El 1 de octubre celebramos una de las reuniones
quincenales del Centro de Estudios Karl Marx. Teníamos como objeto de estudio
dos pequeñas secciones de la obra de Ovidio titulada Metamorfosis: El origen del
mundo y la creación del hombre. Nuestro objetivo era aprender la sintaxis
del texto de Ovidio y la selección del léxico. La ventaja consiste en que
Ovidio es un gran escritor y mientras lo estudiamos nosotros estamos a su
altura o lo intentamos. Empleamos una hora y media en estudiar cuatro páginas.
Y sólo obtuvimos una primera impresión. Todos estos textos hay que estudiarlos
muy a fondo y para ello se necesitan varias lecturas detenidas y detalladas.
Sólo así podremos obtener algún fruto digno de crédito. Todos admiramos y
disfrutamos de la enorme calidad literaria de Ovidio. Y le sacamos cierto
partido.
Uno de los asuntos que planteé en la reunión es que
bajo el punto de vista de la representación este tipo de literatura tiene
ciertas facilidades. Todo está sustantivado, todo es sujeto: el mar, el aire,
la tierra, el viento,… Hay cierta candidez e inocencia en todo esto. A nosotros
no nos cabe en la cabeza que la gente de aquel entonces pudiera pensar así.
Pero han pasado más de dos mil años desde que las fuerzas de la naturaleza fueran
representadas como dioses. Hubo aquí un pequeño problema. Uno de los miembros
del Cekam tenía dudas acerca de cómo tenía que representarse a los dioses.
Aclaré que no deberíamos confundir la claridad propia del ámbito científico con
la claridad propia del ámbito religioso. Justamente la religión se distingue de
la ciencia por su falta de claridad. Debemos poner en el caso de la religión
mucha fe y una buena dosis de imaginación y fantasía. Así que no hay que buscar
en las representaciones religiosas la intelección que tenemos de los conceptos
científicos. Lo importante es representarse las fuerzas y entes de la
naturaleza como sujetos que tienen intencionalidad. Si consideramos que todos
los entes de la naturaleza son dioses, el azar quedará fuera de la vida del
hombre y todo ocurrirá por alguna razón o causa. La religión puede ser
considerada en este sentido como la primera envoltura del conocimiento
científico: allí donde el hombre y la mujer de hoy buscan las leyes que
expliquen los fenómenos naturales y sociales, el hombre y la mujer de antaño
ponían un dios.
Una vez estuve en mí casa repasé el libro de Aby
Warburg sobre Sandro Botticelli, un
estudio histórico artístico sobre dos de las obras del pintor del primer renacimiento: El nacimiento de Venus y La Primavera.
Justamente en el cuadro El nacimiento de
Venus aparecen dos vientos que soplando sobre las olas empujan a Venus
hacia la orilla. Aquí el viento viene representado por el soplo realizado por
dos figuras humanas. No sabría decir, en primera instancia, si esa es la
representación adecuada del viento en tanto dioses: una figura humana que
sopla. O no: tal vez deberíamos representarnos a los vientos como dioses sin
más. Sólo con nombrarlos, llamando Euros al viento del este, Zéfiro al viento
del oeste, Bóreas al viento del norte y Austro al viento del sur, debería
bastar. Tal vez deberíamos quedarnos en el nombre y no ir a la representación.
Aunque la pintura no puede hacer tal cosa: su esencia está en la
representación.
Dice Ovidio que al principio el único aspecto de la
naturaleza en todo el orbe era el caos: desorden, confusión y oscuridad. Así
era el mundo antes que el dios benefactor actuara. Pero cuando se puso manos a
la obra todo cambió: realizó una tarea de diferenciación separando del cielo
las tierras y de las tierras las aguas,
liberó a todas las cosas del oscuro montón, y luego unió las partes distintas del mundo
en armoniosa paz. No creó el mundo de la nada como el dios cristiano, sólo puso
orden y luz a lo ya existente. Bienvenido fue.
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