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viernes, 21 de junio de 2002

Esperar a un taxi: análisis de su forma semiótica

Estoy en la acera de Pío XII esperando un taxi. Quien observe mi comportamiento sabe que espero un taxi. Que estoy en la acera es un hecho perceptible, representa el significante, que espero un taxi no es perceptible, representa el significado. Estoy al borde la acera, vigilo a los taxis que se aproximan, levanto la mano como señal de parada para un taxi.  Todos estos rasgos perceptibles constituyen el significante del significado: “espera a un taxi”.

Estar al borde la cera y mirar con atención a los coches que vienen son señales de que se está a la espera. Hay un matrimonio delante de mí, a 20 pasos, que tienen ese comportamiento. Podría estar esperando a un familiar o un amigo que viene a recogerlos. ¿Cómo distinguir entonces a estas personas que esperan a un amigo de otras personas que esperan un taxi? Hay un rasgo decisivo: en ningún momento los veremos levantar la mano que señala al taxista que pare. También podemos observar otro rasgo: se echan para atrás en la acera y se apoyan sobre la pared del inmueble. Otro rasgo más puede observarse: pasa un taxi y ellos no levantan la mano de parada.  No a todos los taxis que se aproximan a mi posición le levanto la mano de parada. Si van ocupados, no lo hago. Si el taxi está libre llevará la luz verde encendida y el cartel en el parabrisas que lleva escrito “libre”.

El dinero como expresión de la igualdad

El dinero sigue siendo el rey. Con él se mide el valor económico de todo. Lo hacen los gobiernos  cuando elaboran el presupuesto anual, lo hacen los comercios cuando presentan sus mercancías a los consumidores, y lo hacemos todos cuando elaboramos un inventario de nuestras propiedades.  Simulemos tal inventario. Sobre un folio dibujamos cuatro columnas: en la primera columna anotaremos el nombre del valor de uso o bien inventariado, en la segunda anotaremos el número de unidades, en la tercera el precio por unidad, y en la cuarta columna anotaremos el importe. Una vez hechas todas las anotaciones, hacemos dos operaciones matemáticas: multiplicamos las unidades por sus precios respectivos y sumaremos todos los importes parciales. De este modo en el importe total tendremos expresado  el valor de nuestro patrimonio en términos monetarios.

jueves, 20 de junio de 2002

Los múltiples modos del ser

Todos los documentales realizados sobre la vida animal ponen de manifiesto un hecho fundamental: los animales no cesan de luchar por la obtención de los medios de subsistencia. Hasta la propia procreación se presenta como una lucha por los medios de subsistencia, pues a las crías hay que alimentarlas. Si esto es un hecho clave en la vida animal, también lo será en la vida humana. Pensemos en el guepardo. La mayoría de los seres naturales representa para él  meros objetos externos. Sin embargo, un reducido sector de ellos, como las gacelas, representa medios de subsistencia, y otro sector, como los chacales, representa depredadores de sus crías. Por lo tanto, para el guepardo los objetos del mundo exterior no existen todos bajo la misma forma del ser, sino que unos existen como meros objetos externos, otros como medios de subsistencia y otros como depredadores.

La construcción de un mundo aparente -Semiótica literaria-

Aldonza Lorenzo, una moza labradora, ignoraba que el hidalgo Alonso Quijada le hubiera otorgado otro ser social, ser princesa y gran señora, y otro nombre más sonoro, Dulcinea del Toboso. El pobre rocín, que no era más que piel y huesos, ignoraba igualmente que su amo y señor le hubiera concedido otro ser social, ser un caballo de la entidad histórica de los famosos Babieca y Bucéfalo, y otro nombre más significativo, Rocinante. Quien no ignoraba estas transmutaciones era su autor, el propio Alonso Quijada, que igualmente se otorgó a sí mismo otro ser social, ser famoso caballero andante, y otro nombre más resonante, Don Quijote de la Mancha. En la realidad las cosas no cambiaron: Aldonza Lorenzo siguió siendo una labradora, Rocinante un caballo flaco, y Alonso Quijada un pobre hidalgo. Pero en la cabeza de Alonso Quijada esta realidad sufrió una gran transfiguración, de modo que la moza labradora era una princesa, su pobre rocín un gran caballo, y su humilde persona un famoso caballero. El mundo exterior, el mundo que se le presentaba  a sus sentidos, era una cosa, pero su mundo interior, el mundo que tenía metido en la cabeza, era otra cosa muy distinta. Lo que hacía más aparente la representación interna de Alonso Quijada eran los nombres, Dulcinea del Toboso, Rocinante y Don Quijote de la Mancha, con los que pretendía afianzar en el exterior su disparatada representación interior.

El significante como expresión de la igualdad entre lo real y lo ideal

Al comparar la manzana que estaba fuera del espejo con la manzana que estaba en el espejo, observábamos una diferencia cualitativa en su modo de existencia: el valor referencial de la manzana que está fuera del espejo existe en forma real porque existe en su propio cuerpo, mientras que el valor referencial de la manzana que está en el espejo existe en forma ideal porque existe en cuerpo ajeno. De esta manera distinguíamos de un modo objetivo la existencia real de los objetos del mundo exterior de su existencia ideal o en imagen.

El perro de las Meninas

Ramón Trujillo, en el axioma séptimo de libro Principios de Semántica textual, dice: “un texto es un objeto sensible, en el que no existe más que lo que en él se ve, y, sin embargo, es, al mismo tiempo, intangible: nadie puede hablar con el capitán Lebdiakin ni tocar el perro de las Meninas”. Pero si desobedeciéramos al profesor Trujillo y tocáramos al perro que hay en el cuadro de Velázquez, ¿qué ocurriría? Que no tocaríamos un perro sino simple pintura. De ahí que Ramón Trujillo nos advirtiera de que no lo tocáramos, puesto que lo que era un perro, con el concurso del sentido del tacto, deja de serlo. Si usted, atento lector, ve un perro en la calle, ve un perro; y cuando lo toca, toca un perro. Por lo tanto, el perro de la calle  es un perro tanto cuando lo ve como cuando lo toca, mientras que el perro de las Meninas es un perro cuando lo ve pero no lo es cuando lo toca. El perro de la calle y el perro de las Meninas son ambos perros para el sentido de la vista, pero para el tacto sólo el perro de la calle es un perro mientras que el de las Meninas es pintura.

El fisicalismo

Todas las personas que estén familiarizados con la filosofía moderna sabrán que sus representantes más destacados llaman objetos físicos a los objetos del mundo exterior. Pero no sólo los filósofos, también los lingüistas y los semiólogos denominan objetos físicos a los objetos del mundo exterior. ¿Por qué razón? Porque la física es la ciencia más fiable y objetiva, la que mayor crédito tiene entre los científicos. Parece que al denominar objeto físico a un objeto exterior se está poniendo un pilar seguro sobre el que no cabe dudar. Reflexionemos más detenidamente en esta cuestión. Si el filósofo reflexiona sobre una mesa, la denomina objeto físico; y si reflexiona sobre una piedra, también la denomina objeto físico. De manera que para esa reflexión filosófica es indiferente si el objeto de la reflexión es una piedra o una mesa. La razón de por qué una mesa es una mesa y no una piedra carece de importancia en esa reflexión.