El pensador metafísico suele presentar el sujeto y
el objeto como dos entidades acabadas cada una de por sí y situadas una frente
a la otra. Y después estudia sus interacciones. Procede al revés de cómo son
las cosas. Parte del pensamiento y de sus resultados y no del ser. Ya que sujeto
y objeto son dos productos conceptuales creados por el pensamiento abstracto.
Así que el pensador metafísico no sólo incurre en el error de concebir los
opuestos en el modo de existencias acabadas e independientes, sino que en su
análisis parte del pensamiento y no de la percepción.
El punto de partida, si nos guiamos por la
percepción, es la interacción entre sujeto y objeto. El objeto experimenta
continuamente las modificaciones que le provoca el sujeto, y el sujeto sufre
los impactos del objeto. Bajo esta concepción ni el sujeto ni el objeto se
presentan como entidades acabadas, sino como entidades en continua modificación
e interacción. Y al subrayar la interacción, presentamos al sujeto no de modo inerte
sino como fuerza transformadora.
Sujeto y objeto son resultados de su interacción.
Pero cuando el pensamiento abstracto los produce de sí mismo, se presentan como
entidades que existen de por sí y antes de que el movimiento se produzca.
Produce inevitablemente el pensamiento metafísico. Es una condición de la
existencia tanto teórica como práctica. Mientras el carpintero hace la mesa
todo es movimiento, es la organización del tiempo por medio de las fuerzas y de
los materiales, pero al final el proceso de trabajo se presenta en la forma del
ser, como objeto, como quietud. El movimiento, el proceso, -la esencia de la
dialéctica- deja de ser, mientras que el resultado, el producto, se conserva y
se mantiene. Diríamos que la realidad se empeña en ser metafísica.
Este refuerzo del ser, este mantenimiento del
producto del trabajo en el tiempo, hace que el objeto se sustantive y pueda
erigirse como una entidad extraña frente al sujeto. Y esto a su vez provoca que
el sujeto, fundamentalmente en tanto sujeto pensante, se sustantive frente al objeto. Y de hecho el
lenguaje, la gramática, por medio de la división entre sujeto y predicado,
refuerza la concepción metafísica del sujeto y del objeto como entidades
acabadas y existentes de por sí. Así que no sólo la realidad, también el
lenguaje se empeña en ser metafísico.
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