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viernes, 21 de junio de 2002

El dinero como expresión de la igualdad

El dinero sigue siendo el rey. Con él se mide el valor económico de todo. Lo hacen los gobiernos  cuando elaboran el presupuesto anual, lo hacen los comercios cuando presentan sus mercancías a los consumidores, y lo hacemos todos cuando elaboramos un inventario de nuestras propiedades.  Simulemos tal inventario. Sobre un folio dibujamos cuatro columnas: en la primera columna anotaremos el nombre del valor de uso o bien inventariado, en la segunda anotaremos el número de unidades, en la tercera el precio por unidad, y en la cuarta columna anotaremos el importe. Una vez hechas todas las anotaciones, hacemos dos operaciones matemáticas: multiplicamos las unidades por sus precios respectivos y sumaremos todos los importes parciales. De este modo en el importe total tendremos expresado  el valor de nuestro patrimonio en términos monetarios.


Comparemos la primera columna, donde anotamos el nombre del valor de uso inventariado, con la última columna, donde anotamos la suma monetaria que representa cada bien inventariado. La primera columna expresa la diferencia entre los bienes de nuestro patrimonio, mientras que la cuarta columna expresa la igualdad de nuestro patrimonio, su igualdad como dinero. Surge en consecuencia la siguiente pregunta: si los precios expresan la igualdad de los bienes o mercancías, ¿qué propiedad las hace iguales? Marx responde: el trabajo socialmente necesario gastado en ellas. Al economista convencional no le queda más remedio que reconocer que el dinero en tanto precio expresa la igualdad de todos lo bienes. Pero se niega a reconocer que la propiedad común entre las mercancías sea el trabajo humano abstracto, el gasto de fuerza de trabajo. Si el dinero expresa la igualdad de las mercancías, entonces las mercancías deben compartir una propiedad en común, en virtud de la cual se puede establecer esa igualdad. 

  

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