Cuando la luna cambiaba
de lugar la sombra del geranio, en la casa de tejados rotos de color ocre se
oyó un disparo. Antonio Sánchez yacía exánime en el suelo. Se encendieron
algunas luces en el vecindario. Ladraron algunos perros. A las pocas horas,
cuando ya estaba próximo el amanecer, llegó la policía. Lucinda Rodríguez salió
de la casa esposada y flanqueada por dos policías. Su cara no expresaba dolor
ni arrepentimiento. Había acabado con su eterno torturador. Se había liberado
del monstruo encarcelando su persona de por vida. Su vecino, Aureliano Méndez, buscó en vano su
mirada. Había estado enamorado de ella en secreto durante más de veinte años. Siguió
regando el geranio cada tres días. Murió de soledad y tristeza a los cinco
años. El geranio también murió. Solo quedó un pequeño tallo seco y retorcido.
Ya no pudo jamás la luna cambiar de lugar la sombra del rojizo geranio y
abandonó para siempre ese lugar. La maleza cubrió la casa derruida y las
tinieblas se apoderaron del lugar. Hoy es un espacio donde los niños al atardecer
juegan para asustarse con el fantasma de Lucinda Rodríguez.
(La expresión “Cuando la
luna cambiaba de lugar la sombra del geranio” es una pequeña variación de la
expresión contenida en Viaje al Oeste. Las aventuras del rey mono, y que
reza así: “la luna cambia de lugar la sombra de las flores de un jardín”).
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