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domingo, 4 de junio de 2000

División de la plusvalía en capital y renta

En el capítulo sobre la reproducción simple vimos que la plusvalía se empleaba como fondo de consumo del capitalista, mientras que en el capítulo sobre la reproducción ampliada vimos que se empleaba como fondo de acumulación. Pero no es ni una cosa ni la otra, sino las dos al mismo tiempo. Una parte de la plusvalía la consume el capitalista como renta personal, y la otra parte la emplea como capital adicional.

Dada una masa de plusvalía, una de estas partes será tanto mayor cuanto menor sea la otra. Pero es la magnitud de la acumulación, esto es, la magnitud de la parte de plusvalía empleada como capital adicional, la que determina como se efectúa esta división. Más quien establece la división es el propietario de la plusvalía, el capitalista. Así, pues, es un acto de voluntad.
-Se habla de que es bueno que las empresas tengan beneficios, puesto que esto permite al capitalista aumentar su capacidad de inversión, generando nueva riqueza y nuevo empleo. Pero resulta que todo el beneficio no se emplea como capital adicional, sino que una parte de él la emplea  el capitalista  en su consumo personal. Y como es el propio capitalista quien decide que parte de los beneficios la emplea en la empresa y que parte la emplea en su propio consumo personal, resulta que a menudo  el patrimonio del capitalista crece de manera desmesurada a costa de la descapitalización de su propia empresa. Así que esta idea de que es bueno que las empresas tengan beneficios porque así se crea más riqueza y más trabajo no es del todo cierto, puesto que una parte importante de esos beneficios la emplea el capitalista no en llevar a cabo esa "“loable tarea”, sino en su consumo personal y en el de su inconsciente familia -
Veamos ahora cómo a lo largo de la historia ha quedado determinada esta voluntad del capitalista. Sólo en tanto el capitalista es la personificación del capital tiene un valor histórico. Es decir, sólo en tanto el capitalista representa la conciencia y la voluntad del capital tiene un valor histórico. Sólo entonces, su propia necesidad transitoria va implícita en la necesidad histórica del modo capitalista de producción. Mas el motivo que lo impulsa no lo constituye el valor de uso ni el goce, sino el valor de cambio y su incremento. Como fanático de la valorización del valor, como fanático de hacer más dinero con el dinero, el capitalista obliga implacablemente a la humanidad a producir por producir, y la sacrifica en vida. –La inmensa pobreza mundial es una manifestación clara de que el capitalista obliga a la humanidad a producir por producir y no a producir para saciar las necesidades del hombre -.
En cuanto tal, en cuanto fanático de la valorización del valor, el capitalista comparte con el atesorador el instinto absoluto de enriquecimiento. Más lo que aparece en el atesorador como manía individual, es en el capitalista efecto de un mecanismo social del que él no es mas que una rueda del engranaje. Y así es: la propia competencia es la que obliga al capitalista a ampliar constantemente su capital para conservarlo, y sólo puede ampliarlo mediante la acumulación progresiva.
¿Qué entendemos por acumulación progresiva? Que el capitalista emplea una parte de la plusvalía como capital adicional, y esto debe hacerlo año tras año.
Aunque depende del capitalista cómo se efectúa la división de la plusvalía en renta personal y capital, no obstante, es la competencia la determina qué parte de su plusvalía tiene que emplearla en ampliar su capital, puesto que corre el riesgo de perderlo. Por lo tanto, el capitalista no invierte una parte de la plusvalía como capital para hacer el bien social, creando riqueza y puestos de trabajo, sino porque lo obliga la competencia.
En la medida en que los actos y omisiones del capitalista los consideramos como función del capital, su propio consumo privado se presenta como un robo a la acumulación de su capital. Hasta tal punto esto es cierto que en l antigua contabilidad italiana los gastos privados figuraban en el “Debe” del capitalista a favor del capital. Pero resulta, amigos míos, que la acumulación es la conquista de la riqueza social, y esto pesa mucho en la conciencia y en la voluntad del capitalista.
Mas el pecado original se manifiesta en todas partes. Con el desarrollo de la acumulación y de la riqueza, cesa el capitalista de ser una mera personificación del capital. Empieza a sentir una ternura humana por su Adán, esto es, por toda la riqueza que posee y por todo el dinero que tiene a disposición para disfrutar de todos los placeres de la vida, tanto los materiales como los espirituales. Se vuelve tan culto que se ríe del entusiasmo por la ascética del antiguo atesorador. Mientras que el capitalista clásico estigmatizaba su consumo personal como un pecado contra el crecimiento de su capital, el capitalista moderno tiene la posibilidad de concebir la acumulación como abstención de su instinto de goce.
-                     El capitalista moderno nos habla de que la plusvalía que le arroja cada año su capital muy bien podría emplearla en su persona y dedicarse sencillamente a disfrutar de la vida. Pero no hace eso, nos advierte, sino que sacrificando su instinto de goce invierte una parte de la plusvalía como capital adicional, proporcionándole a la sociedad dos bienes enormes: riqueza y puestos de trabajo.
-         Esto es pura mentira. Si el capitalista empleara toda la plusvalía en su consumo personal, la gastaría, se le evaporaría, mientras que si la empleara como capital, no sólo conservaría su valor, sino que lo incrementaría. Es decir, que lo que hace el capitalista es sacrificar su instinto de  goce a su instinto de enriquecimiento. Si emplea la plusvalía en su persona, se pega la gran vida. Y si la emplea como capital adicional, se enriquece.
En los comienzos históricos del modo capitalista de producción, y todo advenedizo capitalista pasa por este estadio histórico, predominan, como pasiones absolutas, el afán de enriquecimiento y la avaricia. Pero con el progreso de la producción capitalista, en especial con la especulación y el sistema de crédito, se abren mil fuentes de enriquecimiento momentáneo. De manera que al llegar a cierto nivel de desarrollo del modo capitalista de producción, se convierte en una necesidad profesional del capitalista cierto grado convencional de despilfarro, que al mismo tiempo es ostentación de riqueza y, por lo tanto, medio de crédito. El lujo entra así a formar parte de los gastos de representación del capital.

Se considera normal que la gente que tiene mucho dinero, esto es, mucha plusvalía, despilfarre. Muchos programas de televisión y radio, así como tantísimas revistas, se dedican a mostrar esta vida de derroche, de mucho lujo y de muchísimo disfrute, sin la más crítica moral.

Además, el capitalista no se enriquece como el atesorador, gracias a su trabajo personal y a su frugalidad personal, esto es, gracias a que no para de trabajar y no se gasta un duro en lujos para su vida personal. ¡No señor!, el capitalista se enriquece en la medida que succiona fuerza de trabajo ajena e impone al obrero la renuncia a muchos placeres de la vida. Por lo tanto, aunque el despilfarro del capitalista nunca tenga el carácter del derroche del frívolo terrateniente feudal de antaño, su despilfarro aumenta, sin embargo, con la acumulación, sin que uno tenga porque perjudicar a la otra.

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