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sábado, 9 de febrero de 2013

El mundo en transicion

En su obra Conceptos fundamentales de la historia del arte Heinrich Wölfflin trata de establecer las diferencias entre el estilo lineal y el estilo pictórico, pero observa que un determinado pintor A comparado con un pintor B puede ser clasificado dentro del estilo lineal y que al compararlo con un pintor C puede ser clasificado dentro del estilo pictórico. “En esto se venga la pobreza del lenguaje. Habría que tener mil palabras para poder calificar todas las transiciones”. Esto lo dice en la página 71 según la edición Espasa Libros 2011, pero en la página 104 vuelve a insistir en lo mismo usando otros términos: “Aun manejando con economía todos los conceptos, no bastan sencillamente las dos palabras, lo pictórico y lo no pictórico, para calificar los innumerables matices de la evolución histórica”. Y no deja las cosas ahí. En la página 296 añade esto otro: “Haciendo notar estas cosas, que determinan la diferencia entre la época clásica y la época preclásica, descubriremos las bases de nuestro verdadero tema. Sólo que en seguida se deja notar del modo más sensible la carencia de vocablos que marquen bien las diferencias”.

Cuánta verdad hay en lo que dice Wölfflin, pero no sólo referido a la historia del arte, sino también en lo que afecta al mundo de la economía política y al mundo de la filosofía. Hablamos de las transiciones entre contrarios en los procesos evolutivos, de los innumerables matices y de las múltiples diferencias. Tal vez hayamos fijado los contrarios uno frente al otro de modo rígido: estilo lineal frente a estilo barroco, materialismo frente a idealismo, lo privado frente a lo público, y socialismo frente a capitalismo. Y al querer captar el mundo con esas categorías  erramos en la representación del mismo. No nos hemos detenido lo suficientes en la idea de los procesos de transición; y si en algunos casos  la hemos tenido en consideración, no lo hemos hecho de una manera sustancial sino de una manera subrogada a algunos de los contrarios. Aunque fue una conquista del pensamiento hegeliano la concepción de la sustancia como proceso, la continua metamorfosis de  unos conceptos en otros, el pensamiento filosófico, a excepción del de Marx, siguió atado a las oposiciones abstractas y absolutas.  No hemos terminado de comprender que la clave está en los procesos de transición. Y nuestro lenguaje, al menos el de la izquierda,  no es un lenguaje apto para reflejar tal estado de cosas.

Pero no siempre ha sido así. La izquierda no ha sabido todavía reconocer el poderoso potencial del pensamiento de Ilích Ulianov para la actividad política, su aguda inteligencia, y su disposición espiritual al continuo cambio. En sus cuadernos filosóficos, en la parte dedicada a comentar Ciencia de la Lógica de Hegel, dice lo siguiente: “La imaginación corriente capta la diferencia y la contradicción, pero no la transición de lo uno a lo otro, que es sin embargo lo más importante”. Así es: lo más importante para la vida, para la historia y para la revolución, es la transición entre un contrario y otro. Y no como de forma obsesiva hace la extrema izquierda: oponer de forma absoluta un contrario y otro, no cesar de mencionar las diferencias entra los contrarios, permanecer fijo y atado  en la contradicción. Es una forma de negar el movimiento, la evolución, el cambio.

Por eso creo que tiene plena razón Wölfflin cuando se queja de que no disponemos de los suficientes vocablos para expresar las múltiples transiciones,  matices y diferencias entre los contrarios. No queremos decir con esto que estemos ante un problema de lenguaje, sino sencillamente que el lenguaje no nos ayuda. Pero sí estamos ante un problema de concepción. Nos falta tener una concepción dialéctica del mundo. Después de la transformación del mundo bipolar del tiempo de la guerra fría en el mundo multipolar del periodo de la globalización ha sobrevenido las diferencias profundas entre la izquierda radical. La llamada “primavera árabe” ha mostrado que nos faltan muchos conceptos para explicar los matices y las diferencias que existen entre esos movimientos y los movimientos revolucionarios de la burguesía del siglo XIX y de los trabajadores del siglo XX.

Ya nada está tan claro. Todo no se puede reducir a las contradicciones simples de izquierda y derecha, de revolucionarios y reformistas, de radicales y conservadores, de extremistas y moderados, de comunistas y fascistas, de socialismo y capitalismo, y de idealismo y materialismo. Ya ha pasado la época de los conceptos caja, con contenidos cerrados sobre sí mismo, con netas y abismales diferencias entre ellos. Ha llegado la época de los conceptos rejillas, con contenidos abiertos a los otros conceptos, y con miles de transiciones entre ellos. Ha llegado la época de los matices, de las diferencias relativas y de las transiciones. Y el lenguaje tiene que acoplarse a esta nueva realidad.

El lenguaje de la economía política de la izquierda tiene que cambiar, también su filosofía y también su cultura. Debe situarse en mundo concebido como proceso de transición, como proceso de interacción de lo viejo y de lo nuevo, como movimiento hacia adelante y hacia atrás. Debe enriquecerse y no siempre la riqueza está en lo nuevo. Hay cosas viejas, como sucede en el arte, que hay que conservar, porque son poderosas armas para la transformación del mundo. La luz viene también del pasado y en ocasiones con una fuerza inusitada. El pensamiento de Marx es una de esas poderosas fuerzas. También lo es el pensamiento de Hegel. La concepción de un mundo en proceso de transición implica que el pasado vuelve significativo el presente.   

Vivimos en una época de continuos e incesantes cambios. Han muerto las formas puras y han llegado para suplantarlas las formas mixtas, las formas mezcladas, las formas evolutivas.  Es la época de las múltiples diferencias, de los flujos y de los reflujos, y de las difíciles y complejas transiciones.  Ha llegado la hora de que un nuevo lenguaje y un nuevo arte se hagan cargo de este mundo en agitado cambio y profundización.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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