Después de la crisis bancaria desatada en 2008 llegó
la recesión. Y con la recesión ha llegado el mayor de los males de las crisis capitalistas: el
paro. Y con el aumento del paro disminuyen las cotizaciones a la seguridad
social y la recaudación fiscal. El Estado se empobrece y tiene que endeudarse
con el capital privado. No obstante, la crisis no es crisis para todos de igual
modo. Hay personas que se siguen enriqueciendo en época de crisis. Los salarios
disminuyen, pero no el de los grandes ejecutivos. Hay empresas que cierran,
pero otras ven aumentados sus beneficios. Y a pesar de la crisis, o mejor,
gracias a la crisis, los capitalistas monetarios y todos los gestores de
ahorros y fondos de pensiones cobran más intereses por el dinero prestado que
en tiempo de bonanzas. Sigue habiendo mucho mercado y poco Estado. A nivel
global es donde este hecho más se pone de manifiesto. La contradicción entre el
interés común y el interés individual sigue dominando el mundo. Siguen siendo
siempre los pocos y sus intereses los que se imponen sobre los intereses de los
muchos. Pero los economistas reformistas, que son dentro las fuerzas progresistas
quienes disponen de las mejores tribunas y a quienes más respeto se les dispensa, se
quedan siempre cortos. Pero de eso hablaré en el último apartado de este
trabajo.
Deuda
El sistema capitalista genera injusticias económicas
grandes y pequeñas. Pero en relación con la crisis financiera todo el mundo
centra sus ojos críticos en los bancos. Son presentados como los culpables
principales de la crisis. Gestionaron
mal los ahorros de la sociedad. Dieron dinero a quienes no debieron. No
exigieron las garantías debidas. Pero si esto pasó, el problema no está solo en
los bancos sino en quienes lo permitieron. Se habla ahora de la
desregularización. Y de ahí se llega a los partidos conservadores y a su
política económica neoliberal. Se buscan culpables. Pero no se hallarán en el
modo en que sucede en el mundo judicial: después de declarar a alguien culpable
va a dar con sus huesos en la cárcel. Sencillamente serán señalados y a lo sumo
odiados y vilipendiados.
¿La deuda de los bancos es en verdad deuda de los
bancos? Sí y no. Los bancos deben dinero a los ahorradores y a lo
inversores. Pero las familias y las empresas
deben dinero a los bancos. El problema está en
que hay muchas familias y empresas que no pueden hacer frente a sus
créditos. Todo el mundo gastó más de lo que podía. Así que la culpa también
está en las familias y en las empresas. El sistema de crédito falsea la
demanda. Por medio del crédito las empresas y las familias se presentan en el
mercado con un poder de compra que no es el suyo propio sino el de los
ahorradores. Este falseamiento de la demanda hizo que los precios del suelo y
de las viviendas se dispararan. Se inflaron más de lo debido. Después la
burbuja inmobiliaria estalló y los precios del sector inmobiliario cayeron en
picado. Los nuevos dueños de las viviendas, los hipotecados, vieron como su
riqueza perdía valor de manera vertiginosa. Muchos ya no podían hacer frente a
la hipoteca. Los activos de los bancos, sobre todo la parte que tenía que ver
con el sector inmobiliario, también vieron disminuido su valor.
Ha llegado la recesión. Ha aumentado el paro y se ha
destruido capital. La morosidad está haciendo estrago. La deuda bancaria ha
tenido que ser rescatada. Gran parte de esta locura del gasto lo ha tenido que
pagar el Estado. Los funcionarios han perdido parte de sus sueldos y los
ciudadanos han perdido parte de las prestaciones sociales. La deuda privada se
ha transformado en deuda pública. Todos estamos pagando lo que se llevaron los
promotores, los constructores, los dueños del suelo y los comisionistas
bancarios durante el tiempo de la burbuja inmobiliaria. ¿En que consistiría
impartir justicia en este caso? En reclamar a todos estos sectores, a los
promotores, constructores, dueños del suelo y comisionistas, la devolución de
todo el dinero que ganaron de más. Además es este mismo dinero, o una parte de
él, el que aparece en el mercado
reclamando grandes intereses para prestárselo al Estado.
Desigualdad
He estado este último mes leyendo el libro de Paul
Krugman titulado “¡Acabad ya con esta crisis!”. También he leído con
detenimiento el artículo de Joseph Stiglitz titulado “El precio de la
desigualdad”. Los dos denuncian el siguiente hecho: “Durante la “recuperación”
de 2009 y 2010 el 1 % de los estadounidenses con mayores ingresos se quedó con
el 93 % del aumento de la renta”. La acumulación de riqueza en pocas manos ha
sido tan exagerada en los últimos veinte años que a intelectuales relativamente
honestos, como son los casos de Krugman y Stiglitz, no les cabe en la cabeza.
