Rosa Guevara Landa publicó en Rebelión un artículo titulado Más
Sobre Joseph Stiglitz y el euro, donde criticaba mi posición sobre este
economista y su concepción del euro. Con este trabajo pretendo aclarar algunos
conceptos que están en la base de mi crítica. Aconsejo al lector que lea
previamente el artículo de Rosa Guevara, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=204159, para que entienda mejor el sentido de mis palabras.
La economía convencional ha sido denominada
tradicionalmente desde las posiciones marxistas como economía vulgar. Joseph
Stiglitz es un representante de la economía convencional, como lo es Krugman y
como lo son todos los representantes de la economía capitalista. De ahí que
Joseph Stiglitz pueda ser catalogado como economista vulgar. Tal vez el
adjetivo de vulgar pueda ser tomado como un adjetivo de desprecio, pero no es
así, sencillamente es la forma de catalogación
histórica que se emplea desde Marx, que creo que fue quien la acuñó. Esta
catalogación no implica el no reconocimiento de la necesidad de la economía convencional
ni tampoco la aseveración de que sus representantes no estén informados o que
sean tontos. Joseph Stiglitz es uno de los excelsos representantes de la Nueva
Economía Keynesiana, esto es, una teoría económica que al afirmar que el
mercado tiene fallos deduce que necesita de regulaciones. De ahí que Stiglitz,
Krugman y el resto de representantes de la Nueva Economía Keynesiana hayan
afirmado que la causa principal de la crisis financiera desatada en 2008 se
encuentra en el hecho de que el neoliberalismo desregularizó el
mercado; añadiendo un factor subjetivo: la codicia, en especial la de los
representantes del capital financiero.
En la sección dedicada a la renta y sus fuentes de El Capital, Marx formula la siguiente sería de ideas: “La
economía vulgar no hace más que traducir, sistematizar y defender
doctrinalmente las ideas de los agentes de la producción cautivos de las
relaciones de producción burgués. Por eso no debe maravillarnos que la economía
vulgar se encuentre perfectamente a gusto precisamente bajo la manifestación extrañada de las relaciones económicas, en
las que éstas aparecen prima facie como
contradicciones perfectas y absurdas, y que estas relaciones aparezcan tanto
más evidentes cuanto más ocultan en ellas su nexo interno, pero son más
familiares a la concepción corriente. Por eso no tiene la menor idea de que la
trinidad de la que parte: tierra-renta, capital-interés, trabajo-salario o
precio del trabajo son tres composiciones imposibles prima facie”. Y así es: en todos los tratados de economía
convencional, incluidos los tratados de Krugman y Stiglitz, se parte de esa
trinidad. Y a este respecto hay que
destacar dos cuestiones: una, que esa trinidad constituyen la manifestación de
formas extrañadas de las relaciones económicas, y dos, que estas formas
extrañadas parecen más evidentes cuanto más ocultan su nexo interno, aunque
sean más familiares a la concepción corriente. Añado otra cosa: en la
concepción de Marx el análisis de la transformación de la mercancía en dinero
constituye un punto clave de su concepción económica, mientras que en la
economía convencional no hay ninguna sección especial dedicada al estudio de la
naturaleza del valor ni al origen del dinero.
