Los marxistas siempre le han asignado a la teoría un
papel estelar en la actividad política. De hecho, los dos líderes políticos marxistas
de mayor envergadura del siglo XX, Vladimir Ilích Ulianov y Mao Zedong, fueron
dos grandes teóricos. No digamos nada de la envergadura teórica de Marx. Cosa
distinta es que la teoría marxista haya tenido un desarrollo pobre respecto a
los nuevos aspectos de la realidad o que sus conceptos y teoremas fundamentales
hayan sido vulgarizados. De todos modos en todos los partidos de izquierda de
inspiración marxista existentes en la actualidad la teoría sigue desempeñando
un papel decisivo.
La formación política Podemos ha puesto en circulación el concepto de casta y todos los
políticos y periodistas están haciendo uso de él sin someterlo previamente a
crítica. Los marxistas no pueden compartir ese proceder por muchos adeptos que
tenga. Lo cierto es que el supuesto concepto de casta no es un concepto. Se usa
como adjetivo y, por tanto, se usa de acuerdo con su significado general o con
una de las cuatro o cinco acepciones que tiene la palabra “casta”. A los
dirigentes políticos del PP y del PSOE se les adjetiva como casta porque llevan
mucho tiempo en el poder, porque cobran dietas, porque tienen asesores a su
servicio, o por lo que supuestamente es su esencia fundamental: por estar
separados de la gente a la que gobierna.
Como dije, y en esto hace bien Cayo Lara, la
izquierda marxista no puede compartir este concepto porque justamente no es un
concepto. No debe confundirse nunca el significado de una palabra con un
concepto, máxime si este concepto pertenece al ámbito de las ciencias sociales
e históricas. Algunos analistas de la izquierda radical han querido legitimar
el uso del concepto de casta de acuerdo con la tercera acepción de la palabra
“casta” promulgada por la Real Academia de la Lengua Española: “En otras
sociedades, grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer separado
de los demás por su raza, religión, etc.”. Para que esta acepción cuadre con el
uso que le da Podemos, ha quedado
reducido de este modo: “Grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer
separado de los demás”. Y esto es lo que se afirma de los dirigentes del PP y
del PSOE: son grupos que forman una clase especial y que han permanecido
separados de la gente a la que representa. Como puede observarse, la pobreza y
falta de fundamento y rigor de este contenido conceptual son manifiestos.
Dos son las grandes divisiones sociales que vive la
humanidad: la división social en clases y la división social del trabajo. Y
dentro de la división social del trabajo la más importante es la existente
entre el trabajo intelectual y el trabajo práctico. La división social del
trabajo crea diferencias, y muy importantes, pero no deben confundirse nunca
con la división social en clases, división esta última que se determina de
acuerdo con la relación de propiedad que mantienen las personas con los medios
para la producción de la riqueza. Los políticos no constituyen una clase
social, puesto que no se les puede caracterizar por mantener unas relaciones de
propiedad específicas con los medios de producción. Los políticos constituyen
un grupo social que se diferencia de los demás por su actividad u ocupación:
hacer las leyes y gobernar. Pero toda división social del trabajo separa, no
solo la existente entre políticos y ciudadanos. También los profesores
universitarios son frutos de la división social del trabajo y constituyen un
grupo que se diferencia de los demás por su ocupación. Constituyen además una
de las manifestaciones más evidentes de la división social del trabajo en
práctico y espiritual. Y en este sentido los profesores universitarios están
más separados de las grandes masas sociales de lo que están los dirigentes del
PP y del PSOE. Así que es un grave error teórico señalar la separación de los
dirigentes del PP y del PSOE como contenido esencial del concepto de casta,
puesto que esta separación se da igualmente entre los profesores universitarios
y las grandes masas sociales y en mayor medida. Y es un error en su sentido más
amplio porque tanto la división social de los hombres en clases como la
división social del trabajo crean separación. Y la existencia de la separación
entre los distintos grupos y clases sociales no convierte a las sociedades
donde se dan esas divisiones sociales en sociedades de castas. Ni las
sociedades esclavistas, ni la mayoría de las sociedades feudales, como tampoco las
sociedades capitalistas son sociedades divididas en castas. La división social en castas solo se dio en la India durante
varios siglos hasta que la colonización británica y el desarrollo del capitalismo
la convirtieron en una huella.
Todo país o nación debe ser considerado como un
cuerpo orgánico compuesto de partes, con mayor o menor grado de
particularización y de desarrollo. En las actuales sociedades modernas se
distingue entre Estado y sociedad civil, y de hecho las propias personas en
estas sociedades se distinguen como ciudadanos en tanto miembros del Estado, y
en hombres en tanto miembros de la sociedad civil. Esta es la primera
diferencia que encontramos en las sociedades modernas y cuya oposición más
extrema la encontramos entre los políticos, en calidad de representante de los
ciudadanos, y los propios ciudadanos, en calidad de representados. El
movimiento 15 M gritaba “no nos representan”, refiriéndose a los partidos
políticos. Y Podemos quiere
representar justamente a esos sectores sociales carentes de representación. El
rasgo fundamental de la distinción entre sociedad civil y Estado es que las
personas, todas las personas, pertenecen a los dos ámbitos. No sucede así en el
régimen de casta. Y la posibilidad justamente de obtener representación por
parte de aquellos que no se sentían representados, posibilidad que se realizó
mediante Podemos, demuestra de modo
práctico que en España no existe un régimen de casta. Ya que el principio del
régimen de casta se caracteriza por la fijeza en las diferenciaciones.
Con respecto a la defensa de un discurso populista
por parte de Podemos y, por
consiguiente, hacer de la división social del trabajo la contradicción fundamental,
no es cierto lo que mantiene José Manuel
Rivas Otero en su artículo La necesidad
del discurso no clasista de Podemos http://www.rebelion.org/noticia.php?id=188929
: “En el discurso populista el eje fundamental de lucha ya no es la clase
capitalista frente a la clase obrera, sino la élite política (clase política,
casta, etc.) frente al pueblo”. En primer lugar, los marxistas siempre han
distinguido muchas clases sociales y muchas capas y grupos. En la práctica
siempre han defendido la alianza entre un amplio frente de clases, en la que se
incluyen pequeños capitalistas, frente a las grandes minorías dominantes. De
hecho en la revolución soviética y en la revolución de nueva democracia en
China la clase trabajadora era minoritaria. La base social de esas revoluciones
la constituyó el campesinado, esto es, la pequeña burguesía. Así que esa
concepción de una clase capitalista enfrentada a una clase obrera como bloques
homogéneos no se ha dado nunca en la práctica y si se ha dado en la teoría solo
ha sido en la teoría de exiguas minorías extremistas. Y la contradicción entre
gobernantes y pueblo o entre parlamentarios y ciudadanos no es nueva, ha
atravesado toda la historia de la civilización, desde las sociedades esclavista
hasta las modernas sociedades capitalistas. Pero hay más: esa contradicción nunca
ha constituido la raíz de ningún cambio profundo. Y no debe tomarse el
derrocamiento del poder político existente, como sucede en todas las
revoluciones, como la contradicción entre gobierno y ciudadanos. Sin duda que
toda revolución o cambio profundo exige el derrocamiento del gobierno, pero en
tanto ese gobierno representa los intereses de la clase hegemónica o dominante,
no en cuanto representa los intereses del gobierno frente a los intereses del
pueblo. El partido en el gobierno no constituye ninguna clase social en sí
misma. Al menos esto es así en las sociedades capitalistas. En las sociedades
esclavistas y feudales el poder de gobierno y el poder de clase coincidían. De
ahí que nunca en esas sociedades hubiera separación entre sociedad civil y
Estado.
No se sabe a ciencia cierta a partir de qué siglo se
instauró en la India el régimen de casta –al menos yo no lo sé–, pero debió
ocurrir desde los inicios del régimen feudal. Veamos dos de sus rasgos fundamentales según figura en Lecciones sobre la filosofía de la historia
universal de Friedrich Hegel. Todas las sociedades existentes en la
actualidad, dejando atrás el comunismo primitivo, son sociedades divididas en
clases. Lo que sucede es que la división social en clases se solapa con la
división social del trabajo. En la actualidad los gestores de las grandes
empresas, y la gestión es una función del trabajo, son al mismo tiempo propietarios de una importante
cartera de valores que los cataloga como pertenecientes a la clase capitalista.
En la pequeña y mediana empresa se suele comete el error de confundir el
empresario, que es una función de trabajo, con el capitalista o dueño de la
empresa, que es una función de la propiedad, puesto que en esos casos la misma
persona realiza ambas funciones. También podemos señalar que en la época feudal
europea los representantes de la Iglesia Católica, que es una función del
trabajo, del trabajo espiritual para ser más preciso, eran al mismo tiempo el
sector de la clase feudal más importante y dominante. Así que este solapamiento
entre función de trabajo y función de propiedad se da en prácticamente todas
las épocas históricas y la confusión entre una y otra función podríamos afirmar
que es más generalizada que lo que la razón aconseja.
