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lunes, 14 de junio de 2010

Hay que quemar a los especuladores

“Ganar  o perder como resultado de las oscilaciones de precio de estos títulos de propiedad y de su centralización en manos de los reyes de los ferrocarriles  -en la actualidad reyes de los bancos, de las multinacionales y de los fondos de inversión-, resulta cada vez más, según la naturaleza de las cosas, obra del juego, que ahora aparece en lugar del trabajo como modalidad originaria de adquisición de la propiedad de capital y también en lugar de la violencia directa”. El Capital. Karl Marx.



La necesidad de la particularización

La crisis financiera desatada en el año 2008 ha puesto de manifiesto los límites del capitalismo y los enormes daños que causa a la humanidad. Muchos análisis han centrado su crítica en este aspecto general con el fin de destacar la necesidad del socialismo. Si bien estos análisis son necesarios bajo el punto de vista de la concepción general del mundo y de la lucha de ideas, no resultan muy prácticos bajo el punto de vista de la acción política de las vanguardias y de los movimientos sociales. La izquierda radical no debe dirigir  sus ataques contra  la clase capitalista en su conjunto ni contra el capitalismo en general, sino dependiendo de la coyuntura económica debe centrarlos en determinados segmentos de la misma.  Y la actual coyuntura económica se caracteriza por el ataque de los especuladores a las economías griega y española. Este camino, el de la particularización, lo ha seguido Joseph Stiglitz, quien en una conferencia dictada en London School of Economics el 8 de febrero del año en curso se expresó en los siguientes términos: “Los especuladores siempre buscan el flanco más débil. Lo que están haciendo es una versión de lo que hicieron con Hong Kong en 1997-1998. Lo que hizo entonces Hong Kong  fue subir los tipos de interés e intervenir el mercado. Europa debe hacer los mismo y quemar a los especuladores”.

Radicalización e intervención del mercado

La posición adoptada por Joseph Stiglitz no sólo tiene el ingrediente de la radicalidad, hay que quemar a los especuladores, sino también el de la defensa del interés público frente al interés privado: hay que intervenir el mercado. Algunos pondrán el grito en el cielo diciendo que es una ingerencia del Estado en un espacio económico de libertad, pero no nos dejemos confundir. El Estado vende deuda pública para financiar sus gastos. Luego, en calidad de vendedor, tiene todo el derecho del mundo a hacer lo que sea necesario para no salir perdiendo en el juego de la bolsa frente a los especuladores. Puesto que son los especuladores quienes continuamente tienen intervenido el mercado y hacen todo lo que estén a su alcance para obtener la mayor centralización de fortunas que puedan.  Recientemente hemos sabido por la prensa que el Centro Nacional de Inteligencia de Grecia ha descubierto a las cuatro gestoras de fondo de alto riesgo que han atacado a la economía griega. El pasado diciembre vendieron masivamente bonos del Estado griego y los volvían a comprar a precios reducidos al final de la jornada. En un día y mediante operaciones puramente especulativas cuatro compañías ingresaban enormes ganancias. Y se cumple aquí lo que dice Marx en la cita que encabeza este trabajo: el juego de la Bolsa se presenta como la forma originaria de adquisición de capital en vez del trabajo y la violencia,  como ocurría en los orígenes del capitalismo. 

La gran economía y la educación de las mayorías sociales

Al ciudadano de a pie lo que ocurre en la Bolsa, en los mercados de derivados y en las altas instancias de las finanzas le queda muy lejos. Actúa y se comporta como si nada de ese mundo le afectara. Su saber económico se circunscribe a lo que ocurre en su entorno inmediato: si tiene trabajo y cómo están los precios de los bienes y servicios que consume habitualmente. Y cuando estas cosas no le van bien, mira hacia el gobierno y lo señala como el principal culpable. Vive enajenado respecto de los grandes centros de poder económico y respecto de los principales responsables de que la economía le vaya mal. Es incapaz de vincular lo que ocurre en la gran economía con lo que ocurre en la pequeña economía. Y esta tarea, la de vincular la gran economía con la pequeña economía, debe ser llevada a cabo por las vanguardias teóricas.
Pero resulta que muchos analistas económicos de izquierda  tienen el defecto de que hablan, no para las grandes mayorías sociales o para las vanguardias dedicadas a la práctica  política, sino para otros economistas. Dan por sabidos muchos conceptos y, en consecuencia, no ayudan a elevar el nivel de conciencia de la gente. Algunos marxistas siguen empecinados en enfocar todos los problemas bajo un punto de vista exclusivamente teórico, como si la clave no estuviera en apuntar contra los grandes  enemigos de los trabajadores y del pueblo en general, sino demostrar que saben cosas y  cosas muy complicadas. No se preguntan nunca qué interés práctico tienen ciertos debates y luchas de ideas. Se muestran incapaces de centrarse en la coyuntura y proporcionar ideas que sirvan para enfrentarse a dicha coyuntura.

