En su obra Conceptos
fundamentales de la historia del arte Heinrich Wölfflin trata de establecer
las diferencias entre el estilo lineal y el estilo pictórico, pero observa que
un determinado pintor A comparado con un pintor B puede ser clasificado dentro
del estilo lineal y que al compararlo con un pintor C puede ser clasificado
dentro del estilo pictórico. “En esto se venga la pobreza del lenguaje. Habría
que tener mil palabras para poder calificar todas las transiciones”. Esto lo dice
en la página 71 según la edición Espasa Libros 2011, pero en la página 104
vuelve a insistir en lo mismo usando otros términos: “Aun manejando con
economía todos los conceptos, no bastan sencillamente las dos palabras, lo
pictórico y lo no pictórico, para calificar los innumerables matices de la
evolución histórica”. Y no deja las cosas ahí. En la página 296 añade esto
otro: “Haciendo notar estas cosas, que determinan la diferencia entre la época
clásica y la época preclásica, descubriremos las bases de nuestro verdadero
tema. Sólo que en seguida se deja notar del modo más sensible la carencia de
vocablos que marquen bien las diferencias”.
Cuánta verdad hay en lo que dice Wölfflin, pero no
sólo referido a la historia del arte, sino también en lo que afecta al mundo de
la economía política y al mundo de la filosofía. Hablamos de las transiciones
entre contrarios en los procesos evolutivos, de los innumerables matices y de
las múltiples diferencias. Tal vez hayamos fijado los contrarios uno frente al
otro de modo rígido: estilo lineal frente a estilo barroco, materialismo frente
a idealismo, lo privado frente a lo público, y socialismo frente a capitalismo.
Y al querer captar el mundo con esas categorías erramos en la representación del mismo. No nos
hemos detenido lo suficientes en la idea de los procesos de transición; y si en
algunos casos la hemos tenido en consideración,
no lo hemos hecho de una manera sustancial sino de una manera subrogada a
algunos de los contrarios. Aunque fue una conquista del pensamiento hegeliano
la concepción de la sustancia como proceso, la continua metamorfosis de unos conceptos en otros, el pensamiento
filosófico, a excepción del de Marx, siguió atado a las oposiciones abstractas
y absolutas. No hemos terminado de
comprender que la clave está en los procesos de transición. Y nuestro lenguaje,
al menos el de la izquierda, no es un
lenguaje apto para reflejar tal estado de cosas.
Pero no siempre ha sido así. La izquierda no ha
sabido todavía reconocer el poderoso potencial del pensamiento de Ilích Ulianov
para la actividad política, su aguda inteligencia, y su disposición espiritual
al continuo cambio. En sus cuadernos filosóficos, en la parte dedicada a
comentar Ciencia de la Lógica de
Hegel, dice lo siguiente: “La imaginación corriente capta la diferencia y la
contradicción, pero no la transición de lo uno a lo otro, que es sin embargo lo
más importante”. Así es: lo más importante para la vida, para la historia y
para la revolución, es la transición entre un contrario y otro. Y no como de
forma obsesiva hace la extrema izquierda: oponer de forma absoluta un contrario
y otro, no cesar de mencionar las diferencias entra los contrarios, permanecer
fijo y atado en la contradicción. Es una
forma de negar el movimiento, la evolución, el cambio.
Por eso creo que tiene plena razón Wölfflin cuando
se queja de que no disponemos de los suficientes vocablos para expresar las
múltiples transiciones, matices y diferencias
entre los contrarios. No queremos decir con esto que estemos ante un problema
de lenguaje, sino sencillamente que el lenguaje no nos ayuda. Pero sí estamos
ante un problema de concepción. Nos falta tener una concepción dialéctica del
mundo. Después de la transformación del mundo bipolar del tiempo de la guerra
fría en el mundo multipolar del periodo de la globalización ha sobrevenido las
diferencias profundas entre la izquierda radical. La llamada “primavera árabe”
ha mostrado que nos faltan muchos conceptos para explicar los matices y las
diferencias que existen entre esos movimientos y los movimientos
revolucionarios de la burguesía del siglo XIX y de los trabajadores del siglo
XX.
Ya nada está tan claro. Todo no se puede reducir a
las contradicciones simples de izquierda y derecha, de revolucionarios y
reformistas, de radicales y conservadores, de extremistas y moderados, de
comunistas y fascistas, de socialismo y capitalismo, y de idealismo y materialismo.
Ya ha pasado la época de los conceptos caja, con contenidos cerrados sobre sí
mismo, con netas y abismales diferencias entre ellos. Ha llegado la época de
los conceptos rejillas, con contenidos abiertos a los otros conceptos, y con miles
de transiciones entre ellos. Ha llegado la época de los matices, de las
diferencias relativas y de las transiciones. Y el lenguaje tiene que acoplarse
a esta nueva realidad.
El lenguaje de la economía política de la izquierda
tiene que cambiar, también su filosofía y también su cultura. Debe situarse en
mundo concebido como proceso de transición, como proceso de interacción de lo
viejo y de lo nuevo, como movimiento hacia adelante y hacia atrás. Debe
enriquecerse y no siempre la riqueza está en lo nuevo. Hay cosas viejas, como
sucede en el arte, que hay que conservar, porque son poderosas armas para la
transformación del mundo. La luz viene también del pasado y en ocasiones con
una fuerza inusitada. El pensamiento de Marx es una de esas poderosas fuerzas. También
lo es el pensamiento de Hegel. La concepción de un mundo en proceso de
transición implica que el pasado vuelve significativo el presente.
Vivimos en una época de continuos e incesantes
cambios. Han muerto las formas puras y han llegado para suplantarlas las formas
mixtas, las formas mezcladas, las formas evolutivas. Es la época de las múltiples diferencias, de
los flujos y de los reflujos, y de las difíciles y complejas transiciones. Ha llegado la hora de que un nuevo lenguaje y
un nuevo arte se hagan cargo de este mundo en agitado cambio y profundización.
No hay comentarios:
Publicar un comentario