Recientemente un círculo de pensadores debatía acerca del sentido práctico. Al momento empezó el periodo de etiquetación: nombramos a personas a las que considerábamos muy prácticas y a personas que considerábamos poco prácticas. Pero al instante yo hice una advertencia: Todo hay que relativizarlo. Podemos catalogar a la persona A de poco práctica, pero resulta que en otros ámbitos no considerados por nosotros resulta que la persona A tiene un sentido práctico muy desarrollado. Y al revés: puede que una persona B a la que catalogamos como muy práctica, solo lo sea en ámbitos muy reducidos. Puede resultar que su pareja o su hija caiga enferma y necesite hospitalización y la persona B se muestre muy torpe o poco resolutivo. Así que siempre hay que relativizar. Hay que evitar ponerle etiquetas a las personas que nos haga creer que son válidas en todas las ocasiones y que lo son para siempre. Es una forma muy cómoda y poco comprometida encapsular al otro bajo una etiqueta. Como si la persona en cuestión no cambiara dependiendo de las situaciones y de la época de su vida. Es un error no ver que todas las personas cambian y que nosotros seguimos teniendo de ellos la misma representación. En este caso somos poco perceptivos y no captamos los pequeños cambios que se producen en el otro. Tendemos a ser metafísicos: empleamos los mismos esquemas de hace años. No vivimos en la época feudal china, donde nada cambiaba en el cielo ni en la tierra durante siglos.
Estamos empleando el
concepto de sentido práctico sin haberlo elaborado previamente. No importa. Al
usarlo vamos viendo el grado en que lo dominamos y lo desarrollamos. De ahí que,
en vez de hablar de concepto, prefiera hablar de contenido conceptual. Uno de
los miembros del círculo dijo, dirigiéndose a uno de los miembros más jóvenes:
Te acuerdas de Manolo, quien afirmaba que tú siempre estabas en las nubes, él
si era un hombre práctico, montó una pequeña panadería y le ha ido bien. Al
poner este ejemplo, la persona C ha seleccionado una realidad que desborda el
contenido conceptual del que estábamos hablando o sencillamente dicha realidad
engulle por completo al concepto. Dicho de otra forma: para enfrentar el caso
particular que ha presentado la persona C, hay que analizarlo para ver si
encaja de forma adecuada en el contenido conceptual sobre el que debatimos. Y
de entrada digo que no. Este es uno de los grandes males del pensamiento:
cambiamos el objeto de nuestra actividad mental sin darnos cuenta,
circunstancia que no ocurre en la actividad perceptiva.
Sigamos. Situémonos en el
periodo 1978-2008. Situémonos en Gran Canaria, en especial en la zona sur. La actividad
turística se desarrollaba con una fuerza inusitada. La construcción vivía un
enorme apogeo. Y los pequeños negocios proliferaban como la espuma: creación de apartamentos, de
supermercados, de panaderías, de restaurantes, promotoras, constructoras,
electricidad, fontanería... En ese entonces personas con escasa preparación
académica podían crear un negocio muy rentable. La demanda en todos esos
ámbitos era muy pujante. Y cuando la demanda es muy grande en relación con la
oferta, podemos afirmar que la competencia apenas existe. Los jefes de cocina y
de compra de las cadenas hoteleras ingresaban en concepto de comisión buenas
sumas de dinero por parte de los proveedores. Había empresas que se dedicaban a
alquilar máquinas para la construcción. Y una constructora se creaba en una
pequeña oficina con el propietario del negocio, un arquitecto que hacía de jefe
de obra y una administrativa. El resto era subcontratas. Fue una época de oro. Era
también una época de mucho dinero negro. También era una época donde en especial
las Cajas de Ahorro prestaban dinero a los emprendedores con muy pocas
exigencias y garantías. Y la legislación en materia sanitaria y seguridad en el
trabajo tenía poco desarrollo. Hacienda tampoco actuaba como debía. Así que era
normal ver a muchas personas con muy poca preparación amasar un apreciable
patrimonio inmueble y monetario.
Sigamos. Estas personas,
dada su baja formación, tienen una visión muy pequeña del mundo. Su percepción
del mundo no va más allá de las cuatro
paredes de su negocio y del mercado en el que intervienen. Son engreídos y
desprecian a las personas con formación universitaria. Tienen una concepción
del trabajo como sacrificio y quieren que sus empleados no miren el reloj.
Consideran al Estado como su enemigo. Conciben los impuestos como robo y hacen
lo imposible por burlar la ley. Creen que toda la fortuna que poseen se debe a
su esfuerzo y sacrificio personales. No ven que gran parte de su éxito
empresarial es un fruto social. Ni el clima de Canarias, ni sus hermosas
playas, ni el boom turístico, ni las infraestructuras, ni el sistema sanitario,
ni el sistema educativo, son méritos suyos. Si estas personas, a las que de forma
equívoca las presentan dotadas de un talento natural, tuvieran hoy que llevar a
cabo la aventura empresarial que llevaron a cabo en aquel periodo dorado, no serían
capaces siquiera de montar un pequeño bazar y tener éxito.
Con lo dicho hasta aquí
basta para nuestros propósitos. Solo quiero poner de manifiesto el error de la
persona C cuando presenta a la persona X, que ha montado una pequeña panadería
con dos o tres empleados, como ejemplo de persona práctica y su apreciación
como una persona de éxito. Pero en la
realidad el éxito de esta persona X es en gran parte un fruto social. Lo
que sucede es que en el sistema capitalista el fruto social es apropiado de
manera desigual. Como quiera que sea, lo cierto es que el contenido conceptual “sentido
práctico” estrangula la realidad que se ha puesto como ejemplo. O dicho de
forma inversa: la realidad que se ha puesto como ejemplo desborda con creces el
contenido conceptual “sentido práctico”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario