En ocasiones aunque aparentemente el movimiento
social va hacia adelante, esencialmente va hacia atrás. Para ser más preciso: aunque en apariencia se
están desbordando los marcos del capitalismo, en esencia se están
fortaleciendo. Todo el mundo esperaba que Podemos
profundizara en las diferencias ideológicas esenciales y que fortaleciera
la conciencia socialista radical, lo que nadie esperaba es que promoviera la
disolución ideológica de las diferencias entre izquierda y derecha y que
abrazara el socialismo reformista. Y en el caso de Barcelona en Comú y Ahora
Madrid el problema es más grave: la ideología, ni tan siquiera la del
socialismo reformista, desempeña un papel destacado. El gran error de estas
formaciones es que no hacen de la clase obrera en su conjunto su base social
fundamental, sino solo las capas pobres de dicha clase. Y en las capas pobres
de la clase obrera, y sobre todo en su sector más lumpen, anida la reacción. Y
el sentimiento, la ideología y la política reaccionaria se están haciendo notar
en esas formaciones políticas. Los partidos políticos, si no quieren promover
un movimiento reaccionario, deben apoyarse en los sectores más avanzados de la
clase que representan y no en sus sectores más atrasados.
En las naciones con escaso desarrollo del
capitalismo, como ocurría a principios del siglo XX en Rusia, la burguesía se muestra
incapaz de llevar a cabo su propia tarea histórica. En estos casos es otra clase
social, que en su caso fue la clase trabajadora,
quien se propone realizar la tarea histórica que corresponde a la burguesía. De
ahí que el proceso revolucionario total se dividiera en dos etapas: la etapa
democrática revolucionaria y la etapa socialista. Se pensaba, así ocurrió en
Rusia y en China, que si el proceso revolucionario democrático era liderado por
el partido comunista, la transición de esta etapa a la etapa socialista estaría
asegurada. Y así fue. Pero el error estuvo en que la etapa democrática
revolucionaria apenas tuvo desarrollo y se saltó excesivamente rápido a la
etapa socialista. Dando por resultado un socialismo feudal y no un socialismo obrero.
No obstante, y en relación con el propósito final de este artículo, lo que hay
que remarcar es que la etapa democrática revolucionaria era considerada por la
vanguardia comunista como una etapa de transición hacia la etapa socialista; y que si la clase obrera hizo suya la tarea de
dirigir la etapa democrática revolucionaria era por la debilidad de la
burguesía.
Hay otro aspecto que es necesario tener en cuenta en
la reflexión que nos ocupa. Tradicionalmente ha sido la derecha la que desde el
triunfo del socialismo soviético ha estado interesada en plantear que las
cuestiones ideológicas hay que apartarlas de la política porque representan un
estorbo. El pragmatismo es justamente la ideología que presenta las diferencias
ideológicas como el mal que impide a los dirigentes hacer lo que hay que hacer.
El oportunismo, ya sea de derechas o de izquierda, tiene como instrumento
fundamental el desprecio a las diferencias ideológicas esenciales. Pero el
desprecio a las diferencias ideológicas esenciales es un medio para que la
ideología capitalista siga siendo la ideología dominante. Hay que saber que la
política es la expresión concentrada de la economía. Luego si no tenemos en
cuenta las diferencias ideológicas esenciales en la política, tampoco las
tendremos en cuenta en la economía. La base económica que explica la tendencia
a poner en segundo plano las diferencias ideológicas profundas por parte del
reformismo de izquierda y del populismo de izquierda, es que todas las
sociedades modernas son economías mixtas, esto es, el 48 por ciento de la economía es economía estatal o economía
socialista.
¿Cuáles son las diferencias ideológicas esenciales?
