Con este trabajo rindo un pequeño homenaje a
Cervantes. El 22 de abril se cumplirán 400 años de su muerte. Soy un estudioso
de los grandes clásicos de la literatura, de la filosofía y de la ciencia.
Incluyo a los poetas. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha es una de
las grandes obras universales de la literatura. Se aprecia su enorme riqueza
léxica y su artística y compleja sintaxis. Pero en esa obra encontramos además
conceptos. No todos los literatos escriben conceptualmente. Cervantes sí lo
hace. Me confieso: empecé a estudiar en profundidad El Ingenioso Hidalgo a partir de Marx. En su tratado filosófico La Ideología Alemana, que escribió con
Engels, la obra cumbre de Cervantes
desempeña un papel filosófico decisivo. Debo a Borges la distinción elemental
pero fundamental entre Alonso Quijano y Don Quijote. No se trata en este caso
de discernir sobre el verdadero nombre del personaje, sino de distinguir entre
el nombre real del hidalgo y el nombre que en su enajenación él mismo se puso
cuando se autoproclamó caballero. Para expresarnos en términos filosóficos: se
trata de distinguir con claridad el nombre del objeto percibido del nombre del
objeto representado. Si pensamos con el nombre del objeto representado, somos
cómplices de la enajenación de la percepción por la representación fantástica.
La esencia psicológica de Alonso Quijano la describe
perfectamente Cervantes en el segundo capítulo, Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso Don
Quijote: “luego que vio la venta se le representó que era un castillo con
sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente
levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos
se pintan”. Ahí está la esencia psicológica de Alonso Quijano transfigurado en
Don Quijote: ver una cosa y representarse otra. La representación se imponía sobre
la percepción. El imperio de la representación sobre la percepción llegaba
hasta tal punto que no solo una cosa se le asemejaba a su representación, sino
que además añadía cosas que de ningún modo tenían paralelismo con la realidad.
Digamos que a partir de la percepción visual, en la cabeza de Alonso Quijano la
representación se disparaba y crecía hasta extremos inusitados. La
representación proviene de la percepción y se asemeja a ella, así que una
representación alejada de la percepción presupone un sujeto que se aleja de la
realidad.
En la vida real, en la vida práctica, la percepción
predomina sobre la representación. Aunque la representación sea también
necesaria en la vida psicológica, siempre gravita en torno a la percepción. En
el caso de Alonso Quijano sucedía lo contrario: la percepción gravitaba sobre
sus fantásticas representaciones extraídas de los libros de caballería. Su vida
como Don Quijote transcurría fundamentalmente en sus representaciones y de vez
en vez daba hueco a la percepción, y producía la apariencia que volvía a
recuperar el tino. El cine ha intentado en varias ocasiones narrar la historia
de Don Quijote. Pero ha cometido el error de no dar por dominante la representación
metamorfoseada que tenía Alonso Quijano del mundo. En las películas solo vemos
el mundo real al que se enfrenta, por lo demás pobre y desolador, y no su mundo interior. Solo hay que pensar que
cuando Alonso Quijano vio a su rocín, que era solo piel y huesos, “le pareció
que ni el Bucéfalo de Alejandro ni
Babieca el del Cid con él se igualaban”. Luego el cine para ser fiel a la
esencia de la obra de Cervantes, donde la representación sepulta una y otra vez
a la percepción, debería poner no un rocín maltrecho, que era el objeto que
daba la percepción, sino un hermoso caballo, que era el objeto que daba la
representación fantástica de Alonso Quijano. O poner primero el rocín maltrecho
y luego un hermoso caballo. Así la película ganaría en luz y en verdad
literaria.
En el mismo pasaje referido, antes de concluir que viendo
una cosa se representaba otra, Cervantes entra en detalles sobre el conflicto
que se daba en la cabeza de Alonso Quijano entre esas dos funciones
psicológicas: “Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman
del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta
aquella noche acertaron a hacer jornada, y como a nuestro aventurero todo
cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que
había leído,…”. Aquí descubrimos otra esencia de la psicología del enajenado
Alonso Quijano: todo lo que pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y
pasar al modo de lo que había leído. Cuando leemos, el movimiento mental va de
la significación a la representación. No vemos lo que nos cuenta el autor de la
obra literaria, sino que nos lo representamos. Los contadores de historia
alimentan continuamente nuestras representaciones. Pero también lo hace el
científico y el filósofo. En el caso de filósofos de pensamiento tan abstracto
como Hegel nos resulta a veces imposible representarnos lo que nos dicen. En
estos casos la representación queda vacía y la intención significativa queda
sin cumplimiento.
