En la última lección de Hegel que estudiamos en el Cekam, me fijé en una categoría: el modo de aparecer. Es una distinción simple. Pero cuando intentamos desarrollar esta distinción simple, entramos en las complejidades. Jerónimo afirmó que él pretendía generalizar esa categoría más allá de cómo se da en el ser humano esa experiencia cognitiva. Más allá puede ser hasta el mundo animal. Pero puede ir más allá: hasta el mundo de las cosas. Jerónimo me confirmo que él quería generalizarla hasta el mundo de las cosas.
Aquí hay que pararse y andar con pies de plomo. Lo
he dicho muchas veces, pero lo vuelvo a repetir: hay que distinguir el nombre
del objeto del concepto del contenido del concepto. Y la clave está en el
contenido del concepto. Si no determinas con antelación cuál es el contenido
del concepto del que hablas, no podremos entendernos con rigor. La categoría
“aparecer” la tengo vinculada con Husserl. El aparecer lo presenta este
pensador como un rasgo de la percepción. En la percepción los objetos aparecen.
Así que, si Jerónimo pretende extender hasta el mundo de las cosas el concepto
“modo de aparecer”, habrá que modificar el contenido del concepto “aparecer”.
De manera que ya no tendremos el mismo concepto. Y si lo modificamos, habrá que
exponer cuál es el nuevo contenido. Y habrá que emplear algún modo
metalingüístico o puramente léxico para distinguir el modo de aparecer
vinculado a la percepción con el modo de aparecer que se aplica a las
relaciones entre cosas. Y después decidir si tiene sentido seguir manteniendo
el mismo nombre del objeto del concepto. Ya lo advertí antes: las distinciones
son inicialmente simples, pero cuando nos ponemos a desarrollar el contenido de
esas distinciones simples, sobrevienen las complejidades.
¿Hay, no obstante, algún fenómeno de la naturaleza
donde se dé relaciones entre cosas que mantenga cierta afinidad o parecido con
el concepto “aparecer”? Sí lo hay. Tenemos un plácido lago a los pies de una
montaña. Cuando miramos el lago, podemos ver reflejados la montaña, el cielo y
las nubes. Pero en este caso nos encontramos con una relación de reflejo. Donde
el lago hace de reflector; la montaña, el cielo y las nubes hacen de objeto
reflejado; y la montaña, el cielo y las nubes existiendo en el lago como puras
apariencias desempeñan el papel de imagen. Pero nunca podremos afirmar que al
lago le aparecen la montaña, el cielo y las nubes. Puesto que el lago no es un
animal dotado de sistema nervioso superior y, por consiguiente, no lleva a cabo
ningún acto perceptivo.
Cuando hacemos una fotografía de una catedral o de
una escultura, ahí tenemos un ejemplo de modo de aparecer. Ninguna fotografía
individual nos puede dar la totalidad del valor aparente de una catedral o de
una escultura. En la fotografía siempre habrá partes del objeto que no
aparecen. Sabemos que cuanto más nos alejamos del objeto fotografiado, más
pequeño aparece, pero más en conjunto puede verse; mientras que cuanto más nos
acercamos al objeto fotografiado, más grande aparece, pero menos en conjunto
puede verse. También sucede que cuanto más nos acercamos al objeto
fotografiado, más detalles aparecen; mientras que cuanto más nos alejamos,
menos detalles aparecen. Así que en lo que afecta al modo de aparecer, hay muchos
aspectos sobre los que reflexionar.
Si pensamos en los pintores del renacimiento,
observamos que, en sus cuadros, por muy lejos que esté el pintor del modelo,
aparecen los detalles que veríamos si estuviéramos cerca. En este caso
podríamos afirmar que el pintor acomoda o adapta el modo de aparecer al ser.
Teniendo en cuenta que la visión que tenemos del modelo de cerca figura como
ser, mientras que la visión que tenemos de lejos figura como aparecer. Advertí
de las complejidades. Y aquí las volvemos a encontrar.
Hablemos ahora de artistas que han pintado la misma
catedral que hemos fotografiado. Supongamos tres artistas que de forma sucesiva
se sitúan en el mismo punto espacial y sin apenas diferencia de tiempo para que
la luz no modifique la apariencia de la catedral. Podemos suponer que los tres
perciben la misma catedral y aprehenden el mismo contenido perceptivo. No
obstante, cuando observamos los tres cuadros notamos diferencias entre ellos.
No caeremos en el error de suponer que, aunque es una y la misma catedral, no
la perciben del mismo modo. Si la percepción la definimos como el aparecer del
objeto, debemos colegir que los tres perciben lo mismo. Entonces, ¿por qué hay
diferencias entre los tres cuadros? Porque no se trata de la percepción, sino
de la representación.
El caso extremo de suplantación de la percepción por
parte de la representación lo tenemos en Alonso Quijano. Veía un molino de
viento y se lo representaba como un gigante. En el caso de los cuadros debemos
afirmar que en los tres hay un núcleo que corresponde al contenido perceptivo,
pero el resto del cuadro corresponde a un contenido representado. Si bien en la
percepción el objeto viene dado, y de ahí que digamos que aparece, en la
representación el objeto lo pone el sujeto. Hegel diría que el cuadro es una
representación de una representación. Y así es: el pintor percibe la catedral y
después la transforma en una representación. Por último, representa su
representación de la catedral por medio de la pintura. Y cuando nosotros
miramos el cuadro o cada uno de los cuadros, la catedral representada aparece,
viene dada, puesto que nosotros la percibimos. Así que hay un pequeño retorno a
la percepción, pero con un cambio en la existencia de la catedral: en la
percepción de la catedral, ésta existe en cuerpo y apariencia, pero en el
cuadro ha perdido su cuerpo y solo existe como apariencia. Aunque la apariencia
de la catedral del cuadro dista mucho en su ser de la apariencia de la catedral
que existe en cuerpo y apariencia.
No sigo más. Solo quiero que observen lo siguiente:
hemos encontrado en un libro de Hegel la categoría “modo de aparecer”. En
verdad solo encontramos el nombre de un concepto. Es cierto que dicho nombre
nos aporta un poco de contenido conceptual. Pero desde que tratamos de
desarrollar esta idea simple, sobreviene la abrumadora complejidad. Y entonces
hay que andar con pies de plomo e ir poco a poco, para no errar, para no
suponer lo que a lo mejor no se da, y ahondamos así en el rigor lógico, que siempre
nos proporciona muchas alegrías. Esto que afirmo no impide que alguien libremente quiera especular,
que no es otra cosa que poner en marcha el discurso sin control riguroso sobre
si lo que se supone se da, y si lo que se dice lo hacemos con las categorías
que representan adecuadamente lo que se da.
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