Es cierto y evidente que siempre hay que relativizar. No podemos catalogar a una persona, sin más y en términos absolutos, de muy práctica o poco práctica.
Recientemente, hablé por teléfono con la persona A. En el curso de la conversación me informó que todos los días se levanta a una hora muy temprana y que aprovecha el amanecer para estudiar y escribir. Me detalló que hoy lo había hecho con la finalidad de elaborar un artículo acerca de los conceptos de sensibilidad, pensamiento y emoción y publicarlo en su blog.
Seguimos hablando. Transcurrido un tiempo, tuvimos que hacer un paréntesis de varios minutos en nuestra conversación pues estaba cocinando unas lentejas para comer y las tenía puestas al fuego. Posteriormente, retomamos nuestra conversación y finalmente nos despedimos.
Ya a solas conmigo, pensé en las dos actividades realizadas por la persona A. Así, en relación a la primera, me lo representé entrando en la habitación donde suele trabajar, aseado y descansado, sentándose frente al ordenador, en medio de un absoluto silencio, dispuesto y decidido a acometer la tarea prevista. A un lado de la mesa de trabajo, un par de folios conteniendo anotaciones previas sobre el contenido del artículo; al otro lado, dos libros de autores clásicos por si se viera en la necesidad de trascribir de forma exacta y rigurosa, alguna cita. Teniendo todo a mano, emprende la tarea. No trascurre hora y media cuando la finaliza. En la pantalla del ordenador aparece el artículo escrito. Lo lee por última vez. Hice algunas correcciones y comprueba que el resultado final de su trabajo se adecúa al fin inicialmente previsto. Toma la decisión de publicarlo en su blog.
Con respecto a la elaboración de las lentejas, el escenario me lo imaginé totalmente distinto. Una cocina iluminada. En la encimera, a un lado, el caldero, la tabla de madera, el cuchillo y otros utensilios como el pelador de zanahorias; al otro lado, una pequeña cazuela conteniendo lentejas pardinas puestas a remojo. Abre el frigorífico y saca de él las verduras; del armario lateral, el resto de los condimentos necesarios, todo ello producto de la compra realizada el día anterior.
Teniendo todo a mano, emprende la tarea siguiendo los distintos pasos y procediendo del modo habitual a como él suele cocinar las lentejas.
Trascurrido cincuenta minutos, abre la olla. Prueba las lentejas: están tal y como a él le gustan. La comida está hecha.
Después de representarme estos dos momentos, reflexioné sobre ellos.
La persona A se mueve, entra en acción, motivado tanto por sus intereses teóricos como prácticos. Los primeros para satisfacer las necesidades de la fantasía, del espíritu, del pensamiento; las segundas, como un medio de satisfacer las necesidades del estómago, de las cosas del comer, de la vida material de la existencia.
En la persona A cohabitan, de forma equilibrada y proporcionada, intereses teóricos e intereses prácticos, sin que exista predominio de unos sobre los otros. Son estos intereses los que determinan los fines y los objetivos, los que le mueven a entrar en acción, poniendo en movimiento todas sus fuerzas, tanto objetivas como subjetivas, modificando al mismo tiempo el mundo exterior y su propio mundo. Es este hacer, lo que desarrolla y potencia su sentido tanto teórico como práctico, entendiendo el término sentido como capacidad. En palabras de Karl Marx: “desarrolla las potencias que dormitan en él y somete el juego de sus fuerzas a su propio dominio”. Y esto sucede, incluso, en aquellos casos en que el fin inicialmente previsto no se realiza en el producto final. Lo que desarrolla y potencia tanto el sentido teórico como el sentido práctico, es la acción en sí misma y no tanto si el fin, inicialmente previsto, se objetiva, o no, en el producto final.
Pero el caso de la persona A es un caso particular. Existen otros casos, otras personas, en los que unos tipos de intereses, determinados por la naturaleza de los fines perseguidos, predominan sobre otros. Existen personas que les motivan fundamentalmente los fines o intereses teóricos como medio de satisfacer las necesidades del espíritu. Existen otras, donde el predominio lo ejercen los fines o intereses relativos a la vida material.
En definitiva, son los intereses los que provocan la acción y, es este hacer, la que desarrolla y potencia la capacidad o el sentido, tanto teórico como práctico. Así, podemos catalogar a una persona como práctica cuando predomina en él los intereses de naturaleza práctica o material, teniendo, por ello, muy desarrollado su sentido práctico. Del mismo modo, podemos catalogar a una persona como teórica cuando predomina en él los intereses naturaleza espiritual, teniendo muy desarrollado su sentido teórico.
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