Expondré una reflexión narración sobre la cuarta temporada de The Sinner. No sé si cambiaré algunos aspectos. No me preocupa. Mi reflexión es de tipo filosófico. Observo de entrada que en la mayoría de las series hay ciertos desarrollos que solo buscan distraer al televidente para que sospeche de quien no debe sospechar. Te hacen seguir ciertos caminos que te llevan a ninguna parte. Hay fotogramas donde de forma insinuada aparece alguien que solo al final sabes quién es. Siempre prefiero que en el último o penúltimo episodio sepas qué paso en realidad. Aquellas series donde desde el principio sabes quién es el asesino, si lo hay, me gustan menos.
El detective es casi
siempre una persona entregada en cuerpo y alma al caso que investiga. Su vida
es su trabajo. Y aunque se dice que el policía no debe involucrarse
emocionalmente en el caso que investiga, en realidad siempre lo hace. Sufres
con el detective porque siempre termina por desatender a su familia o a su
pareja. Siempre lo ves pensativo, incluso en el momento en que se acuesta. De
forma relativamente involuntaria el detective se une emocionalmente a la víctima.
Se hace parte de su vida. Es su vida. Su mundo inmediato tiende a desmoronarse.
Actúa como cualquier adicto. No puede escapar del caso. Inunda todo su día y
solo tiene pensamientos para el caso. Tú sufres con él y empatizas con él. Él
eres tú. Es lo que persigue el director y así lograr que te enganches a la
serie. Es un narcótico como la religión. Es el mundo de la representación que
se ha apoderado de ti.
Un detective retirado
llega a una isla pequeña, de pocos habitantes, para pasar unas pequeñas
vacaciones. Un día conoce a una chica de unos 27 años en un rincón del muelle
donde da el mar en una orilla de piedras. La chica se llama Mari. Tiene una
expresión triste y sufrida. La chica le advierte al detective que tenga cuidado
con el mar: es un demonio. Pero no es el mar por el mar, es el mar con los
barcos de pesca donde dos otres pequeñas compañía compiten entre sí y se hacen
la vida imposible. Es el mercado libre: donde unos se matan a los otros. Y a
eso lo llaman competencia. Los economistas hablan de la oferta y la demanda y
de los precios de equilibrios. Pero lo cierto es que el mercado son personas
que luchan por permanecer a flote y con suficiencia económica. Viven atenazados
por la posibilidad de la quiebra. Y así toda su historia económica, que viene
de generaciones anteriores, puede irse a pique. No son felices. El alcohol y
las drogas terminan formando parte de sus vidas. Son personas deshechas.
También se refugian en la religión. Y como dijera Marx: “La religión es el
suspiro de la criatura agobiada, el estado de ánimo de un mundo sin corazón,
porque es el espíritu de los estados de cosas carentes de espíritu”. Y como la
religión no da de comer, estas personas que se ven sometidos al poder sojuzgador
del mercado, en ocasiones se ven abocados a realizar tareas ilegales para
seguir a flote: el tráfico de personas.
Mari se quejaba y protestaba:
el mar está siendo sobreexplotado. Esa idea, esa lucha, la enfrentaba a su
familia. Esta idea se la había inculcado otra mujer joven, de 32 años, defensora
de un mundo espiritual donde el ser humano estaba unido a la naturaleza. Dicha
mujer le dijo una vez: “Tuve que huir de mi familia. Su dolor era tan grande
que yo no tenía lugar en ella. Es triste, pero en ocasiones te vez obliga a huir
de tu propia familia. Si no lo haces, acaban con tu vida”. Esta mujer se
llamaba Ana.
Cierto día el detective,
que padecía de insomnio, se levantó de madrugada y fue a dar un paseo. Vio
salir enfadada de una casa a Mari. La siguió. Ella se acercó a un precipicio
que daba al mar, miró a un lado con tristeza o miedo, y se dejó caer. Se
suicidó. Su cuerpo apareció a los tres o cuatro días. El detective, que se
llamaba Martel, tenía de nuevo un caso en el que involucrarse y recuperar el
sentido de lo que siempre había sido su vida. El caso lo absorbió por completo
y descuidó las relaciones con su pareja. Ella terminó yéndose y él se quedó
para resolver el caso.
Había dos familias protagonistas:
la de Mari, compuesta por su abuela, su tío Comin, su padre John, y ella misma.
La otra familia era asiática y estaba compuesta por el marido, Chang, su mujer,
Jing, y su hijo, que era estudiante, Mo. Las familias revalidaban por la pesca
y se hacían maldades los unos a los otros. La familia de Mari, por necesidades
económicas, se dedicaba a escondidas al tráfico de personas. Esta era una de
las tramas que servían para distraer al telespectador para que pensara que el
suicidio de Mari tenía que ver con dicha trama. También el director te distrae
haciéndote pensar que su tío Comin era culpable del suicidio de Mari. Igualmente
se acumularon las sospechas sobre un antiguo novio de Mari. Como dije desde el
principio: los directores de las series hacen maniobras de distracción para que
el verdadero culpable quede oculto hasta el final de la serie.
Pero llegó el penúltimo
capítulo. Apareció un nuevo personaje. Un hijo mayor que el joven Mo de la
familia asiática. Se llamaba Xi. Tenía aspiraciones. Quería tener su propia
licencia de pesca, su propio barco y montar un restaurante. Estaba lleno de
ilusiones. Pero mientras tanto trabajaba para la familia de Mari. Hizo una cosa
indebida. A escondidas usaba el barco de sus patrones y se dedicaba a las
capturas. La familia de Mari se enfadó muchísimo y querían ajustar cuentas. Así
que un día decidieron salir a la mar con Xi. De la familia de Mari, fueron la
propia Mari, su padre John y su tío Comin. Se formó una reyerta en el barco. Xi
golpeaba en la cara a John que yacía en suelo con la cara ensangrentada. Mari
cogió una pistola y disparó por la espalda a Xi. Murió. Había llegado la tragedia
a la familia de Mari. A partir de ahí la vida de Mari se fue a pique. Se
emborrachaba y se drogaba.
La familia de Mari llegó
a un acuerdo con la familia asiática para dejar el asesinato oculto. Le
entregaron un barco y una licencia de pesca. Pero el persistente detective
descubre la verdad.
La verdad no hace a nadie
más feliz. Al dolor se añade más dolor. El llamado libre mercado capitalista,
que en palabras de Marx es un poder que aterra y domina a los seres humanos
como una potencia absolutamente extraña, solo genera infelicidad, aunque en
algunos aspectos provoque progresos. Al final de la serie se ve a John y a su
hermano Comín declarando ante la policía, a la abuela yendo en busca de paz
espiritual de la mano de Ana, y al detective sentado en el precipicio donde se
suicidó Mari, preguntándose a quien miraba la suicida cuando giró la cabeza: a
Xi. La representación volvía a imponerse sobre la percepción y la locura se
había apoderado del alma de Mari. Alonso Quijano representa el paradigma del
imperio de la representación sobre la percepción, pero creo que esta enfermedad
psicológica nos alcanza a todos, aunque en distintos grados y en diversas
modalidades.
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