Llevo un tiempo desilusionado y desganado con lo que
ocurre en la realidad. Lo que sucede en la realidad contradice mi fondo de
esperanza, que no es otro que ver algún día una manifiesta y aplastante
victoria del trabajo sobre el capital. Solo observando los conflictos sociales de
Ucrania podemos comprobar que las luchas entre las grandes regiones económicas
están determinando el curso del desarrollo social y no las luchas sociales
entre capital y trabajo. Me desgana aún más ver a insignes representantes de la
izquierda radical caer una y otra vez en el mismo error: tomar como punto de
partida de sus análisis no lo que ocurre en la realidad, sino lo que gravita en
su pensamiento. Siguen presa de la representación de la lucha de clases del
siglo XIX y principios del siglo XX: las
diferencias entre el capital y el trabajo eran en ese entonces claras y sus
contornos no se confundían. Pero aquel mundo ha dejado de existir. No en el
sentido de que la lucha de clases y con ella las clases sociales hayan
desparecido, sino en el sentido en que las transiciones entre las clases
sociales y las formas mixtas de clase son lo dominante. Este mundo nuevo, que
tomó cuerpo después de la segunda guerra mundial, fue lo que provocó el
revisionismo de los partidos comunistas europeos y la volatilización de los
principios de la izquierda radical, que sigue moviéndose en los márgenes de la
historia. Sigue hablando de los trabajadores como si constituyeran una masa
homogénea con intereses comunes fáciles de organizar, aunque la realidad, y la
prueba la encontramos en las consultas electorales, sigue demostrándoles que
dicha masa es enormemente heterogénea.
La heterogeneidad de las
clases sociales: propiedad y gestión
En el siglo XIX quienes percibían beneficios se
volvían ricos, mientras que los que percibían un salario solo tenían para
satisfacer sus necesidades básicas. Antes
para enriquecerse había que ser propietario privado de los medios de
producción, mientras que hoy día puedes enriquecerte hasta los topes sin
necesidad de cumplir con ese requisito. Desde que surgieron las grandes
empresas, desde que la propiedad de las empresas se volvió social, los grandes
directivos se volvieron los amos del mundo. En concepto de salario, primas e
incentivos ganan más dinero en un mes que lo que ganan en concepto de beneficio
los pequeños y medianos capitalistas en un año. Resulta contradictorio que
cuando sobrevino la propiedad social de las empresas, cuando los propietarios
de las empresas se cuentan por millones, el enriquecimiento de las minorías se
ha vuelto disparatado e incontrolable. A los consejos de administración de las
grandes empresas nadie los controla y sus miembros ganan lo que quieren. Han
convertido el contrario del capital, esto es, el trabajo, bajo la modalidad
especial de directivo, en una fuente de
tal caudal de ingreso que el más avispado de los capitalistas del siglo XIX jamás
pudo imaginar. Marx celebraba el advenimiento de las sociedades anónimas, con
la separación de la propiedad de la gestión, como un momento clave en la
transición entre la sociedad capitalista y la sociedad socialista. Se
demostraría de ese modo que los capitalistas se enriquecían no por su trabajo
sino por ser los propietarios de los medios de producción. No pudo imaginar en
ese entonces que el golpe de gracia a favor del capitalismo más desaforado iba
a provenir de la función de trabajo y no de la función de la propiedad. Y así
ha sido: los sueldos de los directivos de las grandes empresas no dejan de
impresionarnos. Los sueldos, por ejemplo, de los directivos del BBVA pueden
ascender a 7 millones de euros anuales. En diez años se vuelven inmensamente
ricos.
Hay otra cuestión más importante. Para dominar el
mundo no necesitas poseer la mayoría de las acciones de una empresa. Piénsese
que Emilio Botín posee solo el 1 por ciento de las acciones del Banco Santander
y preside esa entidad bancaria desde 1986. Su patrimonio asciende a más de
1.600 millones de euros. Se ha enriquecido mediante la función de trabajo y
mediante la propiedad minoritaria del banco. Hay un cambio sustancial en las
relaciones entre capital y trabajo tal y como se daba en el siglo XIX y
tal como se ha ido dando desde los años veinte del siglo pasado. Capitalistas,
en el sentido de propietarios de acciones, lo son una gran masa social, donde
debemos incluir a muchos trabajadores. Los trabajadores dueños de acciones no
son trabajadores puros, han sido flechados por las formas del capital y cobran
dividendos, aunque sean en poca cantidad.
Y los directivos, como Emilio Botín, son capitalistas flechados por la
función de trabajo, la de gestor, y por ese concepto se enriquecen más que por
su condición de propietario de capital. O para mayor precisión: el dinero que
ingresan bajo el concepto de salario lo convierten de continuo a la forma de
capital. De ahí que afirme que las clases sociales en la actualidad no son
puras sino mixtas. Pero los líderes más destacados de la izquierda radical
siguen representándose el mundo de forma errónea: en un lado ponen a los
trabajadores, como una gran masa social desposeída de los medios de producción,
y enfrente ponen a los capitalistas,
como los grupos minoritarios propietarios de los medios de producción. Les
domina la representación de la lucha de clases del siglo XIX frente a la
realidad actual, donde solo el caso de Emilio Botín demuestra que el mundo ya
no es aquel, pues poseyendo solo el 1 por ciento de las acciones tiene el poder
del Banco de Santander, esto es, el poder de un capital social cuya
capitalización asciende al 28 de febrero de 2014 a 75.909 millones de euros.
