la que procura los pequeños cambios,
pero donde predomine la constancia. Por este camino siempre se llega más lejos.
Esto no implica que en algunas ocasiones las circunstancia nos exija poner en
acción la gran voluntad. Pero solo la personas que están acostumbradas a
ejercer la pequeña voluntad pueden en las ocasiones que lo exigen poner en
marcha la gran voluntad.
Hablemos ahora de las emociones. Todos hemos sentido
odio, rabia, ira y rechazo hacia determinadas personas. La clave aquí no está
en vivir esas emociones, sino cuánto te duran y cuánto determinan tu
comportamiento. Advierto que Graham nos habla de controlar las emociones, no de
eliminarlas. También se sienten emociones positivas: alegría, amor, entusiasmo.
Pero con estas emociones debemos seguir las mismas directrices que con las
emociones negativas: debemos controlarlas. Hay personas que se entusiasman en
exceso con las noticias positivas y se decepcionan en exceso con las noticias
negativas. Aquí debemos seguir la directriz de Aristóteles: lo conveniente
siempre es buscar el término medio.
Hablemos, por último, de pensar por uno mismo. No se
trata de pensar de forma independiente. Una parte de nuestras ideas e incluso sensibilidades
las hemos aprendido de otros. La cuestión aquí es que las ideas de los otros
las hagas tuyas. Tu tienes tu propio sistema conceptual y tu propio sistema
sensible que has elaborado a lo largo de tu historia personal. Así que las
ideas que te gustan, las ideas que tu consideras válidas, al igual que las
sensibilidades que consideres beneficiosas, debes integrarla en tu sistema
mental, que siempre incluye una parte conceptual y una parte sensible. Tampoco se trata de que tengas todas las
ideas claras y distintas, que todos tus juicios sean certeros y verdaderos, se
trata siempre de que pienses por ti mismo, aunque tu conciencia esté salpicada
de oscuridades y errores. Debes pensar que en tus ideas y conceptos siempre hay
un grado de verdad y ciertos grados de certeza. Fortalece tu yo. Se tú mismo. A todo esto, denomino pensar por
uno mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario