“El
hombre debe hacerse libre, es decir, un hombre de talante justo y ético, y
ciertamente a través del camino de la educación. En aquella representación la
educación ha sido definida como la superación del mal, y con ello ha sido
colocada en el terreno de la conciencia, mientras que la educación tiene lugar
de un modo inconsciente. En esta forma del culto se produce la superación de la oposición del bien y del mal; el hombre
natural es concebido como malo, pero el mal es el elemento de la separación y
de la alienación, y esta alienación ha de ser negada.
Pero esta apropiación de la reconciliación tiene
lugar por medio de la negación de la alienación, mediante la renuncia; por
tanto, cabe preguntarse ahora: ¿qué es, más en concreto, aquello a lo que debe
renunciar el hombre? Es preciso renunciar a su voluntad particular, a su
apetito y a sus instintos naturales. Puede entenderse esto como si los
instintos debieran ser aniquilados y no meramente purificados, como si debiera
ser destruida la vitalidad de la voluntad. Esto es totalmente inadecuado: lo
verdadero consiste en que sólo el contenido impuro debe ser depurado, es decir,
en que su contenido debe hacerse conforme a la voluntad ética”. G.W.F. Hegel. El
concepto de religión. F.C.E. Pág. 313.
La crisis económica desatada en 2008 no sólo ha
puesto de manifiesto los límites del capitalismo y las imperfecciones de la globalización,
también ha puesto de relieve unas prácticas económicas vacías de valores
éticos. El caso Bárcenas, como paradigma de la corrupción, y el caso de las
preferentes y subordinadas, como paradigma del engaño y del robo, pone de manifiesto
que la decadencia de los valores no debe buscarse, como hace la iglesia y la
derecha recalcitrante, en la familia y en la educación pública, sino en las prácticas del capital financiero y en el dominio
absoluto de la forma mercantil en la producción de la riqueza, de la cultura y
del deporte. El mal está en el dinero,
pero no en el dinero en sí, sino en la posibilidad continuamente alimentada de
que cualquier persona se pueda enriquecer sin límites. Esta es la fuente de
nuestra corrupción y de la pérdida de los valores éticos y morales.
El mal, y ahí tiene plena razón Hegel, hay que
encontrarlo en el hombre natural y en él se haya la causa fundamental de la
alienación. El hombre natural es el hombre dominado hasta las cejas por el
poder del dinero, por su cegador brillo, por su absoluta presencia. Y ha
generado y genera continuamente males: produce paro, pobreza y suicidios.
Socava la dignidad del hombre y lo destruye. Produce un hombre alienado: un hombre que no
tiene trabajo, que pierde su vivienda, y que ve como de forma inexorable muere su dignidad. El hombre alienado es el hombre que se ha
perdido a sí mismo, siendo el suicidio la manifestación extrema de esa pérdida.
Hay que negar la alienación. Y no hay otro modo de
hacerlo que negando los instintos y la voluntad capitalistas, que sólo sabe
producir un mundo dominado por el dinero y por el afán ciego de multiplicarlo
de modo infinito, un mundo contrario a la justicia y a la eticidad. No sólo hay
que ponerle un límite a los ingresos de los empleados públicos, sino a los
provenientes de cualquier clase de trabajo u ocupación. Depuremos los instintos
naturales del hombre. Pongámosle un tope superior a los ingresos personales.
Limitemos el predominio absoluto las formas mercantiles, no permitamos que
abarquen todas las esferas de la vida, liberemos de su presencia a la educación,
a la sanidad, a la cultura y al deporte.
Acabemos con el hombre alienado. Produzcamos un
hombre libre, un hombre liberado del peso aplastante del capital productor de
interés, del dinero que genera dinero sin la mediación del trabajo, del dinero
que hace del hombre un puro medio. Produzcamos un mundo ético, un mundo donde
el hombre sea el verdadero fin, pero no como plegaria y anhelo, como hace la iglesia
cristiana, sino como objetivo práctico. No es un paraíso lo que pretendemos,
sino acabar con un mundo donde el hombre es continuamente separado del propio
hombre y sometido a las más crueles de las alienaciones, situándole por debajo
del animal: no poseyendo ni tan siquiera los medios para reproducirse como simple ser
natural.
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