En su obra ¿Por qué leer los clásicos?, Italo Calvino dice sobre Plinio lo siguiente: “Expone con nítida evidencia el razonamiento más complejo extrayendo de él un sentimiento de armonía y de belleza”. Todos quisiéramos ser así: dominar los razonamientos complejos no simplificándolos, esto es, empobreciéndolos, sino porque nuestra visión de los hechos es muy nítida y clara; pero exponiendo las ideas con un sentimiento dominado por la armonía y la belleza.
Este objetivo, o la
tendencia a este objetivo, se logra no por voluntad y disciplina, tampoco solo
adquiriendo libros y encerrándose entre cuatro paredes, sino cambiando nuestro
ser social, nuestra forma de estar en el mundo, nuestra integración en un mundo
que no cesa de cambiar y modificarse. También deben dominar en nosotros las
acciones sobre los pensamientos. No podemos demorar los objetivos y pensar las
cosas más de lo que es pertinente y necesario. No podemos aceptar que nuestro
mundo inmediato, que queremos cambiar, que consideramos necesario que cambie,
siga igual. Y volver una y otra vez al inicio y desistir por falta de voluntad
y garra. No debemos dejar que nuestro sentimiento, la atadura de nuestro
corazón al otro, domine nuestra conciencia. No debemos demorar una y otra vez
la persecución de nuestros objetivos. Debemos ser más prácticos. La luz solo se
aviene a nosotros, el camino hacia la evidencia, si la acción domina sobre el
pensamiento, si nuestra sensibilidad la educamos de tal modo que todas las
fuerzas del mundo nos alcanzan.
Debemos ser cosmopolitas.
Vivimos en un mundo global. No podemos vivir lo normal como si fuera
extraordinario. No podemos estar al lado del otro y dejarlo como es en sí
mismo. Siempre hay que luchar para cambiar al otro, aunque podamos
equivocarnos. Solo si cambiamos al otro, nos cambiamos a nosotros mismos. No
dediques tanto tiempo a los libros. No te escapes del mundo a través de ellos.
Tus propósitos carecen de realidad o tienen muy poca realidad. Te mueves muy
lento, Por eso siempre estás en ti mismo. Te cuesta horrores estar fuera de ti
mismo. El mundo no te lleva en sus múltiples direcciones y no te dejas llevar
por sus poderosas fuerzas y tendencias. Y eso se debe a que la naturaleza de
tus relaciones te encierra y te aísla. El otro quiere vivir una vida encerrada
y aislada. Es el camino que él ha elegido. Pero ¿qué te impide abrirte al mundo
y vivir bajo la vorágine de sus tendencias y fuerzas? Solo tú mismo, tus sentimientos
que te atan a ese mundo que reduce tus vivencias a la mínima expresión; de
manera que cuando de vez en cuando sales de ese mundo, parece que estás descubriendo
América -esto es una metáfora-, y apenas roza tu vida el camino de la
normalidad. No hay nada de extraordinario en tu vida porque tu vida está
desconectada de lo extraordinario que hay en el mundo.
Y sigue algunos principios,
como el que nos aconseja Italo Calvino: hay que leer a los clásicos, esto es,
releerlos. Pero tú una y otra vez te alimentas de textos que no son clásicos. Y
lo que construyes sobre ellos inevitablemente tendrá claros déficits de
calidad. Cuando leemos a los clásicos, por ejemplo, a Marx o Hegel, durante ese
tiempo estaremos a un gran nivel teórico, estaremos recorriendo la realidad en
toda su complejidad por el camino del rigor, la profundidad y la riqueza de contenidos.
De manera que cuando nos pongamos a pensar por nosotros mismos, algo del
pensamiento de los clásicos estará en nosotros. Ese es el camino. No titubees
tanto. En tu conciencia no predominan los objetivos externos y, por consiguiente, el disfrute de los objetivos externos, no predomina en ti la sensibilidad práctico revolucionaria, sino hablar, hablar y hablar.
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