Le dije al señor X que cerrara los ojos y se representara o imaginara la playa de Arinaga. Después le pregunté: ¿Qué ves? El señor X titubeó. Le insistí: ¿Qué ves? ¿Ves algo? Después de una cierta demora, respondió: no veo nada. Así que cuando decimos que cerrando los ojos nos representamos o imaginamos determinada situación objetiva, en verdad es una suposición. Nuestro cerebro no dispone de un mecanismo que nosotros de forma deliberada podamos usar para producir imágenes. Si dispusiéramos de ese mecanismo, seríamos muy felices. Podríamos producir la imagen de la persona amada cada vez que necesitáramos hacerla presente en nuestra conciencia, o producir la imagen de seres queridos que hayan fallecidos. Podemos recurrir a una fotografía, pero en la fotografía notamos al instante una deficiencia: la falta de vida. No sucede así en los sueños, donde todo nuestro ser está involucrado. Así que, si siguiendo a Husserl decimos que las representaciones son actos que sirven como cumplimientos o ilustraciones de las intenciones significativas de las palabras, lo cierto es que también las representaciones tienen un carácter intencional. Aquí se nos presenta un dilema epistemológico que más tarde veremos cómo resolver.
Cuando estudiamos las funciones psicológicas superiores,
lo hacemos de forma separada: la sensación, la percepción, la atención, la
memoria, el pensamiento y el lenguaje. Pero lo cierto es que en el individuo
todas esas funciones se dan de forma mancomunada. Hay además otras fuerzas de
la subjetividad que también están presentes: la imaginación, la ilusión, la
representación, los intereses, la voluntad y las emociones como el temor, el
odio, el amor, etc. Así que la personalidad se nos presenta con una complejidad
subjetiva repleta de determinaciones.
Cuando al principio de este trabajo le pedía al
señor X que se representara la playa de Arinaga, en verdad en el señor X se
pone en juego todas las fuerzas de la subjetividad. Así que no deberíamos
entender la representación de una determinada situación objetiva como si fuera
una simple y aislada imagen. El señor X
ha paseado por la avenida que bordea la playa, se ha bañado en el mar, ha
cogido sol, ha disfrutado de unos bocadillos y de unos refrescos con sus hijos,
ha visto a unos jóvenes jugar a las palas, ha oído el rumor del mar y las risas de los niños chapoteando
en el agua, le ha llegado el perfume de las algas, ha visto aproximarse a un
buque que atracará en el puerto de Arinaga, y un largo etcétera. El señor X
lleva más de 40 años viviendo en ese lugar y ha asistido a multitud de cambios urbanísiticos
que ha experimentado dicho lugar. A todo esto, lo denominaré experiencia
sensible del señor X sobre la playa de Arinaga, y será la base sobre la que edificará
su representación; que, si bien no le proporciona una imagen nítida de la playa
de Arinaga, si le proporciona varias y diversas sensaciones. Debemos tener en
cuenta que la experiencia sensible del señor X sobre la playa de Arinaga no
solo tiene un carácter orgánico, sino que también está determinada
históricamente. Con estas correcciones habremos acoplado mejor el sentido de
los actos de cumplimiento de los que hablara Husserl.
Afinemos más. Las palabras apuntan a un objeto, pero
no nos dan un objeto. La percepción sí lo hace: nos proporciona un objeto. Y
como la representación es hija de la percepción, o la representación no es más
que una percepción rememorada, podemos afirmar que la representación nos da un
objeto, aunque sin la viveza y claridad que proporciona la percepción. Hay otro
matiz más a considerar: la palabra en sí misma, considerada como una
determinada configuración fónica, no es objeto de nuestra atención. Nuestra
atención está dirigida a aquello que apunta la palabra una vez la leemos o la
pronunciamos cargada de sentido. Mientras que en la representación nuestra
atención se dirige a ella misma, a su contenido, y nunca a otra cosa que no sea
a ella misma.
Así que la propuesta de Husserl acerca de la
representación como actos que cumplen el sentido es válida con las dos
consideraciones o correcciones siguientes: una, son actos que proporcionan una situación
objetiva, aunque en muchos casos sea puramente insinuada, y dos, son actos que
se edifican y se complementan con la experiencia sensible sobre la situación
objetiva en cuestión y que ha sido adquirida por el sujeto a lo largo de los
años.
Mi tesis es que el 80 por ciento de las lecturas que
realizamos se apoyan en el significado general de las palabras. Les pongo un
ejemplo. Recientemente leí El rey Lear de Shakespeare y Edipo rey de
Sófocles. Pregunta: ¿Cuánto me llevé de esas lecturas? Respuesta: nada.
Pregunta: ¿Cuántas vivencias emocionales y sensibles tuve cuando leí esos
textos? Respuesta: ninguna. Conclusión: mis lecturas se desenvolvieron sobre el
significado general de las palabras contenidas en esos textos. Para responder
con la sensibilidad adecuada al texto de Sófocles, tendría que tener un conocimiento
muy detallado de la vida social, económica y religiosa de la Grecia clásica.
Circunstancia que no concurre en mi persona. Si bien en los textos literarios,
tras las palabras encontramos de manera próxima representaciones que ilustran
sus significados, en los textos de Filosofía, sobre todo si son de Hegel, las
representaciones que ilustran las categorías filosóficas quedan muy lejos.
Pregunta: ¿Qué hay entre los conceptos filosóficos y las representaciones que
le dan cumplimiento pero que se encuentran muy lejos? Respuesta: otros
conceptos.
Solo me resta decir que, si cuando leemos los textos
ajenos nuestra sensibilidad se activara en toda su variedad de fuerzas,
seríamos unos lectores de primera categoría y en nuestro pensamiento
predominaría la claridad y la precisión. Pero la realidad no es así: nuestra
intelección de los textos siempre estará salpicada de intuiciones y zonas
oscuras. Solo con sucesivas lecturas, con detenidos análisis, e ilustrándonos
con detalles de la época histórica que refleja el texto, las intuiciones darán
paso a los conceptos y las zonas oscuras se volverán claras.
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