En el Apéndice dedicado a la economía vulgar de la
obra titulada Teorías de la Plusvalía, Marx se expresa en los siguientes
términos: “En cambio, al llegar al capital a interés encontramos ya el fetiche
consumado. Es éste el capital perfecto, en cuanto unidad del proceso de
producción y proceso de circulación, que, por tanto, arroja determinada
ganancia en un periodo de tiempo determinado…Con el capital a interés se
perfecciona este fetiche automático, el valor que se valoriza a sí mismo, el
dinero que alumbra dinero, sin que bajo esta forma se traduzca las cicatrices
de su origen. La relación social adquiere aquí su manifestación acabada, como
la relación de una cosa (dinero, mercancía) consigo misma”. Dicho de forma
directa: en el capital productor de interés la enajenación y cosificación de
las relaciones capitalista adquiere su manifestación acabada. En el capítulo 17 de la afamada obra Teoría
general de la ocupación, el interés y el dinero, J.M. Keynes dice lo
siguiente: “La tasa monetaria de interés no es otra cosa que el porciento de
excedente de una suma de dinero contratada para entrega futura, por ejemplo, a
un año de plazo, sobre la que podemos llamar el precio inmediato (spot) o efectivo de esa suma”. Esta
concepción del capital productor de interés la tienen todos los economistas
convencionales, incluido Joseph Stiglitz. Son presas de las relaciones
enajenadas capitalistas. No hablan del capital productor de interés, que es una
categoría marxista, sino de la tasa de interés. Y las dos únicas
determinaciones que tienen en cuenta son: una, la relación del dinero consigo
misma, y dos, el tiempo que dura el crédito. Es obvio que los economistas
convencionales no se preocupan por los nexos internos de esta forma económica
con el resto de las formas económicas y mucho menos con la generación del valor
por parte de los trabajadores, sino que la analizan como cosa y como relación
externa. Y como dice Marx en la cita que
antes transcribí pero no incluí: “Bajo la forma del capital productor de
interés, se mantiene solamente esta determinación, (la relación del dinero
consigo mismo a través del tiempo) sin la mediación del proceso de producción
ni del proceso de circulación”.
Cuando en mi trabajo anterior hablaba de que “Stiglitz tiene una concepción cosificada del
dinero y es víctima de la enajenación capitalista”, no debe plantearse el
problema de la enajenación como un problema de conciencia sino como un problema de las
formas económicas capitalistas. Según hemos visto, de acuerdo con las palabras
de Marx, en el capital productor de interés las relaciones económicas se
cosifican y se manifiestan en su forma extrañada y enajenada. Insisto: la
cosificación se produce en las relaciones económicas y no en la conciencia
teórica que la refleja. Y Joseph Stiglitz, siguiendo a Keynes, toma estas formas
económicas como puntos de partida. No las cuestiona. Y de ese modo se separa
profundamente de Marx. De ahí que sea correcto afirmar que Stiglitz es víctima
de la enajenación capitalista. Y con esto no se le está despreciando como
intelectual de izquierda ni se está afirmando que carezca de información sobre
los fenómenos del mundo económico. Solo se le está catalogando en la corriente
económica a la que pertenece: forma parte de las filas de la economía
convencional y, por consiguiente, de la economía vulgar.
Con respecto a las relaciones de Stiglitz con el
socialismo, empezaré por transcribir unas palabras suyas sobre las
privatizaciones contenidas en su obra El
malestar de la globalización: “A los Estados, en líneas generales, no les
corresponde manejar empresas siderúrgicas y suelen hacerlo fatal (aunque las
empresas más eficientes del mundo son las fundadas y gestionadas por los Estado
de Corea y Taiwán, son la excepción). Lo normal es que las empresas privadas
realicen esa tarea más eficazmente. Éste es el argumento a favor de la
privatización: la conversión de empresas públicas en privadas”. Es evidente que
respecto de la contradicción entre empresas públicas y privadas, Stiglitz toma
partido por las empresas privadas: afirmando, primero, que los Estados manejan las empresas públicas
de modo fatal, y después, que la empresa privada lo hace más eficazmente. Y
aunque tiene como prueba evidente que los Estados de Corea y Taiwán son los que
mejores gestionan las empresas siderúrgicas, sin embargo, los señala como
excepción y no como ejemplo a imitar. Stiglitz cae en el mismo error que todos
los economistas capitalistas: la falta de eficiencia de las empresas del Estado
se debe en lo fundamental a que viven atrapadas en un mundo profundamente
capitalista, y en especial bajo el cruel dominio del capital financiero. Las
injusticias que cometen las empresas privadas contra los trabajadores, con
deslocalizaciones, despidos, bajos salarios y falta de libertades sindicales,
no puede hacerlo el Estado. Y en esto radica buena parte de su falta de
eficiencia. Nada de lo afirmado impide que Stiglitz como Krugman deban ser
estimados y apreciados como aliados desde las filas de la izquierda radical;
pero sin perder de vista que son miembros destacados del socialismo burgués,
del socialismo que busca redimir a los pobres no transformando las relaciones
económicas capitalistas en relaciones económicas socialistas, sino reformando
el capitalismo para hacerlo más civilizado y humano.
Francisco Umpiérrez Sánchez
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