Todo sustantivo, sean personas o cosas, es el conjunto de los atributos, adjetivos, predicados y accidentes que le correspondan. Si al sustantivo le restamos sus atributos, adjetivos, predicados y accidentes, el sustantivo queda reducido a cero. El lenguaje es muy engañoso. En su empleo habitual hay exageración y engaños. El lenguaje nunca termina por atrapar a la realidad tal cual es: siempre se quedan cosas y aspectos fuera o se ponen cosas que no se dan. De dos personas, la señora X y la señora Z, podemos decir: son estresadas. Hemos metido en el mismo conjunto a la señora X y a la señora Z con la nota común “estresadas”. Pero cuando hacemos esto, dejamos fuera del conjunto “estresado” el 95 por ciento del sustantivo de la señora X y el 95 por ciento del sustantivo de la señora Z. Y a lo mejor resulta que las diferencias sustantivas entre la señora X y la señora Z son abismales. Desde que adjetivamos con fines identificativos a dos personas, y esto lo hacemos muy a menudo, llevamos a cabo un proceso de abstracción donde dejamos muchas, pero muchas cosas atrás. Somos más dados a las abstracciones de lo que pensamos. Pero estamos habituados a emplear el lenguaje de esa manera. Así que en muchos casos el lenguaje es un engaño. Y los adjetivos son la herramienta fundamental de ese engaño. Deberíamos ser más prudentes en el uso del lenguaje.
Pero hay más. No solo
debemos afirmar que la señora X y la señora Z son estresadas, sino también
analizar el contenido que estresa a la señora X y el contenido que estresa a la
señora Z. La señora Z trabaja en el banco y emplea 40 minutos en elaborar una
hoja de reclamación de un producto financiero de un cliente. Ese día ha atendido
a diez personas, pero se siente muy estresada. Este es el caso de una persona
que se estresa con muy poco. La señora X, por el contrario, atiende durante
cuarenta minutos a cinco personas con problemas que exigen una solución
urgente. Hablamos de servicios que hay que realizar a una determinada hora:
servirle a un hotel o a un restaurante su mercancía. Tiene que llamar al
repartidor, pero el repartidor le comenta que está en una cola o que tiene
dificultades para aparcar. O puede suceder que la persona del almacén de la fábrica
encargada de servir la mercancía se despistó y no lo hizo, o hubo un error en
el comercial y no entregó la nota de pedido. De manera que la señora X durante
esos 40 minutos tuvo que realizar cinco o seis tareas de gestión y todas
acuciadas por el reloj y sometida a fricciones con sus colaboradores, concesionarios
y clientes. Es evidente que hay una diferencia abismal entre el contenido que
genera el estrés en la señora X y el contenido que lo genera en la señora Z.
Sin embargo, por la función generalizadora del lenguaje, decimos de la señora X
y de la señora Z que están estresadas. En este caso cuando ponemos en el mismo
conjunto a la señora X y la señora Z bajo la nota “estresada”, la igualdad que
establecemos es puramente formal.
Así que concluimos. El
lenguaje, por causa de sus funciones abstractivas y generalizadores, dibujan,
en muchas ocasiones, una representación falsa del mundo. Por medio de los
adjetivos, cuando igualamos a dos personas, hacemos abstracción de las
diferencias sustantivas que hay entre ellas y que pueden ser abismales. Y por
medio de la función generalizadora de los adjetivos, igualamos a dos personas
entre las que hay diferencias de contenidos de los adjetivos igualmente
abismales. Así que a tener más cuidado con el uso del lenguaje y seamos
filosóficamente más rigurosos.
Es el caso del sustantivo "terrorismo", aplicado, por igual en el mejor de los casos, a Hamás y al Estado de Israel. O el de "guerra" generosamente adjudicado por igual a Ucrania y Palestina.
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