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domingo, 6 de noviembre de 2022

Dos citas: una de Schiller y otra de los pitagóricos de la mano de Hegel

 

Empezamos con Schiller:

El gran Señor del universo no tenía amigos,

Sentíase solo: por eso creó los espíritus,

Espejos santos de su propia santidad.

Y, aunque el Supremo Ser no conozca nada igual a sí,

Del cáliz del reino todo de los espíritus

Le rebosa la infinitud.

 

Veamos cómo es este Dios. No tenía amigos. De ahí que se sintiera solo. Pero cuando creó a los otros para tener compañía, los hizo como espejos de sí mismo. De manera que en el otro no veía al otro, sino a sí mismo. Yo creo que eso le produjo más soledad y a los otros ausencia de libertad.

Como era muy soberbio y engreído no conocía nada igual a sí mismo, se consideraba único y todopoderoso. De ahí que, al contemplar su reino, formado por él y sus espejos, pensara que le rebosaba la infinitud. Pero en su reino solo estaba él y las copias de sí mismo. Había desaparecido la multiplicidad, la diversidad, la diferencia; tal vez esto ocurrió desde el principio. De ahí que lo que él consideraba como un mundo rebosante de infinitud, era en realidad un mundo finito y limitado.

Vayamos ahora a la cita de los pitagóricos de la mano de Hegel:

“También en esta filosofía (la de los jonios) debemos descubrir y señalar la trayectoria, el proceso de evolución. Las primeras determinaciones totalmente abstractas aparecen en Tales y en los otros jonios, quienes conciben lo general en forma de una determinación natural, el agua, el aíre, etc. El proceso de evolución consiste en ir abandonando esta determinación natural puramente inmediata; abandono que nos encontramos en los pitagóricos. Según éstos, la sustancia, la esencia de las cosas, hay que buscarla en el número; el número no es algo sensible, ni tampoco el pensamiento puro, sino que es un sensible no sensible”.

Primero hay que fijar el concepto de evolución y proceso, concepto clave en la concepción dialéctica. Después hemos de fijarnos en que tratamos de establecer la forma general y que la historia del pensamiento filosófico ha tenido que recorrer muchas fases de desarrollo hasta establecer que la forma adecuada y acabada de lo general es el pensamiento. Y, por último, saber que en esa evolución se partió de las determinaciones naturales, como la tierra, el agua y el fuego, hasta llegar a una fase intermedia: los números, que no son una determinación natural puramente inmediata ni tampoco el pensamiento puro. De ahí que Hegel catalogue al número como una entidad sensible no sensible.

Solo en pensadores como Hegel podemos encontrarnos expresiones de este tipo, “un sensible no sensible”, donde aparentemente hay una contradicción en el seno mismo de la nominación, en el sujeto. ¿Cómo resolverlo? Pensemos en los nombres. Enumeremos algunos de ellos: lanza, vestido, zapato, carne, bisonte, etc. Tenemos dos cosas: por un lado, signos lingüísticos, y, por otro lado, individuos realmente existentes que podemos percibir y nombrar con esos signos lingüísticos. En el plano ontológico no ocurre así con los números. Enumeremos algunos nombres numéricos: uno, dos, tres, etc. Tenemos o deberíamos tener dos cosas: por un lado, signos lingüísticos, y, por otro lado, encontramos individuos realmente existentes que podemos percibir y nombrar con esos signos lingüísticos: 1, 2, 3, etc. La gran diferencia que se produce en el mundo de los números es que tanto los números en tanto nombres como los números en tanto objetos designados existen en el mismo plano ontológico, ambos son signos. De este modo, por medio de los números, podríamos afirmar que el mundo del lenguaje se convierte en un mundo independiente del mundo real, esto es, del mundo que no es lenguaje. La peculiaridad de los signos lingüísticos es que son valores referenciales que carecen de cuerpo. Y los números, tanto en su existiendo en calidad de nombres como existiendo en calidad de objetos designados, carecen de cuerpo. Y estar dotado de cuerpo es la primera condición de la existencia de cualquier ente. De ahí que resulte lógico que Hegel presente a los números como sensibles no sensibles. Son sensibles en tanto que como signos son objetos de la percepción sensible, pero no son sensibles en la medida que carecen de la premisa básica de la existencia: el cuerpo.

 

 

 

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