Entiendo por precio irracional el precio que no
refleja adecuadamente el valor, ya sea porque el precio esté muy por encima del
valor o porque esté muy por debajo.
Siempre hay diferencias cuantitativas entre precios y valores, pero no
nos debemos preocupar de aquellas diferencias que no afectan de forma alarmante
a la retribución de los esfuerzos laborales. De todos los componentes que
constituyen el valor de las mercancías y de los servicios presto especial
atención al valor de la fuerza de trabajo. Y aquí hay siempre que considerar la
calidad de la fuerza de trabajo, puesto que esas diferencias suponen
diferencias de valor. En la actualidad nos encontramos con ingenieros,
economistas y otros jóvenes con titulaciones universitarias que cobran muy por
debajo del valor de su fuerza de trabajo. Y en el otro extremo nos encontramos
con deportistas o vividores televisivos que cobran muy por encima del valor de
su fuerza de trabajo. El mercado capitalista en su etapa de globalización ha
generado un sinfín de diferencias sociales injustas. De ahí que yo sea
partidario del mercado, pero de un mercado altamente intervenido que corrija de
raíz las desigualdades sociales que genera.
El otro día le comentaba a mi hija que si tuviera
dinero compraría un cuadro que retrataba unas calles de Viena por valor de seis
mil euros. Ella me miró con cara de objeción: yo jamás pagaría seis mil euros
por un cuadro. Y añadió: no creo que cuadro alguno pueda valer esa cantidad. Ante
semejante objeción la invité a que siguiera la reflexión que ahora les expongo.
Cada vez que un cantante interpreta sus canciones para un auditorio de tres mil
o cuatro mil personas, cada uno de los asistentes puede pagar 50 euros por su
entrada. Si multiplicamos los cuatro mil
asistentes por 50 euros, nos da un total de 200.000 euros. Si suponemos que el
cantante interpreta 20 canciones, cada una de ellas tiene un precio de 10.000
euros. De ahí concluimos que una sola canción del artista en cuestión vale más que
un cuadro. Sé que en la producción de ese evento hay más gastos, pero eso no
resta nada: puesto que se trata de cuál es valor total que cuesta producir un
concierto. Y el concierto del que hablamos cuesta 200.000 euros.
¿Cuál es la diferencia mercantil que existe entre el
cuadro y la canción? La primera es que el cuadro es de consumo personal y la
canción de consumo colectivo. El cantante no hace una canción para cada uno de
los asistentes, sino que la hace para todos. De manera que es la naturaleza
colectiva del consumo, ¡el gran poder de las masas sociales!, lo que convierte
el precio de la canción en un precio irracional, un precio que está muy por
encima de su valor. Pero la cosa no queda ahí: ese mismo cantante celebra ese
mismo concierto, por ejemplo, en veinte ciudades españolas. Si multiplicamos
los 200.000 euros de cada concierto, suponiendo una media de asistencia idéntica,
por los 20 conciertos, tenemos que el costo total de producir las 20 canciones
se eleva a 4 millones de euros. Si dividimos esos 4 millones por las 20
canciones, tenemos que cada canción
tiene un precio de 200.000 euros. Lo que demuestra el carácter
tremendamente irracional de esos precios. Imaginen los cantantes famosos que
recorren el mundo celebrando los mismos conciertos. Calculen como se elevarán
los precios de sus canciones. Añadan además que esas canciones después existen
en forma de disco compacto. La irracionalidad del precio de cada canción llega
al extremo de la irracionalidad. Piense, apreciado lector, que en cada
concierto el artista interpreta las mismas canciones. Es este efecto
multiplicador del producto proveniente del consumo de masas el que hace que
estos precios sean del todo irracionales. Lo mismo sucede en el mundo del
futbol. Mientras que el Real Madrid y el Futbol Club Barcelona, por ejemplo,
celebran un solo encuentro, la imagen televisiva de ese encuentro se multiplica
por millones. Vuelve a ocurrir lo mismo que en el caso de las canciones de los
artistas famosos, el efecto multiplicador proveniente del consumo de masas,
consumo que se ha multiplicado de forma desmesurada por la globalización, es el
que provoca el carácter irracional de los precios de las emisiones televisivas
de los encuentros futbolísticos.
Vuelvo al principio. El mercado a diferencia de la
planificación central es un mecanismo económico que permite el desarrollo de
las fuerzas productivas de una manera colosal. Pero esto no impide que los
Estados puedan intervenir de forma radical en esos precios y adecuarlos a su
valor. Cada generación se encuentra al nacer con una suma de fuerzas
productivas que al decir de Marx constituye lo que los filósofos han llamado la
sustancia. Y lo que sucede es que el capitalismo permite a las personas y a las entidades privadas usar las grandes
conquistas sociales en todos los terrenos de la ciencia, de la técnica y de las
relaciones sociales para provecho individual. Este es el gran mal del
capitalismo. Está bien criticar la pobreza y las tremendas injusticias;
preocuparse, por ejemplo, de los inmigrantes sirios, pero hay que vincular esos
hechos con las grandes acumulaciones de riqueza que van a parar a manos de
quienes cobran unos precios por sus servicios muy por encima del valor de sus
esfuerzos. Cuando la burguesía conquistó el poder anunciaba que a partir de ese
momento predominaría la razón. Pues bien, llevemos a rajatabla el cumplimiento
de esa consigna, hagámosla realidad en toda su amplitud y acabemos con los
precios irracionales.
Usted confunde irracional con subjetivo. Los precios en una economía de libre mercado son determinados por el tira y afloja entre lo que los consumidores desean pagar y lo que los productores desean recibir. Puede hacer una campaña concientizando a la gente a que no vale la pena pagar 50 pavos por ver a un artista, y si tiene efecto la prédica los precios bajarían. El problema de meter al Estado a determinar qué precio es justo en este caso es que sólo podría poner un precio a su capricho, o bien usando calculadora calcular (vlaga la redundancia) que si un concierto cuesta tanto y el artista en cuestión debe ganar tanto y tanto... dividido por la cantidad de gente que asistiría... acá esta, X euros. No sería eficiente, porque el principal factor de la ecuación, la asistencia, no es constante: usted habla de 4 mil asistentes. ¿Y si los interesados no son 4 mil sino 500? ¿Costarían más las entradas? ¿Y si son 20 mil? ¿Costarían menos? O sea, que algo que es más deseado sería más caro que algo que no lo es.
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