La deuda pública y los CDS

El sistema capitalista no puede funcionar sin un sistema de crédito desarrollado. El sistema de crédito es una de las expresiones más importantes de la interdependencia que existe entre todos los miembros de la sociedad.  Las familias necesitan del crédito para comprar su vivienda, su automóvil y otros enseres. Las empresas necesitan del crédito para comprar equipos de capital e instalaciones. Y el Estado necesita del crédito para poder costear los servicios sociales y realizar inversiones. Así que todos, sociedad civil y Estado, necesitan del crédito. Se demuestra así el poder inmenso que tienen los bancos y más en particular los grandes poseedores de riquezas monetarias. Vemos igualmente que el Estado está a merced de los inversores y no al revés.
El Estado puede emitir distintos títulos de deuda según sea el plazo de vencimiento. Las deudas a corto plazo están constituidas por las Letras del Tesoro y su plazo de vencimiento es inferior a un año; los Bonos del Estado representan la deuda a medio plazo y su plazo de vencimiento se encuentra entre los 3 y 5 años; mientras que las deudas a  largo plazo están constituidas por las Obligaciones del Estado y su plazo de rendimiento oscila entre los 10 y 30 años. Todos estos títulos de deuda se compran y se venden en el mercado de valores. Esto permite a las personas que quieran recuperar liquidez vender los título de deuda que poseen a un precio superior o inferior al que lo compraron. Debe tenerse en cuenta que esto que hace el Estado, emitir títulos de deuda para hacerse con dinero, también lo hacen las empresas: emiten bonos de empresa e igualmente se negocian en el mercado de valores.
Como en el mundo capitalista todo es un negocio y de todo negocio se quiere hacer otro negocio,  ha surgido un derivado de los títulos de deuda: los seguros contra el impago de las deudas (CDS). Esta necesidad es comprensible. Una empresa o el Estado han emitido títulos de deuda. Pero puede surgir un problema: el día del vencimiento la empresa o el Estado pueden no tener dinero para devolver el importe total del préstamo y el interés acordado. ¿Cómo solventar este problema? Pues creando un seguro contra el impago de deudas. De esta manera quien compra un título de deuda debe comprar al mismo tiempo un seguro contra el impago de deudas. Un pequeño dato acerca del seguro de impago de la deuda: durante la primera semana de febrero  el costo de ese instrumento financiero se sitúa en 1,26 % anual sobre el valor del bono a cinco años. Es decir, el propietario de un millón de euros de deuda pública española debe invertir 12.600 euros anuales para protegerse del impago. Como dije antes: todo un negocio sobre el negocio.

