“Cuando el mundo comenzó a existir, no había nombre alguno. Para quebrar, pues, la indestructible muralla de la no existencia, es preciso despertar a la nada”. Viaje al Oeste. Las aventuras del rey mono. Autor anónimo.
Al igual que los nombres fueron uno de los grandes saltos en el
nacimiento y evolución de la humanidad, de igual modo sigue desempeñando en la
actualidad una función decisiva en nuestra vida consciente. Necesitamos ponerle
nombres a las cosas y a las personas y a toda clase de entes, actos y
relaciones. Es una condición indispensable para poder comunicarnos con los
demás y que sepan de qué les estamos hablando. También es la principal fuerza
propulsora de la representación. De hecho, en toda nominación, en todo acto
nominativo, refiérase o lo que se refiera, siempre hay una componente de
representación. De ahí que entre nombre y objeto o situación objetiva nominada
nunca haya absoluta y completa coincidencia. Y en ocasiones, lo que le ocurría
a Alonso Quijano cuando estaba transfigurado en Don Quijote, no hay
correspondencia alguna entre la nominación y la situación objetiva nominada. En
este caso la representación suplanta por completo a la percepción. Pero eso nos
ocurre a todos, aunque no en esa medida tan exagerada. Nunca hay plena
coincidencia entre el ejemplo o modelo y nuestra nominación. Siempre hay un
componente de representación. (Recuerdo al lector que en la percepción el
objeto viene dado, mientras que en la representación el objeto lo pone el
sujeto. Así en el caso de Don Quijote percibía un molino de viento y se lo
representaba como un gigante, percibía una venta y se lo representaba como un
castillo. En el caso de Don Quijote el objeto representado era pura fantasía.
No siempre cuando alguien se representa una cosa que no corresponde con el ser
del objeto percibido debe ser necesariamente un objeto fantástico ni deber
haber disparidad absoluta con el objeto representado).
La representación en la ideología política
En el ámbito de la ideología política, por boca de los creadores
de opinión y los propios parlamentarios, se lleva a cabo multitud de actos
nominativos donde en ocasiones la representación suplanta casi por completo a
la percepción. Esto lo hace mucho Isabel Díaz Ayuso. La consecuencia es que los
seguidores del PP se hacen con una representación del mundo que no coincide con
el ser del mundo. No digo con ello que esto no ocurra también en ocasiones en
las filas de la izquierda reformista y de la izquierda radical. Es en parte la
magia del lenguaje y el engaño del lenguaje: crea la posibilidad de que nuestra
representación del mundo, siendo distinta al ser del mundo, se imponga como
ideología dominante entre una buena parte de la población. Pero ¿por qué puede
ocurrir esto? Porque en nuestra vida consciente solo podemos tener una
percepción inmediata de un número muy limitado de situaciones objetivas. Más
del setenta por ciento de nuestro conocimiento del mundo tiene carácter
mediato, esto es, lo obtenemos por medio de la televisión, internet y la prensa
escrita. De manera que nuestra percepción del mundo, en muy buena parte, está
mediada por el lenguaje y las imágenes televisivas y de todas clases de
dispositivos móviles. De ahí que yo me incline a denominar percepción mental a
toda percepción que no es inmediata. Y ahí está el secreto de por qué una
persona puede tener una percepción falsa del mundo: porque su percepción es
mental, porque su percepción depende de las imágenes y del lenguaje que nos
proporcionan los otros. En este caso la representación se impone sobre la
percepción y la suplanta. Y como lo que se afirma no es un disparate, puesto
que del hecho del que se habla, por ejemplo, de la corrupción económica, es
común, la representación falseadora circula con muchos grados de verosimilitud.
Resulta cómico que Díaz Ayuso se presente como defensora de la libertad y
señale a “los comunistas”, los militantes de Sumar y Podemos,
como la fuerza política que quiere privar a los españoles y españolas de su
libertad. Esto es posible porque por medio de los conceptos se puede suplantar
la percepción por medio de la representación. No otra cosa es en este caso
mentir: suplantar la percepción por la representación por medio de los
conceptos. Este es el mundo tan complejo en el que nos ha tocado vivir y por
eso se vuelve tan difícil luchar con éxito en el plano de la ideología.
(Recuerdo igualmente al lector, de acuerdo con la epistemología de Karl Marx, que
los conceptos también se pueden elaborar con representaciones. Y en ocasiones
las representaciones, como ocurrió con Einstein en la elaboración de la
relatividad espacial, pueden coincidir plenamente con las percepciones).
La representación en la ciencia
La representación es uno de las funciones principales de la
actividad psicológica superior. La cuestión es que con la representación en el
ámbito de la ciencia se intenta reflejar el ser del mundo y no camuflarlo. La
representación nos da a conocer situaciones objetivas que en ningún caso puede
darnos la percepción. La física cuántica no sería posible sin representación.
Así, por ejemplo, Wolfgang Smith, en su obra El enigma cuántico, distingue
el mundo corpóreo del mundo físico. El mundo corpóreo es el mundo del que
tenemos una percepción directa, mientras que el mundo físico es el mundo que
construyen los físicos mediante mediciones y conceptos. De ahí que el mundo
físico sea cognoscible no en el ámbito de la percepción, sino en el de la
representación. No en vano Wolfgang Smith define la percepción como “sensación
catalizadora de un acto inteligente”. En
El Capital de Karl Marx la representación también es una función
cognitiva decisiva para conceptualizar el mundo mercantil. Les pongo un
ejemplo. Para probar que el trabajo que constituye la sustancia de los valores
de las mercancías es trabajo humano igual, Marx se expresa en los siguientes
términos: “Toda la fuerza de trabajo de la sociedad que se representa en los
valores del mundo de las mercancías rige aquí como una sola y la misma fuerza
de trabajo humana, aunque conste de innumerables fuerzas de trabajo
individuales”. Es decir, bajo el punto de vista de la percepción, la fuerza de
trabajo de la sociedad consta de innumerables fuerzas de trabajo individuales
diferenciadas, mientras que bajo el punto de vista de la representación rige
como una sola y misma fuerza de trabajo. Hay que saber que la representación es
la fase intermedia entre percepción y concepto. La representación es la puerta
de salida de la percepción hacia el concepto, de la particularidad hacia la
universalidad. De manera que es una función cognitiva básica y decisiva en la
actividad nerviosa superior del ser humano.
La mediación de la percepción por los conceptos
La percepción, sobre todo en los adultos, está mediada por los
conceptos. Los conceptos, en este caso siguiendo a Mao Zedong, nos permiten captar las esencias, las conexiones internas y la visión de conjunto de las
cosas. Pero hay personas que son conceptualmente muy ricas y otras que no lo
son tanto. También sucede que todo concepto está compuesto de muchas
determinaciones, que mantiene interrelaciones con otros conceptos y que
experimenta transiciones hacia otros conceptos. Por lo tanto, en toda
nominación está presente no solo la percepción, sino también las
representaciones y los conceptos. Puede que una persona disponga de pocos
conceptos y de aquellos de los que dispone conozca una parte muy pequeña de sus
determinaciones. Si ese es el caso, en el acto de nominación hay poca o pobre
coincidencia entre el contenido significativo de la palabra que funciona como
nombre y el contenido del objeto o situación objetiva nominada. También ocurre
que el mundo cambia, esto es, cambian todos los entes en su naturaleza, en su
forma y en su posición. De manera que si no tenemos en cuenta los cambios que
se producen en el mundo, a la hora de nominar no reflejaremos los aspectos nuevos
del mundo, sino un mundo inexistente. En este caso, la representación suplanta
por completo a la percepción. Tal vez ahora podamos comprender mejor de lo que
nos advierte el autor de Viaje al Oeste: ¿Cómo superar la indestructible
muralla de la no existencia? Hablamos no de la
existencia en sí, sino de la existencia en relación con la conciencia. Hablamos
de si la conciencia, mediante sus actos de nominación, capta la existencia en
su ser y en su esencia. Podríamos afirmar de modo general que superamos la
indestructible muralla de la no existencia y despertamos o movilizamos a la
nada, cuando en nuestros actos de nominación los conceptos desempeñan el papel
estelar, en parte como conjunción de percepciones y representaciones, y en
parte, como medio para captar la esencia y las conexiones internas y obtener
una visión de conjunto de la parte del mundo en la que nuestra mente esté
ocupada.
Hablemos de los incrementos irracionales de los alquileres en
las grandes ciudades. Hablemos de una de las esencias principales de esta
existencia. Cuando los alquileres suben de forma imparable hasta límites
irracionales, esto implica que una gran parte del alquiler es renta del suelo.
De manera que una buena parte del alquiler que se paga no está reponiendo el
interés ni el capital invertido en la construcción de la vivienda, sino
sencillamente pagando a su propietario una renta por ser propietario. Esto es
un rasgo de feudalismo en el desarrollado capitalismo. Como la renta del suelo
no es más que un resultado social, un fruto histórico, un resultado de los
esfuerzos de muchas generaciones en la creación de la ciudad, un fruto de las
grandes obras de infraestructuras y servicios creadas por el Estado, dicha
renta del suelo debería ser requisada por completo por el Estado. Los mercados,
y esta experiencia es accesible al conocimiento de todo el mundo, deben ser
intervenidos. No solo la pandemia lo puso así de manifiesto, también lo hizo la
guerra en Ucrania, como lo pone igualmente de manifiesto la movilización de los
agricultores. En un mundo cada vez más globalizado, el Estado tiene que ser
cada vez más fuerte y debe intervenir con total determinación en el mercado. Y
no sucederá, circunstancia de la que nos advierten los idealistas neoliberales,
que perderemos la libertad, todo lo contrario, ganaremos la libertad, sobre
todo los más desposeídos. Desde Hegel sabemos que la garantía para que haya
libertad objetiva es el Estado, que no es más que la objetivación de la
sociedad en una entidad dotada de muchas funciones, que se asegura de ese modo
la defensa del interés común, del interés de la mayoría, frente a los intereses
limitados y mezquinos de las minorías. Por lo tanto, solo con el conocimiento
de esta esencia superaremos el indestructible mundo de la no existencia y
habremos despertado a la nada, a la parálisis mental, a la inacción.
Hablemos ahora del mismo problema, pero desde el ámbito de la
percepción. El incremento desproporcionado de los alquileres está expulsando de
las grandes ciudades a las personas con poco poder adquisitivo. Progresivamente
las grandes ciudades, en especial su centro, se convertirán en un lugar
habitado por personas con grandes y medianos ingresos. Se convertirán, aunque
no aparentemente, sí funcionalmente, en castillos. Nos retrotraerán a aspectos
propios del régimen feudal. Los grandes
fondos de inversión, que cada vez se apropian de más y más viviendas, es uno de
los principales causantes de este cambio económico social. Si deseamos que el mundo
sea más feliz y más libre, debería impedirse que los fondos de inversión
acumulen tanta masa monetaria. No deberían ostentar un poder económico superior
al producto interior bruto de la media de los países miembros de la Unión
Europa. Su libertad económica, al concentrar tanto poder de compra, expropia en
la práctica a la mayoría de la población de la tierra. Es el imperio arrasador de la propiedad
privada que prohíbe en los hechos el movimiento libre de las personas dentro
del territorio de la Unión Europea. También la falta de regulación e intervención
en el alquiler vacacional es otros de los causantes de este nuevo
feudalismo.
Despidámonos con un concepto revolucionario y esperanzador sobre
el futuro de las sociedades humanas de la mano de Karl Marx, contenido en su
obra magna El Capital: “Desde el punto de vista de una formación
económica superior de la sociedad, la propiedad privada de los individuos sobre
la tierra parecerá algo tan absurdo como la propiedad privada de una persona
sobre otra. Ni siquiera una sociedad entera, ni una nación, ni todas las
sociedades que coexistan al mismo tiempo, son propietarias de la tierra. Solo
son sus poseedores, sus usufructuarias, y como boni patres familias tienen
que dejársela mejoradas a las generaciones futuras”. Poderosas palabras llenas
de verdad. Hay que tener una visión de la evolución de la humanidad a lo largo
de muchos siglos. Hoy día nos parece absurdo la propiedad privada de una
persona sobre otras, circunstancia que parecía normal en la época esclavista,
pues del mismo modo desde la visión de una formación económica superior la
propiedad privada sobre la tierra debe parecer igualmente absurda. Algunos, tal
vez muchos, nos llamarán utópicos. Sin embargo, quienes nos llaman utópicos,
creen en Dios y en el reino de los cielos, un mundo donde no hay ricos ni
pobres y donde nadie es propietario privado de bien alguno. Luego, ¿por qué esas personas que creen en
ese mundo feliz del más allá no pueden concebir un mundo más feliz en el más
acá? Respuesta sencilla: porque en la práctica, aunque se proclamen cristianos
y defensores de la caridad y de la igualdad de todos los seres humanos ante
Dios, son personas éticamente malas, están más cerca de Lucifer que de Dios. Son
detestables impíos.
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