En la India dominada bajo el régimen de casta se
distinguían cinco clases sociales: primera,
la de los brahmanes, la clase
a través de la cual “lo divino” se produce y actúa; segunda, la de los chatriyas,
los guerreros, que representan la fortaleza y la valentía subjetivas, o siendo
materialistas, el aparato represor estatal; la tercera, los waisyas, dedicados a la producción de
los medios para satisfacer las necesidades y comprende la agricultura, la
industria y el comercio; la cuarta, los sudras,
que constituyen la clase de la servidumbre; y quinto, los parias, los despreciados. Había más castas, pero con las
mencionadas basta para nuestros fines teóricos.
El rasgo fundamental del régimen de casta es la
fijeza de las diferencias. Como dice Hegel: las diferencias quedan
petrificadas. Si tú naces como chatriyas,
serás chatriyas toda tu vida. Te casaras en el ámbito de esa casta y tus hijos
e hijas pertenecerán a esa casta. Las castas son clases enjauladas. Nada
de esto ocurre en las sociedades modernas. Justamente la mayoría de los
trabajadores buscan trabajo, donde sea y de lo que sea. Aquí no hay fijeza. Y
no sólo afecta la fijeza a la función de trabajo, también afecta a la función
de la propiedad. Todos estamos cansados de esas historias donde nos cuenta de
esas personas que han creado un imperio económico de “la nada”. Es decir,
puedes nacer pobre y hacerte inmensamente rico. Luego, el régimen capitalista
occidental no constituye un régimen de casta. Tampoco lo es en lo referido a
los dirigentes políticos: personas que sus padres no son políticos profesionales,
de un día para otro se hacen políticos profesionales; y a la inversa: personas
que son políticos profesionales dejan de serlo por voluntad propia o porque el
partido donde milita lo obliga a ello. Los dirigentes de Podemos son un vivo ejemplo de lo que afirmamos: no eran políticos
profesionales y ahora lo son. Así que en el ámbito de la política no existe
fijeza en la diferenciación o las diferencias no están petrificadas.
Otro rasgo fundamental del régimen de casta es que
no existe un derecho y una moral universal. Entre nosotros, y me refiero a
todas las personas que viven en el régimen burgués, hablamos de los derechos
del hombre, pero en el régimen de casta existe un derecho y una moral distinta
según la casta a la que se pertenece. La vida de los brahmanes, por ejemplo, es
sagrada, Los brahmanes no son responsables de sus crímenes y sus propiedades no
pueden ser embargadas. Nada de esto ocurre en el modo de producción capitalista
donde predomina el Estado de derecho. Todas las personas son iguales ante la
ley. La ley tiene validez universal. Así que bajo el punto de vista del derecho,
España no puede ser considerada un régimen de casta. Afirmar lo contrario es
emplear el concepto de casta con un uso distinto a lo que su esencia indica.
Igual que en política para alcanzar el poder no todo
está justificado, tampoco lo está en la teoría. El hecho de que haya muchas
personas que crean en Dios, no por ello se logra que Dios exista. De ahí que
ningún religioso en la actualidad se dedique a demostrar la existencia de Dios
y sí a demostrar que es necesario creer en un más allá para que la vida aquí
tenga sentido. Del mismo modo por el hecho de que muchas personas llamen casta
a la “élite” política, no por ello la élite política se convierte en una casta.
La teoría sirve para proporcionar luz a la práctica política y no para generar
confusión. Los conceptos no solo
necesitan de un detallado desarrollo de contenido sino también de unidad. Las
próximas elecciones municipales pondrán de manifiesto la necesidad que tiene Podemos
de dotarse de contenido y unidad conceptual. También de centralismo
democrático, que no es un rasgo leninista, sino un rasgo que caracteriza
obligatoriamente a todos los partidos políticos. No debe confundirse el
centralismo democrático con el fascismo que caracterizo al partido bolchevique
en tiempos de Stalin. Podemos ha
levantado la bandera de la democracia como la participación y el poder desde
abajo, pero esa democracia no será triunfante sin centralismo dirigente y sin
desarrollo y unidad conceptual.
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