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viernes, 21 de marzo de 2003

El hombre bomba

Uno de los generales del ejército irakíe ha dicho por televisión que una de las opciones que tiene su pueblo para defenderse de EE.UU. es producir hombres bombas. Este aviso tiene una clara función semiótica: aterrorizar a los familiares de los soldados estadounidenses, meterles el miedo en el cuerpo.


Los hombres bombas no son frutos del adoctrinamiento en dogmas religiosos, a quienes se les ha inculcado la semilla del mal, sino hombres que han padecido un torturante e infinito dolor,  una humillación sin límites, a manos del imperialismo. Son estos padecimientos, el infinito dolor y la execrable humillación,  la base que hace que sus mentes sean permeables a las acciones extremistas. Son hombres deshumanizados por el deshumanizado imperialismo.

No viven sino para vengar su dolor, la imagen de tener entre sus brazos su hija de dos años ensangrentada, sin vida, víctima de “los daños colaterales”, no pueden borrarla de sus mentes. Así que la muerte así concebida, como hombre bomba, es una liberación y una victoria. Por un lado, con la muerte se liberan del torturante e infinito dolor, y por otro lado, causan bajas entre las filas enemigas, sabiendo que así transfieren su  punzante e inaguantable  dolor a los familiares de los soldados estadounidenses muertos.

Los hombres bombas son tal vez las más eficaces de las bombas inteligentes, las más liberadas de los daños colaterales, mucho más inteligentes que las bombas lanzadas por los aviones del ejército invasor. (Cuánta diferencia semiótica hay entre llamar al ejército inglés y estadounidense  ‘ejército aliado’ que llamarlo ‘ejército invasor’. Es más, Bush lo presenta como ejército liberador. ¡Cuánta interpretación y variada interpretación hay contenida en los simples actos de la nominación)

El hombre bomba es ya en sí mismo un ser instalado en el no ser, un ser arrinconado por el no ser, por la negación de sí mismo. Su infinito dolor le impide vivir en el ser y disfrutar del ser. El hombre bomba se siente que ya no es y que la vida es también para él un no ser. Ya no quiere ir al encuentro del ser. De manera que su suicidio no se presenta como un tránsito del ser al no ser, sino como la culminación de su no ser.

El hombre bomba representa una peculiar unidad del sujeto y del objeto. En todas las experiencias humanas, en su infinita mayoría, es fácil distinguir el sujeto del objeto. Cuando un soldado estadounidense lanza una granada contra las guerrillas irakíes, no  se confunde en ningún momento con el objeto. Una cosa es él, el sujeto, y otra muy distinta es la granada, el objeto. Sabe que la granada es un valor de uso, una cosa que por sus propiedades puede ser útil para causar bajas en las filas enemigas. Y así lo usa. También sabe que la granada es un objeto externo y, por lo tanto, donde puede depositar su voluntad, desprendiéndose de él cuando lo realiza como valor de uso. Y así lo hace. Sin embargo, en el caso del hombre bomba, el sujeto es parte del sujeto. Su utilidad como parte de la bomba es transportarla hasta las filas enemigas. Pero además cumple una función semiótica: ocultar la bomba. Así que funciona como simple envoltura ocultadora.
marzo de 2003.

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