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jueves, 29 de agosto de 2019

Una canción de tormenta


Hoy les transcribo otro poema de Robert Frost titulado Una canción de tormenta. Está dedicado a  Fabiola Romero, otra amiga de Natalia Ojeda, quien siente por ella una gran admiración. Aprecia su inteligencia, aunque como todo no le vino dada, sino que ha sido fruto de su esfuerzo, de su avidez de conocimiento y de su desarrollada conciencia social. Había pensado en principio dedicarle un poema también de Frost titulado El sonido de los árboles, una metáfora de las personas que pueden y se atreven a marcharse del lugar donde nacieron, ella tuvo que irse a Inglaterra donde lleva más de diez años. Sentirá añoranza por su tierra y por su gente, tendrá ganas de estar con sus amigas y reírse y quererlas,  pero también se le habrá fortalecido el carácter y se habrá enriquecido de la cultura de una  nación que puede que con el Brexit vuelva a ser tierra extranjera. Yo, como Natalia, también la admiro. Pero como todavía es joven, solo tiene 32 años, y su corazón estará todavía abierto al amor en su pureza sentimental, he seleccionado otro poema más acorde con su momento vital. Me gustaría que apreciara su valor estético y que sintonizara con su hermoso contenido. En los poemas de Robert Frost el contenido, entendido como experiencia de vida, domina por entero la forma lingüística en que se expresa.  Siempre aprendo e imito el estilo literario de todos los pensadores y literatos que estudio, así que en este sentido le digo a Fabiola: adéntrate en el profundo texto de Frost y por unos instantes sé el amor de sus palabras bajo los húmedos bosques. Ahí te dejo el poema.


Una canción de tormenta

Las nubes de la tormenta pasan veloces en jirones.
La carretera permanece desierta todo el día,
una miríada de níveas piedras de cuarzo se disipa,
y desaparecen las huellas de los cascos.
Las flores, demasiado mojadas para las abejas,
gastan su exuberancia en vano.
Ven sobre las colinas y más allá conmigo,
y sé mi amor bajo la lluvia.

Las aves tienen menos que decir a su favor
en la desgarrada desesperación del bosque
que los elfos durante esos innumerables años,
aunque no son allí precisamente escasos:
toda canción en el bosque está hecha pedazos
como una rosa silvestre quebradiza.
Ven, sé mi amor bajo los húmedos bosques, ven,
a donde las ramas llueven cuando sopla.

Ahí está el temporal para empujarnos
y convertir en rumores nuestro canto,
y las aguas someras alborotadas por el viento
del que hay que protegerse, arropándonos.
¿Qué importa si nos dirigimos al oeste
y no logramos llegar con los pies secos?
Tal que un broche silvestre, te mojará el pecho
una vara de oro refrescada por la lluvia.

Ah, nunca arrecia la tromba de los vientos del este,
pero parece que el mar hubiese retornado
a las antiguas tierras donde dejó las conchas
antes de la edad de los helechos;
y se parece a la época en la que, tras las dudas,
regresó nuestro amor a toda prisa.
Ah, adéntrate en la tormenta y la derrota
y sé mi amor bajo la lluvia.






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