Uno de mis grandes esfuerzos teóricos va encaminado a demostrar que el saber filosófico es socialmente necesario, que puede ser muy útil para todas las formas de la práctica social, y que no puede pasar a un segundo y tercer plano de la cultura, tal y como sucede en el actual sistema educativo español. Para lograr ese propósito intento por todos los medios cumplir con un principio que aprendí de Marx: hay que traducir el lenguaje filosófico al lenguaje corriente. Escuchemos lo que dijo a este propósito el genial filósofo alemán: “Los filósofos no tendrían más que reducir su lenguaje al lenguaje corriente, del que aquél se abstrae, para darse cuenta y reconocer que ni los pensamientos ni el lenguaje forman por sí mismos un reino aparte, sino que son, sencillamente, expresiones de la vida real”. Debo evitar en consecuencia el pensamiento filosófico que se mueve en las nubes, en la libre especulación, en la vacía abstracción. Debo pensar que los problemas filosóficos afectan de modo crucial a los intereses y necesidades del mundo. No debo creer que la Filosofía constituya un mundo ajeno a la vida, de espaldas a la gente, desconectado de la realidad o con especiales dificultades para conectar con ella.
En cierta ocasión afirmé en este foro que el libro Fenomenología del Espíritu de Hegel era de muy difícil lectura, que si el lector no iba despacio y bien pertrechado técnicamente, le resultaría imposible entenderlo y permanecería en la más grande de las oscuridades. Sin embargo, otro miembro de Arje me dijo que a él le había resultado un libro muy fácil de leer. No creo que mienta, pero dudo que haya entendido con claridad aunque sólo sea el primer capítulo de esa obra, titulado la Certeza Sensible o el Esto y la Suposición. Yo parto de la base que pensadores como Hegel y Marx están a mucha altura y son muy complejos en sus pensamientos, aunque son extremadamente ricos. Y para entenderlos hay que situarse a esa altura y nivel de complejidad. Y para eso se necesitan muchas horas de riguroso trabajo. No puedo comprender como en la Bibliografía que se le recomienda a los estudiantes universitarios de Filosofía pueda aparecer al mismo tiempo obras tan complejas y extensas como El Capital y La ideología Alemana de Marx, La Lógica de Hegel, y un sinfín de extensas obras de otros autores más. Eso no lo entiendo. Con pedirle a un estudiante universitario que estudie durante un año un solo capítulo de las obras mencionadas, tiene más que de sobra. Creo que en todo esto falta humildad por parte los profesores de Filosofía.
Creo que es de rigor distinguir entre los grandes clásicos del pensamiento filosófico y científico y sus divulgadores o popularizadores. Muchas de estas popularizaciones no son más que vulgarizaciones. A eso ha quedado reducida la teoría fisiológica de Pavlov, por ejemplo, a una exagerada simplificación y vulgarización. De los grandes clásicos del pensamiento obtenemos dos cosas: una, un contenido de conocimiento muy rico y fundamentado, y dos, unas formas de pensar de alto nivel lógico. En la popularización esas dos ventajas se convierten en lo contrario: obtenemos, por una parte, un conocimiento muy pobre y poco fundamentado, y por otra parte, unas formas de pensar triviales y nada rigurosas. Este es el mal actual de la Filosofía: no se estudia directamente a los grandes clásicos del pensamiento filosófico y científico. Si se hiciera, la bibliografía adjuntada a las asignaturas de la carrera de Filosofía se reduciría más de un noventa por ciento.
En este apartado creo coincidir con lo dicho por Clara. A los estudiantes de Filosofía no se les enseña a pensar por sí mismo, aunque se diga lo contrario, lo único que saben es lo que dijo este autor, el otro y el de más allá sobre un determinado problema filosófico. De hecho se evalúa mucho si el estudiante sabe lo que dijo el último pensador de moda sobre dicho problema. Y no se evalúa para nada si el estudiante por sí mismo es capaz de plantear los problemas filosóficos, analizarlos y darles una solución. Y como éste no ha sido su aprendizaje, se muestra incapaz de descubrir en los fenómenos económicos, políticos, sociales y culturales problemas de naturaleza filosófica. Y así el saber filosófico se muestra como un saber extraño al saber social en general. De hecho, si les preguntáramos a los grandes líderes mundiales cuáles son los grandes filósofos que tienen como referentes, no sabrían qué decir o dirían sencillamente: ninguno. Los problemas filosóficos no son inventos caprichosos de los filósofos, como si fueran obra de un movimiento ideativo ajeno a la vida social, sino que existen en la propia vida social. Pero la ausencia de un saber filosófico fundamentado en los grandes clásicos del pensamiento filosófico y científico, hace imposible que los filósofos descubran los problemas filosóficos en la vida social. El escepticismo es bueno, pero en contadas dosis, nunca lo será si impide a los filósofos demostrar la utilidad social del saber filosófico.
En mi mensaje anterior planteé tres cuestiones: una, reconocer la complejidad del pensamiento de Hegel y de Marx, circunstancia que nos obliga a estudiar sus textos de forma muy detenida y detallada; dos, reconocer la necesidad de traducir el lenguaje filosófico al lenguaje corriente, para demostrar que el lenguaje filosófico es una expresión, aunque muy abstracta, de la vida; y tres, reconocer que el pensamiento de los grandes clásicos de la ciencia y de la filosofía son a menudo vulgarizados. Paso ahora a detallar esas tres cuestiones.
La cuestión de la complejidad. Me gusta leer a Bertrand Russell porque es muy claro y riguroso. No obstante, es pobre en distinciones. Por el contrario, Hegel y Marx son también claros y rigurosos, aunque introducen muchas distinciones en los fenómenos que analizan. Y al introducir muchas distinciones, las formas del pensamiento a emplear son muy complejas. Así que lo de la complejidad se refiere al número de distinciones que se establecen cuando se analizan los problemas del conocimiento o fenómenos en general.
La cuestión de la traducción del lenguaje filosófico al lenguaje corriente. En la Fenomenología del Espíritu dice Hegel lo siguiente: “El señor es la conciencia que es para sí, pero ya no simplemente el concepto de ella, sino una conciencia que es para sí, que es mediación consigo a través de otra conciencia, a saber: una conciencia a cuya esencia pertenece estar sintetizada con el ser independiente o la coseidad en general”. Paso ahora a traducir este lenguaje filosófico al lenguaje corriente para demostrar que es una expresión, aunque muy abstracta, de la vida. Que el señor es una conciencia para sí como mediación consigo a través de otra conciencia, tiene la siguiente traducción: el señor feudal es tal señor feudal por medio del siervo, al igual que el siervo sólo es siervo por medio del señor. Cada uno es para sí lo que es sólo por medio del otro. No hay señores feudales sin siervos, ni siervos sin señores feudales. Que la otra conciencia, esto es, el siervo, es una conciencia sintetizada con el ser independiente o la coseidad en general, tiene la siguiente traducción: el ser independiente o la coseidad en general es la tierra que el siervo ha de cultivar. Como el siervo está atado a la tierra y no puede abandonarla, Hegel dice que es una conciencia que está sintetizada con el ser independiente o la coseidad. De este modo demuestro que el lenguaje filosófico de Hegel, que es sin dudas el más abstracto que existe, es también una expresión de la vida, en concreto, de la vida de los señores feudales y sus siervos.
La cuestión de la vulgarización del pensamiento de los grandes clásicos del pensamiento científico y filosófico. Pasa por pensamiento marxista esta enorme vulgarización: la materia determina la conciencia, o primero es la materia y luego la conciencia, o la economía es independiente de la conciencia y de la voluntad. En El Capital de Karl Marx podemos leer lo siguiente: “Lo que distingue al peor arquitecto de la mejor abeja es que ha construido la celdilla en su cerebro antes de construirla en cera. Al final del proceso de trabajo se obtiene un resultado que existía ya al comienzo del mismo en la imaginación del obrero en forma ideal”. Como se observará, de acuerdo con estas ideas de Marx, la conciencia es anterior a la realidad, primero se construyen las cosas en la cabeza y luego en la realidad, y por consiguiente, la conciencia y la voluntad determinan la realidad. Esto es un sencillo ejemplo que demuestra que en verdad hay una enorme vulgarización, una exagerada fosilización, de las ideas de los grandes clásicos del pensamiento científico y filosófico.
Dices en tu mensaje que yo aparento responder a las contradicciones que había en mi primer mensaje, pero en realidad lo que hago es dar la callada por respuesta. La contradicción, estimado Antonio, no está entre lo que a tu juicio yo aparento hacer y lo que en realidad hago, sino en que no vemos los problemas filosóficos del mismo modo, y en consecuencia, nuestras repuestas son distintas. Tú ves unas contradicciones en mi primer mensaje que yo no veo. También hay una diferencia entre las respuestas que tú esperas que dé y las respuestas que yo considere que debo dar. Así, por ejemplo, yo hablaba de tres cuestiones: la complejidad del pensamiento filosófico de Marx y de Hegel, la vulgarización del pensamiento de los grandes clásicos de la filosofía y de la ciencia, y la traducción del lenguaje filosófico al lenguaje corriente. Tú sólo te has centrado en la tercera cuestión. Y a este respecto dices lo siguiente: “reducir el lenguaje filosófico al lenguaje de la calle es una forma de reduccionismo (cuando no una mala conciencia filosófica, como pidiendo perdón por lo ininteligible que en apariencia somos)”.
Creo, apreciado amigo, que transitamos territorios distintos, escogemos flechas distintas y apuntamos a blancos distintos. Donde yo digo traducir, tú dices reducir; y donde yo digo lenguaje corriente, tú dices lenguaje de la calle. Y no es lo mismo reducir que traducir, como igualmente no es lo mismo lenguaje de la calle que lenguaje corriente. El que reduce transforma lo que tiene muchas partes en pocas partes, mientras que el que traduce no empobrece la riqueza del texto traducido o no tiene por qué hacerlo. Lo que yo planteaba, siguiendo a Marx, era la necesidad de traducir el lenguaje filosófico al lenguaje corriente. ¿Con qué fin? Con el fin de demostrar que el lenguaje filosófico es una expresión, al igual que el lenguaje corriente, de la vida. Y esto fue lo que hice en mi segundo mensaje: transcribí un determinado texto de Hegel, “el señor es la conciencia que es para sí por medio de otra conciencia que está sintetizada con la coseidad”, y lo traduje en estos términos: el señor feudal es señor feudal por medio del siervo que vive atado a la tierra. De este modo demostré que el lenguaje filosófico de Hegel, que es el más abstracto que existe, es expresión de la vida del señor y del siervo. Esta traducción no significa en ningún momento reducción, como tampoco significa acabar con el lenguaje abstracto de Hegel para sustituirlo por el lenguaje de la calle. Lenguaje corriente y lenguaje de la calle no son para mí conceptos idénticos. Repito, no trato de acabar con el lenguaje filosófico, sino demostrar que es una expresión de la vida.
Insisto en la idea de que no apuntamos al mismo blanco y que, en consecuencia, escogemos flechas proposicionales distintas. En la Ideología alemana dice Marx lo siguiente: “Allí, en Hegel, la realidad debe corresponder totalmente al pensamiento y ningún concepto debe carecer de realidad”. Según Marx lo que se debe decir es lo contrario: “la representación usual de la realidad debe cobrar por entero su expresión filosófica”. En esto estoy con Marx, en definir cuál es la tarea del filósofo: darle expresión filosófica a la vida, en toda su complejidad y riqueza. No estoy en contra del lenguaje filosófico, sino a favor de que sirva para expresar las representaciones usuales de la realidad. Se trata de luchar contra aquellos que consideran que el lenguaje filosófico constituye un reino independiente, al margen de la vida. Y en las ansias por ganar esa lucha me empeño en traducir el lenguaje filosófico al lenguaje corriente. No hay en mi actitud ninguna mala conciencia con respecto al lenguaje filosófico, puesto que lo conservo y me alimento constantemente de él, sólo lo traduzco, lo vuelvo sensible, visible, terrenal. Y esta actitud no es la de un idealista, sino la de un férreo materialista.
El lenguaje corriente, el lenguaje del pueblo, el lenguaje que empleamos en el hogar, en el trabajo, en el supermercado y en el resto de las formas de la práctica social, es muy rico, tiene mucho color y hermosas sintaxis. De manera que la traducción del lenguaje filosófico al lenguaje corriente no supone o no debe suponer ninguna clase de reducción ni de empobrecimiento. Todo lo contrario: puede suponer un enorme enriquecimiento. Tampoco supone la negación del lenguaje filosófico. Puesto que en el lenguaje corriente encontramos la mayor parte de las categorías específicamente filosóficas, al igual que en el seno de la vida corriente encontramos los problemas filosóficos que nosotros, los filósofos, transformamos en un saber teórico específico. Las contradicciones entre lo que una persona parece ser y lo que en esencia es, entre lo que dice y lo que hace, entre el mundo exterior y su mundo interior, que son problemas específicamente filosóficos, son primeramente y originariamente problemas de la vida corriente. El lenguaje filosófico ha brotado del lenguaje corriente, y de continuo tiene que retornar a él, si quiere permanecer vivo y con vocación de servir a la práctica.
26 de enero de 2004.
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