Toda persona que escribe o realiza una tarea práctica lo anima el pensamiento, pero no piensa cómo escribe lo que escribe y cómo hace las cosas que hace. De ahí que sea bueno que de vez en cuando se pare y reflexione sobre el cómo piensa y cómo lo hace. Donde hay mucho pensamiento reflexivo hay pocas palabras. ¿Por qué? Porque reflexionar es darle muchas vueltas a la misma cosa o a la misma idea.
Lo que cuento ahora lo vi en un capítulo de una
serie titulada Espiral. Una mujer de unos cuarenta años, embriagada y
hablando y riéndose sola, atraviesa un puente no muy largo, se sube al muro que
flanquea el puente y se dispone a suicidarse abriendo los brazos. Debajo se ven
pasar los trenes, silenciosos -porque el director le anuló el sonido-, pero
todopoderosos, inconscientes de la tragedia que se avecinaba. Luego pasa un
camión y nos quita la visión de la mujer suicida. Y una vez que pasa el camión
ya no vemos a la mujer.
Esta escena puede ser escrita de distintas maneras y
puede incluso ser modificada. Y lo bueno sería hacerlo. De ese modo
reflexionaríamos sobre el cómo contar un mismo suceso. Pero el pensamiento que
anime la narración debe tener raíces sensibles. El hecho narrado no solo debe
ser pensado, sino también sentido. ¿Y la forma estética? Debe ser lo último o
no debe estar en primer plano. La estética debemos buscarla primero en el
contenido y luego en la forma lingüística. Lo que debemos evitar es que la
forma lingüística oculte o dificulte la percepción del contenido o domine sobre
el contenido.
Una reflexión más. Cuando veíamos a la mujer
embriagada caminar sola por el puente, ya imaginábamos que se quería suicidar.
Su intención era manifiesta. Pero nos apercibimos de su intención porque además
conocíamos los hechos anteriores que le habían producido su estado de
enajenación. Su hija de no más de dos años había sido asesinada por su niñera.
Sus suegros la habían denunciado por negligencia. Y el juez decretó su
culpabilidad, aunque sin pena de cárcel. El mundo se le había venido en
cuestión de semanas encima y acabó con su salud mental.
Y cuando ya no la vimos más sobre el muro, una vez
que el camión había pasado, nos la imaginamos tirada boca abajo sobre los
raíles del tren, inerte, y una gran mancha de sangre rodeando su cara. En el
cine se produce lo que se produce en el lenguaje, una parte la pone las
palabras y las imágenes, y la otra, la imaginación del lector y del espectador.
Pero todo debe estar avivado por el sentir, sin el cual el espíritu carece de
latidos, de alegrías, de horrores.
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