Recientemente nos hemos visto asaltado por una serie de valoraciones, en parte éticas y en parte políticas, sobre Noam Chomsky. Los argumentos están fuertemente aquejados de particularismo: nos hablan de su patrimonio, que cobra mucho dinero por sus conferencias, y que el MIT, donde trabajó durante años, estaba financiado por el Pentágono. Y al lado de estas particularidades se podrían señalar un sinfín de particularidades más, sin que esto ayude en lo más mínimo a conceptualizar la realidad, que debe ser específicamente la tarea del filósofo.
¿Cómo ve la izquierda radical a Chomsky? Como un burgués que crítica al sistema capitalista, como un lingüista de fama mundial que ha tomado partido por los más desfavorecidos, y como un estadounidense que crítica con dureza el imperialismo de EEUU. Creo que aquí domina la visión conceptual de la persona de Chomsky. Y aquellas particularidades no restan en lo más mínimo valor a estos conceptos.
¿Qué de nuevo hay en decir que Chomsky pertenece a la burguesía y que vive en un sistema capitalista? Nada, absolutamente nada. ¿Qué valor tiene saber que el Departamento de Defensa estuvo financiando el Instituto donde investigaba Chomsky? Nada, absolutamente nada. ¿Qué valor tiene saber que el patrimonio de Chomsky asciende a 2 millones de pesetas? Nada que no sabíamos ya: que es un burgués. ¿Qué valor tiene decir que yo trabajo en una empresa capitalista y no tengo manera de vivir si no trabajo en una empresa capitalista? Nada, absolutamente nada.
Mal asunto si dejamos que nuestro pensamiento sea dominado por la contingencia y por el imperio de las particularidades. No tendremos un pensamiento ordenado ni esencial. Jamás estaremos centrados en lo sustancial. Andaremos siempre perdidos en las accidentalidades.
No se olviden, que siempre se olvidan, que Marx y Engels pertenecían a la burguesía.
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