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domingo, 3 de junio de 2007

El imperio del signo

En el apartado dedicado a la identificación de los signos y de los objetos semióticos, casi al final de su último mensaje, Magariños formula la siguiente serie de preguntas: ¿qué signos (lenguajes sociales) le confieren a determinado objeto su valor o significado económico?; ¿qué otros signos le confieren su valor o significado de uso?; ¿qué otros signos le confieren su valor o significado estético?; ¿qué otros signos le confieren su valor o significado efectivo? Etc. (POSIBLE EXPLORACIÓN PARA DEMOSTRAR LA FALSABILIDAD DE LO ANTERIOR: ¿es posible identificar un valor  o significado económico, de uso, estético, afectivo, etc., con independencia de la intervención de alguna clase de signos (enunciados, textos, discursos)?


Respondo a esta última pegunta que no, que no es posible la identificación sin el concurso de los signos. Pero aquí es necesario entrar en un mayor número de detalles. En el campo del pensamiento teórico los detalles y los matices son muy importantes. Quiero responder de paso a las inquietudes de Adail y de Jorge. Recurriré a un ejemplo analógico. Para la construcción de un edificio se necesita de la participación, entre otros profesionales, de un albañil, de un fontanero, de un carpintero y de un electricista. Por analogía supongamos que el trabajo del electricista equivalga en el ámbito de la ciencia al trabajo del semiólogo.

Primero viene el trabajo del albañil: hacer los cimientos y levantar las columnas, levantar las paredes y echar los techos. Y después viene el trabajo del electricista: hacer el cableado e instalar los puntos de luz, los enchufes y los interruptores. Del mismo modo que el electricista para hacer su trabajo necesita del trabajo del albañil, el semiólogo especializado en el análisis del significado de los fenómenos sociales para hacer su trabajo necesita del trabajo de sociólogos y psicólogos.

Para hacer sus trabajos el albañil, el carpintero y el fontanero necesitan usar herramientas eléctricas. Necesitan pues de la electricidad. Pero el hecho de que el carpintero haga uso de la electricidad para hacer su trabajo, no convierte a su producto en un producto eléctrico. Igual sucede con el fontanero y con el albañil. De forma analógica podemos pensar lo mismo para el economista y el antropólogo: para hacer sus trabajos teóricos necesitan de recursos sígnicos, pero no  por ello sus productos se transforman en  productos semióticos.

Adail es poeta y en consecuencia tendrá una especial sensibilidad estética. Supongamos que su sensibilidad estética no se limite a la poesía, sino que abarque la pintura, la música, la arquitectura e incluso la artesanía. Su sensibilidad será tal que en todo o en casi todo descubrirá propiedades estéticas, dignas de ser contempladas o elaboradas. De ahí podría concluir que nada es perceptible sin en el concurso de la estética o que la percepción es percepción de la belleza. Pensemos igualmente que todas las cosas tienen un color. Podríamos decir entonces que nada es sin el color y que todo es por medio del color. Incurriríamos en el primer caso en un imperialismo estético, y en el segundo caso en un imperialismo cromático. Por la misma razón deberíamos  evitar incurrir en un imperialismo semiótico, y pensar que todo es signo o por medio del signo.

No hay forma de la práctica social donde no participe el lenguaje. Los signos sin duda son omnipresentes. Pero no por ello todo es signo ni todo es por medio del signo. Mi concepción apuntan a que las formas sígnicas o propiedades sígnicas forman parte de la totalidad; y como parte no puede pretender suplantar la totalidad ni la riqueza proveniente del conjunto de las partes.

22 de febrero de 2007.



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