Es una irracionalidad. Es imposible justificar estos ingresos en función del
trabajo realizado. Y aceptan que la idea de un mercado eficiente y de actores
económicos racionales es una falsedad, una mentira, una ilusión. El mercado
capitalista es irracional. Genera enormes desigualdades. Pero no sólo en
tiempos de crisis, sino siempre. Pero siendo admirable “la valentía” de
Stiglitz y Krugman con la denuncia de estos hechos, se quedan cortos. Su
espíritu reformista les puede más que las urgencias de cambios profundos que
reclama la realidad. No se atreven nunca a cuestionar la propiedad privada. Y
la causa de esa posibilidad, el hecho de que un 1 % de los ciudadanos estadounidenses
puedan quedarse con el 93 % de las rentas generadas en el periodo 2009-2010, es
la propiedad privada sobre los medios para producir la riqueza, más especialmente
la propiedad privada sobre los recursos monetarios. Esta crisis con su fondo
manifiesto, una continua generación de desigualdades económicas extremas, no se
le pone freno sólo con políticas keynesianas, sino limitando seriamente el
campo de acción de la propiedad privada. Ni los bancos, ni los fondos de
inversión, ni las grandes corporaciones pueden estar en manos privadas. Son los
modernos tiranos. Son los que socaban la soberanía nacional. Son los que tienen
sometidos a los Estados. Son el mal. Quedarse a medias, quedarse en el reclamo
de las políticas keynesianas, es quedarse en el umbral de la justicia.
No quisiera despedirme sin transcribirles unas palabras
escritas por Engels y Marx en la Glosa
marginal crítica núm. II del
capítulo IV de La Sagrada Familia, y
que viene muy a cuento de lo que hablamos: “La economía política anterior
partía de la riqueza supuestamente engendrada para las naciones por el
movimiento de la propiedad privada, para
llegar a sus consideraciones apologéticas sobre este régimen de propiedad.
Proudhon parte del lado inverso, que la economía política encubre
sofísticamente, de la pobreza engendrada por el movimiento de la propiedad
privada, para llegar a sus consideraciones que niegan este tipo de propiedad”.
Esta radicalidad es la que les falta a Krugman y a Stiglitz. Llegan a las
puertas de la crítica de la propiedad privada, pero no se atreven a dar pasos
firmes en esa dirección. Denuncian que
el 1 % de los estadounidenses se hayan quedado con el 93 % de las rentas generadas
en el periodo 2009-2010, pero no lo vinculan con la propiedad privada. Creen
que la propiedad privada puede seguir persistiendo y las desigualdades pueden
ser resueltas. No ven oposición entre estos dos aspectos económicos. Creen que
son conciliables la pobreza y la propiedad privada sobre los medios de
producción. Son conscientes de la pobreza generada por esta crisis, pero no
llegan a la idea que hace 170 años ya había llegado Proudhon: que la pobreza, y
no sólo la riqueza, es generada por el movimiento de la propiedad privada. Y en
consecuencia con este resultado, la continua y sistemática generación de
pobreza, debería defenderse la negación de la propiedad privada. Pero a
Stiglitz y a Krugman les sucede lo que le sucedió a Keynes: vivía tan preocupado
porque los otros lo identificaran con el socialismo, que no dudó en ningún
momento de dejar bien claro que era una firme defensor de la propiedad privada.
Esta es la principal inconsecuencia del reformismo burgués: no querer reconocer
la necesidad del socialismo por la defensa ciega de la propiedad privada.
En primer lugar una pequeña matización a: …“todo el mundo gastó más de lo que podía. Así que la culpa también está en las familias y en las empresas”. Habría que disponer de estadísticas sobre cuánta gente “de abajo” (mayoría social) se empeñó desmesuradamente en lujos y cuánta se embarcó, por ejemplo, en la compra de una vivienda al amparo de créditos “baratos”(?) o de un coche, éste fundamentalmente como herramienta de trabajo (muchísimos autónomos lo necesitan, los polígonos industriales y logísticos suelen estar en lugares sólo accesibles con vehículo, etc.). De cualquier manera, es la publicidad del mundo capitalista la que estimula a la gente con imágenes de estabilidad y futuro. La mayoría “de a pie” quiere vivir mejor, tira para adelante como puede y normalmente desconoce la que se está preparando. Recuerdo que a mí me llamaban reiteradamente de una financiera y me escribían más de una carta los de la caja de ahorros ofreciéndome créditos personales “para lo que Vd. quiera, Sr. Salvador”. Todo por haber pagado religiosamente una cama a plazos y por cobrar una nómina. Es que si no aclaramos mejor estas cosas, la cantinela de que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” (¿quiénes?) nos la vamos a terminar de creer.
ResponderEliminarCon lo de la propiedad privada y con la propiedad en general hay que tentarse la ropa. Con la socialista, por ser “la buena”, más. Hay que precisar de qué estamos hablando. Hay que enumerar las distintas propiedades. Y concretar cuáles tendrían que ser socializadas y cuáles no. Y cómo lo hacemos para que los bienes comunes sean sentidos por las personas como suyos y no como “del Estado” y éste como “del Partido”. O sea, de otro 1%. Ha habido (y hay) experiencias y gordas.
Yo soy más partidario de hablar de procesos democratizantes en todos los ámbitos de la vida. Y el económico es un pilar central. Entiendo que a más democracia menos capitalismo y a más dictadura menos socialismo. O, mejor, que la democracia para serlo forzosamente tendrá que caminar hacia y mediante fórmulas socioeconómicas de pluralidades socialistas y, de la misma manera, el socialismo sólo lo será si mantiene y profundiza pluralidades democráticas en lo político, cultural e ideológico.
Bueno, el tema da para largo y seguro que estamos en línea. Como siempre muy interesantes tus artículos. Un saludo solidario. Agustín Salvador.