El ataque de los especuladores

Nadie duda de que la economía griega fuera mal y sigue mal y que la economía española tampoco va bien del todo. Pero los ataques de los especuladores no deberían permitirse.  Las ganancias especulativas deberían tener una carga impositiva que rondara el 95 o 98 %. Antes esta propuesta fiscal los defensores ciegos del capitalismo reaccionarían y nos amenazarían con  que entonces los capitalistas no invertirían. Pues bien, que no lo hagan, peor para ellos, su dinero perderá valor. El Estado sólo está dispuesto a conservar el valor de su capital, esto es, a pagarle como interés el valor del índice de precios al consumo. Hay que ponerse radical, muy radical.
Los especuladores se han aprovechado de la debilidad de la economía española para hacer lo que sólo saben hacer: enriquecerse de forma desproporcionada. ¿Cómo lo hicieron? Se dedicaron a vender deuda pública española en grandes cantidades y a comprar CDS españoles (seguros contra impago de deuda pública española). ¿Qué lograron? Que los demás inversores los imitaran y, en consecuencia, el precio de los títulos de deuda españoles bajaron y los precios de los CDS españoles subieron. Un dato: como consecuencia de este ataque especulativo, por 10 millones de euros de títulos de deuda del Banco Santander Central Hispano se pagaba en esas fechas de febrero un seguro de 146.538 euros, mientras que por ese mismo importe en títulos de deuda del Tesoro español se pagaba un seguro de 166.300 euros.
Pero la cosa no queda aquí, ni mucho  menos. Un aumento del costo de los CDS viene acompañado  irremediablemente de un aumento de la rentabilidad que los inversores exigen para comprar bonos españoles. Dicho de otro modo: el inversor le dice al gobierno español que ya que debe pagar un seguro mayor, y eso es señal de que el riesgo de impago de la deuda es mayor,  debe pagarle un interés mayor si quiere que le compre bonos del Estado. Y como el gobierno español prevé emitir deuda pública por un valor de 211.500 millones de euros en 2010, un incremento sólo del 1 % en su rentabilidad supondría para el Estado un gasto adicional de 2.155 millones de euros anuales. ¿Y sabe usted, atento lector, qué representa esta cantidad? Le pongo un sencillo ejemplo. Las personas mayores de 52 años que han cotizado durante veinte años tienen derecho a cobrar una percepción mensual de 450 euros. Pues bien: con ese dinero que debe pagar el Estado español en concepto de aumento del interés de la deuda pública a los “inversionistas”,  podría pagar 450 euros a 400.000 personas cada año.  Y después se atreven algunos a decir que los especuladores hacen bien a la economía. Se ve claro ahora cómo lo que ocurre en la gran economía afecta a lo que ocurre en la pequeña economía.


George Soros: el paradigma de los especuladores

Hablar de George Soros es hablar de los hedge funds: fondos de inversión de alto riesgo. Una de las características  de los hedge funds es que pueden hacerse con el control temporal de activos financieros muy superiores a la de sus propietarios. Como estas instituciones financieras prometen rentabilidades muy altas, sus principales inversionistas son personas muy adineradas. Los mercados donde operan estos fondos de inversión son en el mercado de valores y su única función es especulativa. Se discute a este respecto si los especuladores son un bien para la economía o son un mal.
En septiembre de 1992 George Soros, a través de su fondo de inversión  Quantum Fund, orquestó un ataque especulativo contra la libra. La economía inglesa iba mal y se avecinaba una devaluación de su moneda. George Soros aceleró este proceso. Previamente Quantum Fund había  adquirido en préstamo 15.000 millones de libras esterlinas. En la fecha señalada George Soros dio la orden de vender masivamente libras esterlinas. El pánico se extendió y muchos inversionistas hicieron lo mismo. La libra esterlina fue devaluada y a continuación Soros volvió a comprar libras esterlinas, haciéndose con una ganancia de mil millones de dólares. No digo mal, atento y concienzudo lector: mil millones de dólares. Pongo un ejemplo más simplificado para que todo el mundo pueda entender el mecanismo de esta operación especulativa. Hoy 5 de septiembre de 1992 con un dólar compro una libra. Pero mañana devalúan la libra y con 1 dólar compro 1,15 libras. Aquí se cumple la idea esencial del economista vulgar: comprar barato y vender caro. Y eso fue lo que hizo George Soros: vendió la libra a un dólar y con un dólar compró luego 1,15 libras. (La paridad entre las dos divisas, entre la libra y el dólar, es inventada. Lo he hecho así para que sea más fácil de entender).

¿Hizo un bien o un mal George Soros a la economía británica?