Pero ¿cómo pudo Alonso Quijano llegar a estos
extremos? ¿Cómo fue posible que en su cabeza la representación se impusiera
sobre la percepción? ¿Cómo explicar que todo lo que veía e imaginaba le parecía
estar hecho y pasar al modo de lo que había leído? Lo explica muy bien
Cervantes en el capítulo primero, Que
trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo Don Quijote de la Mancha:
“Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso
–que eran los más del año– se daba a leer libros de caballerías con tanta
afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun
la administración de su hacienda;…”. Aspecto sociológico clave para explicar
cómo llego Alonso Quijano a su extrema enajenación: abandonó la práctica,
abandonó la cacería y la administración de su hacienda, aumentando así su
distanciamiento de la realidad. Pero la cosa no quedó ahí: Llego “a tanto su
curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura
para comprar libros de caballería que leer, y así, llevó a su casa todos
cuantos pudo haber dellos”. Enajenó gran parte de sus medios de vida por
libros. Seguía cortando los lazos que le unían con la realidad y así perdía el
sentido histórico de la época que le había tocado vivir. Pero el punto
culminante de su enajenación lo describe Cervantes en el mismo capítulo en los
siguientes términos: “En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se
le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en
turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro, de
manera que vino a perder el juicio”. Alonso Quijano abandonó la práctica,
enajenó parte de sus medios de vida por libros, dormía poco y leía mucho, así
que perdió el juicio. Pero no leía libros
cualesquiera, no leía libros de ciencia o libros de historia, no leía
libros que reflejaran la realidad, sino que leía libros fantásticos, libros que
narraban historias y situaciones que solo tenían un parecido remoto con la
realidad. Y así lo atestigua Cervantes: “Llenósele la fantasía de todo aquello
que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas,
desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y
asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de
aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra
historia más cierta en el mundo”. Aquí está otra de las claves que explica la
extrema enajenación que padecía Alonso Quijano: en la imaginación se le asentó
como verdades invenciones soñadas y disparates imposibles. Así que redujo al
mínimo el contacto con la realidad. Quería vivir en un mundo, el de los
caballeros, que ya había pasado a la historia; pero quería vivirlo no en su
dura y cruda realidad, sino en su expresión fantástica.
Hay personas que presentan a Alonso Quijano como una
persona que tomó la determinación de salir a los campos de la Mancha a hacer el
bien. Pero no es así, todo lo confundía y hacía el mal. Sucede que Cervantes
nos dibujó un hombre tan enajenado de la realidad que nos mueve a la risa y a
la compasión, pero no nos engañemos. Después de rodar por los suelos tras el
encontronazo con los molinos de vientos y de los que Sancho le había advertido que no
eran gigantes, Alonso Quijano se revolvió y le respondió que las cosas de la
guerra estaban sujetas a continua mudanza, que había sido el sabio Frestón
quien había mudado en el último momento los gigantes por molinos de viento para
quitarle la gloria. Es evidente hasta qué punto llegaba la enajenación de
Alonso Quijano, que tomaba su fantasía como verdad y la realidad como una
mutación de su fantasía. Su enajenación era tal que por muchos golpes que se
diera contra la realidad seguía pensando que lo que ocurría en su cabeza era la
verdad. Los quijotes no son buenos para el mundo. Perder el sentido de la
realidad, perder el sentido histórico de la época en la que se vive, solo puede
causar sufrimientos.
Estos son los rasgos que Marx descubrió en la obra
de Cervantes y que tan bien caracterizan al socialismo reaccionario: vivir en
el mundo actual y pensar como si se viviera en un mundo ya caduco; tomar el mundo por la representación del
mundo; partir en el conocimiento del mundo de los libros y no de la realidad; pensar
que todo lo que ocurre en la realidad parece estar hecho y pasar al modo de lo
que se lee en los libros; y a pesar que la realidad desmiente una y otra vez la
falsedad de sus representaciones, toman a estas como la verdad. Bajo una
aparente percepción nueva del mundo, se oculta una representación de un mundo
ya caduco. Sucede que la realidad en sus momentos de dura crisis tiene estos
signos extraños y produce personajes que son mitad verdad y mitad falsedad. Y
es la práctica social, el contacto de estos personajes con la realidad, como le
sucedió a Alonso Quijano transfigurado en Don Quijote, quien hace trizas su
falsedad. Sobreviniendo entre sus seguidores la desesperanza y el escepticismo
sobre la posibilidad de un mundo mejor.
Muy interesante, profesor Umpiérrez. Abre muchas ventanas a la vida.
ResponderEliminarLe doy las gracias.
Atentamente,
Aníbal Barrera Ortega
Periodista
Temuco. Chile