Los dueños de preferentes y subordinadas, aunque sean
muchos de ellos familias de trabajadores y hayan sido estafados, han
participado de los beneficios que reporta las formas del capital productor de
interés. Luego una gran masa de trabajadores no solo perciben ingresos
derivados de su función de trabajo, sino también de su función de propietarios
de capital. Si a ello sumamos el hecho de que hay bastantes trabajadores que
tienen viviendas en alquiler, esto nos
afianza aún más en la idea de que las clases sociales tienen formas mixtas. Y
las formas mixtas es el anuncio de que vivimos en una época de transición. Lo
que sucede es que muchos creen que cuando se habla de transición se habla de un periodo corto, de un puente
que nos lleva de un lugar a otro; pero en la historia económica esto no es así:
los periodos de transición pueden durar siglos.
La globalización y la
adecuación de las fuerzas sociales
Que el mundo se haya vuelto global significa no solo
una mayor interdependencia entre las naciones respecto a periodos anteriores,
puesto que desde el descubrimiento de América podemos considerar que el mundo
inició la etapa de su globalización, sino que la regionalización de la economía
ha recibido nuevos impulsos –la Unión
Europea es una de las pujantes manifestaciones de esa regionalización– y los fenómenos económicos se han vuelto más
simultáneos, hecho que se demuestra fundamentalmente en el ámbito financiero.
La época de la globalización exige fuerzas sociales globales y, por lo tanto,
superpoderosas. En este respecto son las grandes empresas y en especial los
grandes bancos los que más se adecuan por sus dimensiones al mundo global. Han
quedado por detrás los Estados y aún más por detrás los partidos políticos. De
ahí la importancia de los macroestados, como son los casos de EEUU, China y
Rusia, como medio para combatir el desenfreno generado en el mercado mundial
por las grandes empresas. De ahí igualmente la necesidad de avanzar en el
proceso de institucionalización de la Unión Europea. No podemos pensar en
pequeño y actuar con fuerzas pequeñas en el periodo histórico donde domina lo
grande. En este sentido las tendencias dominantes en la izquierda radical
siguen siendo desoladoras: por una parte, por esa tendencia imparable a crear
pequeñas formaciones políticas, y por otra parte, por esa tendencia carente de
horizonte y de apego a la realidad que la lleva a defender que España se salga
de la unión monetaria europea. Si ya desde la Unión Europea resulta difícil
luchar contra las fuerzas capitalistas globales, mucho más lo será desde una nación
aislada. Creo que sin la mentalidad de pensar en grande en el ámbito de la
actuación política, el destino de la izquierda radical seguirá siendo los
márgenes de la historia.
Esta interesante el analisis aunque no comparto mucho su tesis central. Para no abundar mucho y debido a que otros pueden argumentar mucho mejor que yo (ya que me considero un aprendiz todavia de la teoria marxista) sugiero la lectura de este articulo http://www.lahaine.org/index.php?p=60247 para claridad sobre las clases sociales y sobre todo la importancia primoridal de la propiedad privada, (leasse medios de produccion) y el Estado en la dinamica capitalista.
ResponderEliminarPaz y respeto,
Estimado Francisco, en la esencia comparto la descripción de cuanto parece está sucediendo en la dispersión, transiciones y solapamientos en las actitudes y comportamiento sociales y económicos.
ResponderEliminarEn mi caso, me siento confiado e ilusionado por la gran dispersión y la enorme masa heterogénea en curso, pues, supone una oportunidad sin igual de liberarnos del aleccionamiento caducado, después de siglos de deriva. La dispersión del conocimiento constituye la pieza fundamental para encontrar un nuevo paradigma, que remplace al moribundo que se resiste a sucumbir. Mi percepción y convicción es, que estamos en los albores de algo nuevo que no somos capaces de ver y reconocer nítida y claramente por falta en identidad de nombre y forma. Sin duda alguna, muchos ya vemos y tocamos con la punta de los dedos en el pensamiento, la nueva buena en alumbrar, que requerirá de mucho esfuerzo colectivo para plasmar con palabras. Ciertamente, individualmente solemos idealizar los pensamientos, que en multitud de ocasiones se ven frustrados, pero cuando se aúnan las fuerzas de muchos, se logran cristalizar nuestros sueños. Una de las claves para que el nuevo alumbramiento sea visible con todo su esplendor sería, que cada uno y todos juntos recuperemos la propia confianza y autoestima y en la de los demás. Desgraciadamente, el único y mayor problema insalvable es, que nuestro tiempo presente es demasiado breve para todo cuanto necesitamos aprender de utilidad y provecho para uno mismo y los demás.
Un cordial saludo.
Juan Bernardo montejb