Cedamos la palabra a Paul Krugman: “Pero en realidad es posible argumentar que Soros hizo un favor a la nación británica en su conjunto. La caída de la libra no provocó una crisis económica: la moneda se estabilizó espontáneamente a un 15 por 100 por debajo de su valor anterior. Liberado de sostener la libra, el gobierno británico pudo reducir los tipos de interés. La combinación de tipos de interés bajos y un tipo de cambio más competitivo  llevó enseguida a una fuerte recuperación de la economía británica, que en pocos años había reducido el desempleo a niveles que sus vecinos consideraban inalcanzables”. (Estas palabras de Paul Krugman pueden leerse en el capítulo 6  de su libro “El retorno de la economía de la depresión y la crisis actual). Quien hasta ahora consideraba que Paul Krugman era un tipo de izquierda, se habrá llevado una gran decepción al leer su valoración sobre el papel de Soros en la caída de la libra esterlina en 1992.
Pero las cosas son así. Paul Krugman es un reformista de izquierda, esto es, un crítico del sistema capitalista dentro de los marcos del sistema capitalista. En ningún momento pasa por su cabeza cuestionar las relaciones económicas que se dan entre las personas en la sociedad capitalista. Cree, como todos los reformistas de izquierda, que la gran aspiración de los trabajadores es tener un empleo y que deben dar las gracias a los especuladores y capitalistas en general cuando esto ocurre. Cae en el más limitado de los economicismo. Es incapaz de representarse el papel que los trabajadores deben desempeñar  en la historia universal: transformar la sociedad capitalista en una sociedad socialista. La piel burguesa de Paul Krugman se nota en dos aspectos: uno, no cuestiona la posibilidad  que tienen los fondos de inversión de hacerse con el control de una suma de activos descomunales –como el caso de Quantum Fund que se hizo con préstamos por valor de 15.000 millones de libras-, y dos, no cuestiona, no le duele, que Soros haya ganado de un plumazo, en el plazo de 24 horas, 1000 millones de dólares. A mi me duele, me indigna, me violenta saber que esto ocurre. Sólo basta pensar que lo que ganó Soros en esa operación especulativa es lo que ganan un millón de trabajadores al mes, suponiendo que cada uno de ellos perciba un salario de 1000 dólares, para que los gritos de indignación lleguen al cielo. Este hecho me parece tan irracional que no me cabe en la cabeza cómo Paul Krugman puede pasarlo por alto y no cuestionarlo. Y sólo me cabe una explicación: su piel burguesa es demasiado dura, está formada por demasiadas capas, para que esos hechos puedan afectar a su sensibilidad ética.

Hay que quemar a los especuladores

Cuando hablamos de quemar a los especuladores, estamos hablando de quemarlos económicamente. Seamos muy radicales y muy arriesgados. Pensemos en cómo hacer desaparecer de los mercados a los especuladores.  Supongamos que los especuladores se han puesto de acuerdo para vender masivamente deuda pública española para en el plazo de 24 horas volverlas a comprar a precios más bajos y embolsarse enormes ganancias especulativas. Pues bien, que todos los Estados europeos actúen de forma conjunta. En el mismo momento en que los fondos de inversión vendan de forma masiva deuda pública española, que los Estados europeos  las compren de forma más masiva aún. De manera que en vez de bajar, el precio de la deuda española suba. Y así en vez de amasar grandes ganancias, los fondos de inversión amasarán grandes pérdidas. Y esto que se hace con la deuda pública debe hacer con las divisas y con cualquier otro activo financiero donde los especuladores quieren dar el golpe de gracia.
Hay otras medidas que podría tomar cualquier gobierno que quiera que la economía industrial y comercial se libere del yugo del capital productor de interés. Hay personas muy adineradas que quieren hacerse con más dinero. Son extremadamente codiciosos. Son las que nutren los fondos de inversión. Debería establecerse un tope máximo a los activos financieros de los que pueden disponer los fondos de inversión.  También se deberían prohibir las operaciones especulativas. Algunos dirán que esto sería atentar contra la libertad económica. Que digan lo que quieran. Saben que no están defendiendo la libertad. Lo único que defienden es poder enriquecerse hasta los topes y no parar de hacer del dinero más dinero. No defienden la libertad, defienden el enriquecimiento sin límite. Y en todo caso, si aceptáramos que están defendiendo la libertad, estarían defendiendo la libertad de unos pocos y no la libertad de los muchos. Así que, no lo dudemos, quememos a los especuladores. Hagámoslo desaparecer de la faz de la Tierra.

¿El mercado es así?