No son las diferencias entre los gobernantes y los ciudadanos, tampoco son las
diferencias entre el 1 por cien más rico de la población y el resto, como
tampoco son las diferencias en general entre ricos y pobres, puesto que las
categorías rico y pobre pueden ser empleadas con validez para cualquier formación
económico social. Las diferencias esenciales son entre trabajo y capital, entre
socialismo y capitalismo. La crisis financiera desatada en 2008 puso de
manifiesto el papel decisivo de dicha contradicción como motor del desarrollo
social. La crisis fue ocasionada por el feroz capitalismo financiero, y la
solución vino del socialismo de Estado. De ahí que los ultraliberales
defendieran que el Estado no fuera en ayuda del sistema financiero; y si los
bancos quebraban, que quebraran. Pero los ultraliberales, como todos los
dogmáticos extremistas, son capaces de destruir el mundo con tal de mantener en
pie sus rígidos y anticuados principios ideológicos. Perder de vista que la
contradicción entre capital y trabajo, entre capitalismo y socialismo, es el
motor principal del desarrollo social del mundo, significa abrazar el idealismo
y no querer salirse de los marcos del capitalismo. Y esto es parte de la
doctrina de Podemos.
Todos los que militamos en la extrema izquierda española
durante los años setenta del siglo pasado estudiamos con ahínco el problema
nacional. Leíamos textos de Kautsky, Rosa Luxemburgo, Marx, Engels, Lenin y
Stalin, y los debates entre ellos. Nos quedaron algunas ideas claras: la
constitución de los Estados nacionales correspondía a la época de las
revoluciones burguesas y tuvo lugar en el siglo XIX en la vieja Europa, los
movimientos de liberación nacional de las colonias de inicio del siglo XX
pertenecían al movimiento de la revolución proletaria mundial, y gran parte de los Estados de la vieja Europa
eran plurinacionales. Y en lo que afecta a España quedaba claro que las dos
regiones más ricas y avanzadas eran Euskadi y Cataluña, que gracias a la
división del trabajo territorial eran las regiones más industrializadas y, por
lo tanto, dominantes y privilegiadas. Y hoy día lo siguen siendo. Dentro de las
regiones menos industrializadas y, por tanto, dominadas se encontraban
especialmente Extremadura, Andalucía y Canarias. Si bien en Euskadi había un
nacionalismo proletario vinculado a ETA y, por tanto extremista, en el caso de
Cataluña el movimiento nacionalista era plenamente burgués, y lo sigue siendo
en la actualidad.
De ahí que no se comprenda por qué un sector de “la
izquierda” catalana y de la izquierda española no critique con dureza el
nacionalismo burgués que representa Más y la plataforma independentista. Toda
la izquierda reconoce que la desigualdad es uno de los problemas más graves del
mundo actual y que hay que darle una solución. Pues bien, entre las Comunidades
Autónomas españolas hay una enorme desigualdad a favor de Cataluña y Euskadi y
en contra de Canarias, Extremadura y Andalucía, entre otras. Entonces, ¿cómo
puede Ada Colau hablar de déficit democrático del Gobierno Central en relación
con Cataluña ignorando que esta Comunidad Autónoma ha sido una de las grandes
privilegiadas por la división territorial del trabajo a lo largo de la
constitución del mercado interno de España? ¿Cómo es posible que Ada Colau
declare su lealtad institucional a Más
en vez de declarársela a todos los Ayuntamientos de España y en especial a los
de las regiones más pobres? Si en
Barcelona en Comú los principios ideológicos más elementales de la
izquierda radical desempeñaran un papel básico,
Ada Colau no hubiera cometido este grave error político. Lo que más temo es que
este proceso de disolución de las diferencias ideológicas esenciales vaya más
allá y alcance a IU.
Las ideologías han perdido mucho de su sentido, porque, al menos a nivel teórico, toda nación dice pretender en definitiva el desarrollo de todos sus ciudadanos y reconoce los derechos humanos. Ahora las opciones se plantean por razón de eficiencia y eficacia. Hoy la cuestión es mejorar los sistemas. Dicho en otras palabras y tomando la idea del conocido libro, tener instituciones sanas,robustas y creíbles. Con esa sola semilla ya todo el prado florecerá. Y la principal institución seria la de la transparencia. La información de una nación debería estar disponible para todos sus ciudadanos, de modo gratuito y accesible y con los correspondientes controles de complitud y veracidad. No hay ideología mas transformadora, incluso revolucionaria, que la de la transparencia, sobre todo en las modernas sociedades de la información. En este punto sin deberíamos ser radicales en nuestras exigencias. Todo lo demàs vendría por añadidura. Pero como dice el filósofo, todo lo valioso es tan escaso como difícil. SALUDOS.
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