La llegada de Trump al
gobierno de EEUU ha logrado que el mundo multipolar haya llegado por fin a su
plena realización. Debemos defender la concepción materialista de la historia
según la cual Trump es un producto de la época y tendencias históricas actuales,
y no al revés, como si el mundo de hoy con su colosal explosión de
contradicciones fuera obra de Trump. Es un error monumental caricaturizar a
Trump. La concepción geopolítica antigua, dominante cuando Biden era presidente
de EEUU y dominante igualmente en los actuales dirigentes de la Unión Europea,
de hacer de Rusia el enemigo principal, como si todavía estuviéramos en un
mundo bipolar, ha pasado a mejor vida. Ese mundo ha llegado a su fin, aunque,
como siempre, en lo nuevo quedan huellas de lo viejo. Europa, en sus viejas contradicciones con
Rusia, ya no es el centro del mundo, ahora lo es Asia: China, India, Japón,
Corea, Singapur, Taiwán, y algunos países más. El mundo, o grandes áreas del
mundo, se ha vuelto más feudal y, por consiguiente, más religioso, hasta el
punto que muchas naciones expresan sus intereses políticos como intereses
religiosos. No hay que olvidar que la sociedad civil estadounidense también es
muy religiosa. Es el consuelo de una sociedad donde la violencia, fruto en
parte por la libertad que tienen los ciudadanos de portar armas, forma parte
intrínseca de su vida civil. La historia
no siempre, al menos en algunos ámbitos, marcha hacia adelante, en ocasiones se
producen periodos de franco retroceso. Y
actualmente, junto al enorme progreso tecnológico, vivimos un claro proceso de
retroceso civilizatorio. En el ámbito de las ciencias naturales vamos muy bien,
sin embargo, en el ámbito de las ciencias sociales, políticas e históricas
vamos bastante mal.