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martes, 22 de noviembre de 2011

A una señal mía

Después de que Luccio Anneo Séneca, en su obra titulada De la clemencia, expresara las intenciones de su reflexión, “Me he propuesto escribir de la clemencia, oh Nerón César, para servirte en cierto modo de espejo, y mostrándote tu imagen a ti mismo, hacerte llegar al placer más inminente”, unos párrafos más adelante, hablando como si fuera el propio Nerón, dio expresión a esta impactante imagen: “Esos millares de espadas que mi paz mantiene ociosas brillarán a una señal mía: tales naciones quedarán destruidas, tales serán trasladadas, tales recibirán la libertad, aquéllas la perderán, aquellos reyes serán esclavos, tales cabezas recibirán la real diadema, tales ciudades se destruirán y tales otras se edificarán; todo esto está en mi mano”.


Varias cuestiones merecen aquí alguna reflexión. Primero la importancia que tiene construir la imagen de una persona. Pero una imagen construida con palabras y no con colores, puesto que la imagen construida con palabras puede incluir detalles y matices que jamás la imagen cromática puede proporcionar. En cada palabra, como por ejemplo la palabra “paz”, hay incorporada un conjunto de representaciones y asociaciones que jamás la mejor imagen cromática podría contener. Es más: hay situaciones y detalles de la realidad que sólo con las palabras se pueden representar.

Si bien construir la imagen de una persona es en general importante, más importante lo es el de aquellas personas que concentran mucho poder. Puesto que las decisiones y acciones de las personas poderosas afectan a la vida de las mayorías sociales, y éstas deberían saber a qué atenerse y qué esperar de aquellos. Pero aquí Séneca más que construir la imagen del propio Nerón, construye la imagen del Nerón que él desea para Roma. O tal vez, y para ser más justos, cuando construimos la imagen de otro, incorporamos elementos de cómo es realmente el otro  y elementos de cómo deseamos que sea. Combinamos en la imagen construida lo real con lo ideal, lo existente con lo inexistente. Tal vez haya casos en que se construyan imágenes de otros que sólo contengan lo inexistente. El cine estadounidense se inclina mayoritariamente por construir imágenes dominadas por lo inexistente.  

De lo que he transcrito del texto de Séneca me ha causado una gran impresión el siguiente fragmento. Ha producido en mí una nítida imagen cargada de una gran fuerza representativa: “Esos millares de espadas que mi paz mantiene ociosas brillarán a una señal mía”. “Espadas ociosas” es una expresión de mucho contenido, pero lo es aún mas “las espadas brillarán”.  Y sobre todo por lo que significa socialmente que las espadas brillen: naciones destruidas, naciones trasladadas, naciones que perderán su libertad,  y reyes que serán esclavos. Y las espadas brillarán –esto queda expresado de forma absolutamente semiótica –a una señal de Nerón. Todo eso, todo ese poder destructivo, dice Séneca, está en la mano de Nerón. Y que las espadas estén ociosas, que las espadas no causen destrucción y muerte, también depende de Nerón, de su propia paz. Todo depende de Nerón César. Desempeña en la tierra las veces de los dioses. Así lo dice Séneca, y añade esto otro hablando como si fuera Nerón: “yo soy el árbitro de la vida y la muerte en las naciones”.

Hoy día hay otra espada que también brilla, y no cesa de hacerlo, y causa de forma irreparable destrucción de riqueza y el empobrecimiento de grandes masas sociales: el capital monetario, el capital que arroja interés sin que sus propietarios trabajen, el capital que se ha vuelto un sujeto automático, que nace de sí mismo y se reproduce a sí mismo. Él sólo existe para conservarse y crecer. Aunque su conservación y multiplicación genere paro y mayor explotación de la fuerza de trabajo, nada le impide seguir brillando como las espadas de Nerón. Y cuanto más dificultad tenga un Estado para financiar su deuda, cuanto más paro padece, los dueños del capital monetario exigen más intereses.

No hay que hacer como Séneca, que rogaba a Nerón que fuera clemente. No hay que indignarse siquiera porque los poderosos no sean clementes. ¡No! La indignación es un estado todavía de resignación. La indignación es todavía un estado de preconciencia. Hay que rebelarse. Hay que quitarles las espadas a los capitalistas monetarios. Están destruyendo nuestra paz, el Estado del bienestar, la vida serena. Los seres humanos no estamos en la tierra para sufrir y pasar calamidades. Estamos en la tierra para disfrutar de la riqueza y del tiempo libre. Estamos en la tierra para tener educación y salud. Estamos en la tierra para desarrollarnos y conservarnos como seres humanos. Los capitalistas monetarios no son dioses aunque su avaricia los lleva a actuar como tales. Y provocan, y no cesan de hacerlo con cada paso de desarrollo de la crisis, la deshumanización de una gran parte de la población. Debemos destruir a los capitalistas monetarios. Debemos aniquilarlos. Debemos hacerlos desaparecer de la faz de la tierra. Si no lo hacemos, ellos nos destruirán a nosotros, a las grandes mayorías sociales, que queremos ser dueños de nuestro destino y hacer una vida digna, pletórica, libre.



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