En
la vida hay dos formas de moverse: en círculo y en espiral.
Si nos movemos dando vueltas en torno a un círculo, continuamente pasaremos por los mismos puntos. Siempre permaneceremos a la misma distancia del centro. ¿Nos moveremos? Por supuesto que sí. Pero lo cierto es que no nos alejaremos del centro. Si consideramos la verticalidad de sus infinitos diámetros, nunca nos elevaremos ni profundizaremos con respecto al punto de partida. Siempre, y de forma continua, abarcaremos la misma superficie. Un movimiento cíclico sin expansión. Una simple quietud dinámica.
Por
el contrario, al movernos dando vueltas en espiral, nunca pasaremos por los
mismos puntos. Todos ellos serán diferentes. Nunca permaneceremos a la misma
distancia del punto central. Nos moveremos, hacia arriba, hacia abajo y en
todas direcciones, alejándonos, de forma continua, del centro. Ahora, con
respecto a la verticalidad nos elevamos y profundizamos, ensanchándose a cada
instante la superficie. Un movimiento cíclico en continua expansión. Un complejo
proceso dinámico.
Si
quiero conocer un objeto del mundo exterior, o un aspecto de mi mundo interior,
y me muevo en círculos, pasando siempre por los mismos puntos, al finalizar la
segunda vuelta pensaré que no hay nada nuevo bajo el sol, que todos los puntos,
lados y aspectos de la cuestión están ya analizados. Perderé la capacidad de
ampliar el concepto y siempre permaneceré en la misma particularidad. Mi conocimiento
se tornará superficial y limitado. Mi pensar se empobrecerá, perderá sensibilidad
y se mostrará incapaz de elevarse y profundizar. Pronto el objeto del
conocimiento perderá interés pensando que está superado y viviré en la
ignorante creencia del que piensa que sabe.
Si
me muevo en espiral, giraré en torno al mismo objeto pero cada vuelta representara un nuevo conocimiento que
englobara y superara al anterior y, al mismo tiempo, se abrirán nuevas y
desconocidas perspectivas que despertarán mi interés. De este modo, mi
conocimiento se irá elevando y profundizando. El objeto de estudio se ampliará y
su contenido se me mostrará más extenso. Sentiré la impresión y el deseo de que
puedo ir más lejos en la aventura del conocer y viviré en la duda impulsora del
que piensa que no lo sabe todo.
Si
nos envolvemos en nosotros mismos, en nuestra autoconciencia, ciegos
reduciremos el mundo a nuestro mundo interior. Nos convertiremos en un ser sin
desarrollo. Nos empobreceremos. Nos repetiremos moviéndonos en círculos.
Por
ello, dirijamos nuestras miradas al mundo exterior. Dejemos que ese mundo rico,
vivo, cambiante, diverso, dinámico, penetre dentro de nosotros y nos convierta
en seres en continuo cambio. La expansión del mundo exterior nos obligará a
movernos en espiral.
Ramón Galán. Miembro del CEKAM.
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