En el capítulo IX, Barbarie y civilización, de su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels
se expresa en los siguientes términos: “Pero acababa de surgir una sociedad
que, en virtud de las condiciones generales de su existencia, había tenido que dividirse en hombres libres y en esclavos, en explotadores
ricos y en explotados pobres; una sociedad que no podía conciliar estos antagonismos, sino que, por el
contrario, se veía obligada a llevarlos a sus límites extremos. Una sociedad de
este género no podía existir sino en medio de una lucha abierta e incesante de
estas clases entre sí o bajo el dominio de un tercer poder que, puesto aparentemente
por encima de las clases en lucha, suprimiera sus conflictos abiertos y no
permitiera la lucha de clases más que en el terreno económico, bajo la forma
llamada legal. El régimen gentilicio era ya algo caduco, fue destruido por la
división del trabajo, que dividió la sociedad en clases, y remplazado por el
Estado”.
Todas las sociedades divididas en clases son
sociedades violentas. Y respecto a esa situación el Estado es el medio por el
cual se logran dos objetivos: uno, se evita la lucha abierta e incesante entre
las distintas clases sociales, y dos, se organiza la violencia. Las tres
principales instituciones estatales donde ha cristalizado la organización de la
violencia son el ejército, la policía y las cárceles. Como de momento el
socialismo no existe de forma acabada sino como sociedad en transición, sigue
siendo una sociedad violenta. Y el Estado socialista, como no podía ser de otro
modo, representa como cualquier otro Estado clasista la organización de la
violencia. Es un error presentar el socialismo como un movimiento que busca la
paz. Mientras siga existiendo la sociedad dividida en clases, y de momento esa
división no se ha superado, el socialismo será también un movimiento social que
aspira a tomar el poder del Estado y, en consecuencia, a administrar y ejercer la violencia. Vista las cosas así los juguetes son un
reflejo de un mundo dividido en clases sociales y en luchas incesantes
canalizadas por medio del Estado. Pero al igual que en cualquier elemento de la
riqueza hay que distinguir su valor de uso de su forma económico social, en los
juguetes también hay que distinguir esos dos aspectos. Así que los juguetes no
sólo expresan unas determinadas relaciones sociales de producción entre los
hombres, sino también maravillosas conquistas del desarrollo de las fuerzas
productivas.
Guerreas de piedras y
juguetes
La pobreza y la incultura son situaciones muy duras
para los niños. Yo y otros muchos de mi generación vivimos esa situación. Los
Reyes Magos solían dejarnos, además, de pelotas y patinetas, pistolas y
escopetas de mixtos. Disfrutábamos mucho disparando y jugando a los americanos
y a los indios. Jugábamos sin ningún sentimiento de violencia. Sin embargo, en
ese entonces eran habituales las pandillas y las guerreas de piedras. Yo
conservo algunas huellas de pedradas. En algunas ocasiones mis amigos y yo lo
pasábamos dramáticamente mal. Era violencia y era brutalidad. Era un signo de
barbarie. También en ese entonces había serias peleas, donde se empleaban
cuchillos y grandes piedras, y algunas
tenían desenlaces funestos. En este ejemplo se ve cómo el mundo de los juguetes
no refleja ni tiene nada que ver con la violencia de la sociedad. Hablo de este
ejemplo y no de otros donde a lo mejor pueda haber una estrecha relación.
Medio narrativo, violencia
y juguetes
En el capítulo III de su obra Actos de significado Jerome Bruner habla de la entrada en el
significado. Se trata de estudiar cómo los niños adquieren el lenguaje. La
unidad lingüística que analiza para este fin Jerome Bruner es la narración. En
verdad es el medio empleado por todo el mundo para comunicarse. Nadie emplea
palabras y oraciones aisladas para comunicarse. Todo el mundo cuenta historias.
A todo el mundo le suceden cosas día a
día y todo el mundo desea contársela a sus amigos y familiares. El niño se
educa en estas narraciones. Es de observar que entre más retiradas estén estas
narraciones de lo canónico, de lo considerado normal, los niños prestan más
atención. Y es obvio que el contenido y las formas de las narraciones varían
según la clase social, la familia y el barrio a la que pertenezca el niño en
cuestión. Una característica esencial de las narraciones, además de la argentividad y el orden secuencial, es la sensibilidad al
contexto.
Jerome Bruner habla de un tal Miller que llevó a
cabo grabaciones de las narraciones de niños negros de edad preescolar,
incluyendo las narraciones entre ellos y sus madres, pertenecientes a un gueto
de Baltimore. A este respecto el psicólogo estadounidense hace la siguiente
valoración: “Un considerable número de estas narraciones trata de violencias,
agresiones o amenazas, e incluso, en una proporción no desdeñable, se ocupa
explícitamente de la muerte, del maltrato infantil, de la agresión física a
mujeres o de tiroteos. Esta ausencia de censura, este desfile de crudas
realidades, forma parte de un énfasis deliberado para endurecer a los niños y
prepararles pronto para la vida, característico de la cultura negra de las
clases bajas”. Dicho de otro modo: estos niños negros de 3 y 4 años viven en
medio de la violencia o hacen una vida contextualmente violenta. Y las
narraciones en las que se educan forman parte de esta violencia, son las
expresiones de esta violencia, son sus instrumentos narrativos. Estos niños no
se educan en un lenguaje distinto al que viven, al menos en el seno de su
familia, otra cosa es en la escuela. Las armas de fuego y los asesinatos forman
parte de su vida. Y los juguetes, las imitaciones de pistolas o de rifles, poco
o nada le dicen. Aquí los juguetes se
presentan como tales juguetes, prácticamente sin valor simbólico o
representativo. Si tienen las armas de fuego a su alcance, si viven los
asesinatos y los asaltos contra la propiedad en primera persona, para qué
quieren símbolos que los representen. Su juego, el juego del que participan, y
que desde muy temprano empiezan a practicar en primera persona es el juego que
se practica con armas de fuego de verdad. La verdad aquí es muy poderosa y
extremadamente dramática y dura como para que el niño tenga ganas de fantasear.
La fantasía aquí es la dura y cruda realidad.
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