El moralista está atrapado en la lógica del bien y el mal. No comprende que lo que puede representar el bien para él puede representar un mal para el otro. Y eso lo lleva a la parálisis. En el mundo hay mucha irracionalidad. Y en la irracionalidad inevitablemente se produce el mal. Ante este dilema yo recomiendo abandonar el mundo moral. La moralidad es la relación entre el yo y la propia conciencia. Pero la conciencia moral puede en muchos casos atar la libertad del yo. Oí a una persona decir: yo soy feliz siendo infeliz. Me he acostumbrado a eso. Así, decía esta persona, que no te preocupes por mí. El llamado mal muchas veces no es el mal, como el bien tampoco es el bien. Siempre hay que relativizar. En la vida, cuando uno persigue sus propios objetivos, siempre hieres al otro. No te amargues por eso. El otro hace lo mismo: también te causa heridas cuando persigue su propio bien.