He terminado de leer el capítulo 1 de El triunfo del dinero de Niall Ferguson
titulado Sueños de avaricia. Si me
dejara guiar por la satisfacción intelectual que me ha producido, dejaría de
leer este libro. Pero mi obligación ética, mi compromiso con la lucha teórica
por el socialismo, me impide hacerlo. Hay que saber cuál es el pensamiento
dominante y no hay más remedio que estudiar a sus más insignes representantes.
Esperaba más envergadura conceptual y más profundidad histórica. Pero me he
quedado con las ganas.
El libro de Niall Ferguson es una apología del
sistema financiero capitalista. Al igual que a Niall Ferguson le cuesta
diferenciar entre el dinero y el dinero como capital, del mismo modo le resulta
imposible distinguir entre el sistema financiero y la naturaleza capitalista
del sistema financiero. El mal no está en el sistema financiero, esto es, en el
sistema de crédito y en los mercados de valores, sino en la naturaleza
capitalista de ese sistema. Esta incapacidad para diferenciar una cosa de la
otra, que no es más que la incapacidad para distinguir el valor de uso del
valor, es la que lleva a Niall Ferguson a no criticar con toda la dureza y
profundidad que se merece los escandalosos ingresos que se dan entre los dueños
y gestores del sistema financiero.
De ahí que abrace la definición más superficial que
existe sobre el precio. Y reza así: el precio es la cantidad de dinero que
alguien está dispuesto a darte por el bien o servicio que le ofreces. No hay
que ser muy avispado para comprender la naturaleza puramente superficial de
esta definición: presentar el precio como una relación puramente externa entre
dos agentes económicos y donde lo que predomina en última instancia es la
subjetividad. Sin duda que es la definición más adecuada para justificar los
precios e ingresos irracionales. Y de ese modo –esto ya lo observó Marx–, al
exponer las categorías económicas como expresión de las relaciones que se dan
en la superficie de la economía, estos teóricos se convierten en apologistas
del sistema capitalista vigente.
Y para salir adelante con sus apologistas propuestas
teóricas se ponen enfrente unos imaginarios contrincantes que esgrimen las
banderas del socialismo reaccionario. Así en la página 81 Niall Ferguson se
luce con esta afirmación: “Un mundo sin dinero sería peor, mucho peor, que
nuestro mundo actual”. La pregunta sería: ¿Es posible hoy día un mundo sin
dinero? No. ¿Tiene sentido desde el punto de vista de los intereses del
socialismo luchar por un mundo sin dinero? No. Luego carece de sentido suponer
un imposible para descatalogar el imposible y afirmar su negación: un mundo con
dinero. Aunque bajo la expresión “un mundo con dinero” se esconde esta otra: “un
mundo dominado por el capital”. Y además el problema no está en el dinero, sin
quiénes lo poseen y en qué cantidad. El problema está en que hay personas que
tienen mucho dinero y otras muy poco. Y esto no sucede por arbitrio ni es causa
de la suerte, de la fortuna o de la inteligencia, sino porque hay un sistema
que permite a unas personas apropiarse de más trabajo social que el que aportan
a la sociedad. Pues no hay que olvidarse que el dinero es el signo del trabajo
humano abstracto, o lo que es lo mismo, del gasto de fuerza de trabajo humana
sin tener en cuenta la forma de su gasto.
E
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