Primero les transcribo un pequeño extracto que he tomado de un artículo publicado en Rebelión el 5 de marzo de 2010, titulado “Los bienes mal adquiridos siempre rinden provecho (A Goldman Sachs)” y cuyo autor es Serge Halime: “El presidente-director general de Goldman Sachs, el señor Lloyd Craig Blankfein, acaba de embolsarse un bonus de 9 millones de dólares… Interrogado sobre los bonus de Blankfein, el presidente  Barack Obama dijo sin ofenderse: Como la mayoría de los estadounidenses no voy a criticar el éxito y la fortuna. Forma parte de la economía de mercado”.  Debe ser que Barack Obama tiene problemas con su memoria inmediata, puesto que según la experiencia reciente, a saber, la crisis financiera desatada en 2008, el fracaso y las cuantiosas pérdidas forman parte igualmente de la economía de mercado. Y debemos ir un poco más allá de acuerdo con dicha experiencia: hay una vinculación estrecha entre, por una parte, el éxito y el fracaso,  y por otra parte, las fortunas y las ruinas.
La reciente crisis ha puesto de manifiesto que mientras muchos particulares, altos ejecutivos e inversionistas de instituciones financieras, se han visto colmado por el éxito en sus carreras y por ganancias millonarias, la sociedad en su conjunto se ha visto gravemente aquejada por el fracaso y por las pérdidas enormemente millonarias. Barack Obama está ciego o carece de sensibilidad para ver que esta crisis ha puesto de manifiesto la flagrante contradicción que existe entre los intereses privados y los intereses sociales. Y lo lógico es que Barack Obama, por el cargo que ocupa, deba dedicarse a defender los intereses sociales y a limitar los excesos de los intereses privados. Pensemos en esos 9 millones de dólares que se ha embolsado Blankfein en concepto de bonus.  ¿No podría emplearse ese dinero para reducir el tipo de interés que pagan muchas familias en apuros, o el de los préstamos de algunas empresas que están pasando dificultades económicas, o sencillamente para contratar a nuevos empleados? Con esos nueve millones de euros se podrían contratar a 750 trabajadores durante un año, pagándole un sueldo mensual de mil euros. ¿Por qué tienen las camarillas de esas entidades financieras el derecho de decidir el destino de los beneficios generados por los ahorros sociales y por los esfuerzos sociales? La respuesta es sencilla: no porque estemos en una economía de libre mercado, sino porque estamos en una economía capitalista. Y en una economía capitalista los intereses privados predominan y sojuzgan a los intereses sociales.
Cuando en las primeras semanas de febrero el gobierno español denunció a los especuladores por su ataque a la deuda española, en los medios de comunicación españoles se prodigaron los artículos en defensa del mercado. Amanda Mars, en el suplemento Negocios de El País del 11 de febrero de 2010, publicó un artículo titulado “No hay conjura, se llama mercado y especula”. Entre otras cosas y asesorada por “dignos” economistas y hombres de negocio, hizo las siguientes aseveraciones: “Los inversores ponen su dinero en aquello que calculan les dará beneficio y lo retiran cuando consideran que lo pueden perder…Esa es la dinámica del mercado”. “Se llama mercado financiero y es voluble, histérico y desconfiado”. “La especulación forma parte del ADN del mercado financiero, y tiene su papel en el castigo que ha recibido la deuda española en los mercados”.
Según Amanda Mars, y todos los que la secundan y asesoran, el mercado financiero es así. Pero necesariamente no tiene que ser así, puede ser de otro modo. Los maltratadores son así, pero ese ser así genera mucho dolor a la sociedad. De ahí que la sociedad para que no sean así, los manda a la cárcel. Dejan de ser como eran antes y cuando salen de prisión no les queda otro remedio que ser de otro modo. Así que si el mercado no nos gusta como es, tenemos todo el derecho del mundo a cambiarlo, para que sea la sociedad en su conjunto la que se beneficie y no unos pocos extremadamente codiciosos. Si el mercado financiero es histérico, tomaremos medidas legales para quitarle la histeria de raíz. Y si los especuladores forman parte del ADN del mercado financiero, manipularemos genéticamente ese ADN hasta hacer desaparecer a los especuladores. El mundo debe ser como las mayorías sociales quieren que sea. Y el mercado financiero tal y como es ahora, donde cuatro agencias de fondos libres aprovechan las heridas del sistema para enriquecerse de forma descomunal y hacer pagar al Estado cuantiosos intereses, debe ser radicalmente cambiado. Queremos un mercado socialista, un mercado donde los intereses sociales primen sobre los intereses privados. 

6 de marzo de 2010.
















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