“El moralista tiene una sentido más verdadero de la
íntima conexión de los sentidos con el resto de nuestro ser, que el psicólogo y
el filósofo profesional,… El psicólogo y el filósofo han estado recientemente
tan obsesionados con el problema del conocimiento que han tratado las
sensaciones como meros elementos del conocimiento. El moralista sabe que los
sentidos están aliados con la emoción, el impulso y el apetito. Por eso
denuncia el deseo en los ojos, como parte de la rendición del espíritu a la
carne”. (John Dewey, 1934, 25)
Los pensadores, y cuanto más especializados estén
peor aún, están muy afectados por la unilateralidad. Tienden a concebir al ser
humano de manera parcial. Lo fragmentan, lo ven desde un solo lado, lo vuelven
abstracto. Los economistas tienen ese defecto. Por eso el político llega más a
la gente que el economista. Y no porque el primero les mienta y el segundo diga
la verdad, sino porque el primero se representa a un ser humano más integral,
más verdadero, más completo.
Aquí lo que critica Dewey es algo parecido. Los
epistemólogos, incluidos los marxistas, sólo analizan las sensaciones bajo el
punto de vista del conocimiento. Psicólogos como Vygotsky y Luria conciben las
sensaciones vinculadas e interactuando con las otras funciones psicológicas: la
memoria, la atención y el lenguaje. Pero Dewey va más allá: vincula la
sensación con los impulsos, con los deseos, con las emociones y con la
totalidad de la vida psíquica y corporal del ser humano. Ahí está la clave:
cuando las sensaciones se producen en un ser humano afectan a la totalidad de
su ser.
Bibliografía
John Dewey (1934). El arte como experiencia. Paidós
Estética 45.
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