En un banco de color marrón oscuro, bajo una marquesina de cristal y metal, hay una mujer sentada que lleva una chaquetita blanca a la cintura y su pelo rubio recogido. Se oye el chapoteo del mar, corre una ligera brisa y al fondo se eleva el cielo de color azul blanquecino. A los pocos instantes llega otra mujer de pelo negro suelto, que lleva una chaqueta oscura que le llega a la rodilla. Días atrás Sara, la del pelo rubio recogido, le dijo a Isabel, la recién llegada, que vestía como una pordiosera. Isabel se había dejado ir en su apariencia, su rostro era serio y sus ojos inexpresivos.