Mientras que en el lenguaje puede ocurrir cualquier cosa, romper las barreras espaciales y temporales, romper el orden y la sucesión, ignorar la fundamentación y la interdependencia entre los entes, en la realidad nada de eso es posible. Si estoy en la cama y quiero ir a la cocina, me tengo que levantar primero y atravesar el pasillo. Si estoy en mi piso, un tercero, y quiero bajar a la calle, tengo que bajar previamente las escaleras. Si estando en Las Palmas quiero estar en Bruselas, debo ir al aeropuerto y coger un avión. Si quiero ir al pasado, al tiempo de Aristóteles, no puedo hacerlo. En suma, en la realidad es imposible llegar a un punto determinado sin previamente dar pasos previos y en un orden determinado. Y todo está marcado por el tiempo, la duración, nada es instantáneo.
El pensamiento especulativo es posible gracias a
todas las posibilidades que nos da el lenguaje. Pensar es hablar un con uno
mismo o hablar con los demás. Con el lenguaje puedo saltar de la cama a la
cocina sin atravesar el pasillo, puedo prepararme el desayuno sin usar el
microondas, sin abrir la nevera para coger la leche, sin abrir el roperillo
para coger los cereales, sin emplear tiempo para desayunar. Puedo saltar desde
mi piso, un tercero, a la calle sin bajar las escaleras. Puedo estar en Bruselas
sin coger un avión, puedo estar en la Grecia de Aristóteles, puedo estar en el
polo norte sin prepararme con la vestimenta y entrenamiento adecuados. Por
medio del lenguaje puedo decir: “Me levanté temprano. Desayuné. Luego paseaba
por la Playa de las Canteras. Me tropecé con un amigo. Nos fuimos Bruselas. Lo
pasamos maravillosamente bien”. Con el lenguaje no solo puedo romper todas las
barreras espacio temporales, sino reducir al mínimo el sinfín de cosas que en
la realidad están necesariamente interconectadas. Aquí reside la esencia del lenguaje
especulativo.
Hasta ahora he hablado de cosas que todo el mundo
conoce, que en su vida corriente usa y percibe, pero en el lenguaje todo no es
tan claro. Cuando introducimos términos científicos, propios de las
matemáticas, de la biología, de la física y de la lingüística, por ejemplo, las
cosas que tenemos que percibir ya no resultan tan fáciles de aprehender. La abstracción,
esto es, dejar atrás muchas cosas que se perciben, empieza a dominar el
pensamiento. Pero donde la abstracción llega a su máximo nivel, cuando el
pensamiento llega a estar alejado de la realidad hasta extremos inauditos, es
en el ámbito filosófico. Y cuando el pensamiento especulativo entra en juego
haciendo uso de las categorías filosóficas, ya no es solo que podamos saltar de
un espacio a otro y de un tiempo a otro con absoluta libertad, sino que además
dejamos de ver, oler, tentar y oír. Con el lenguaje filosófico, sobre todo si
es el lenguaje de Hegel, se pierden todos los sentidos. Si en este ámbito nos
dedicamos a la especulación, no solo producimos un pensamiento desordenado sino
además un pensamiento ciego. Cuanto más alto sea el nivel de abstracción en el
que nos movamos, más exigentes debemos ser en el orden y en el rigor; y no debemos
saltarnos ni el más leve paso.
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