Escenarios.
Mensaje 17 de julio de 2002.
Cada persona es distinta a la otra. Y el remedio que
sirve a una persona no sirve a la otra. Y el remedio que sirve a una persona en
una época determinada de su vida no le sirve en otra. Así que cada cual debe
decidir qué remedio le va mejor para cada época de su vida. Yo,
particularmente, cuando mejor me siento es cuando estoy fuera de mí mismo,
cuando estoy inmerso en mis investigaciones filosóficas. Prefiero estar volcado
hacia el exterior. No me gusta hurgar mucho en el interior. No permito que las
cosas malas que me han pasado echen raíces en mi conciencia.
No confío mucho en las palabras, en las promesas, en
ahora haré esto y no lo otro, en que voy a cambiar. Yo prefiero los hechos, las
pruebas, el quehacer. No me gustar vivir permanentemente en el conflicto entre
el querer y el hacer. Así destrozaría mi entusiasmo y mi alegría. Y no quiero
entristecer a mis seres queridos y desanimarlos.
Hace años leí un libro de una autora estadounidense
donde su protagonista principal, una mujer negra, no cesaba de hacer cosas para
no pensar. Su vida estaba tan llena de desgracias, tan llena de penalidades,
que si se ponía a pensar en ellas se hundía del todo; y tenía que atender a sus
hijos, asegurarles el sustento y hacer familia. Ese era el mejor remedio para
esa mujer, el único modo que tenía de seguir adelante. Hay más remedios, pero
ese es uno.
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