Uno de los grandes errores teóricos del marxismo actual estriba en presentar la ideología como causa de que la gente tenga una concepción invertida del mundo. Se presentan las cosas como si en la realidad hubiera un determinado orden que la ideología dominante se encarga de invertir y de ocultar. Pero quien haya leído detenidamente a Marx sabrá que eso no es así, sino del siguiente modo: la concepción invertida del mundo es fruto y reflejo de un mundo invertido. Es en la práctica social donde se produce la inversión, y lo único que hace la ideología es reflejarla o expresarla. Pongamos un ejemplo sencillo que aclare esta tesis que defiendo. Sobre una mesa ponemos una manzana con un cuchillo y enfrente situamos un espejo. Supongamos ahora que una persona X empuñando el cuchillo con su mano derecha corta la manzana. Si miramos el espejo veremos lo contrario: la persona X empuñando el cuchillo con su mano izquierda corta la manzana. Lo que fuera del espejo se presenta como obra de la mano derecha, en el espejo aparece como obra de la mano izquierda. Vemos, por tanto, que en las relaciones físicas entre los objetos se invierten las propiedades sin que intervenga ideología alguna.
Pero si en unas relaciones tan simples como son las físicas se producen las inversiones de propiedades, no hay nada de metafísico en la idea de que en las relaciones mercantiles se produzcan igualmente inversiones, tal y como demuestra Marx en El Capital. ¿En qué estriba la diferencia entre esas dos clases de inversiones? En que la inversión en los fenómenos físicos puede observarse y descubrirse por medio de los sentidos, mientras que las inversiones en los fenómenos mercantiles permanecen ocultas a los sentidos. De ahí la importancia de la fuerza de abstracción y de la fenomenología para investigar los fenómenos económicos y sus fondos ocultos. Para los marxistas, usando como modelo analógico el caso del espejo, se trata de lo siguiente: en esencia es la mano derecha, esto es, el trabajo, quien crea el valor, pero en apariencia, en la superficie de la sociedad burguesa, es la mano izquierda, esto es, el capital, quien crea el valor. Y de lo que teóricamente se trata es de desvelar la esencia y poner de manifiesto el carácter inversor de la apariencia. Este es uno de los objetivos básicos que lleva a cabo Marx en El Capital, quien en su investigación sobre las rentas y sus fuentes hace la siguiente puntualización: “Toda ciencia sería superflua si la forma de manifestarse y la esencia coincidiesen directamente”.
¿Cuál es la potencia principal que invierte y oculta las propiedades en las relaciones económicas? El dinero. No es que el capitalista intente engañarnos con su ideología haciendo ver que su beneficio es obra de su capital en vez del trabajo, sino que son en las propias relaciones económicas tales y como se manifiestan en la superficie de la sociedad burguesa, en la competencia y en la conciencia habitual de los agentes de producción donde se presentan las cosas así. El trabajador no sólo es el engañado, sino también el capitalista. La diferencia estriba en que el trabajador tiene muchísimo interés en salir del engaño, mientras que al capitalista le interesa permanecer en él. Para analizar el fondo oculto y las inversiones que se producen en las relaciones económicas, tal y como indicamos antes por medio de la cita de Marx, es necesario establecer la distinción entre fenómeno o forma de manifestación y esencia.
Bajo el punto de vista de la esencia es el trabajador quien crea el nuevo valor, esto es, el salario y la plusvalía. Pero en las relaciones prácticas, a las que se enfrenta el ávido capitalista, el concepto de plusvalía no es necesario ni se hace presente, sólo se hace presente y necesaria la ganancia. Para el capitalista las cosas se presentan así: invierte una suma de dinero en forma de capital, produce una determinada mercancía y con su venta obtiene una ganancia. La diferencia entre el precio de venta y el precio de coste constituye la ganancia. Así la ganancia se presenta brotando de todo el capital invertido y no sólo del capital invertido en salarios. Escuchemos a este propósito a Marx en su investigación sobre el precio de coste y la ganancia: “El coste capitalista de la mercancía se mide por el gasto del capital, y el coste real de la mercancía por el gasto de trabajo”. Lo que le cuesta al capitalista la mercancía es la suma de dinero invertida en fuerza de trabajo y en medios de trabajo, esto es, en capital variable y en capital constante. La plusvalía (o ganancia) no le cuesta nada, puesto que le cuesta al obrero trabajo no retribuido. Que el capital constante sea trabajo pasado y el capital variable trabajo vivo es algo que al capitalista no le preocupa ni le interesa. Como tampoco le interesa averiguar cómo se produce el cambio de valor que experimenta el capital. Sin embargo, al trabajador sí le interesa tanto lo primero como lo segundo. Escuchemos de nuevo a Marx en la misma investigación: “La individuación de esta parte del valor (la del precio de coste) se impone de un modo práctico y continuo en la producción real de la mercancía, puesto que mediante el proceso de circulación vuelve a revertir siempre de su forma mercantil a la forma de capital productivo, esto es, el precio de coste de la mercancía tiene que recomprar constantemente los elementos de producción consumidos para producirla”.
La ganancia debe considerarse como una forma fenoménica o modo de expresión de la plusvalía, donde ésta se mide en relación con el capital total invertido y no en relación con la parte del capital que lo crea, esto es, el capital variable. El concepto de ganancia brota de las exigencias prácticas en las que se ve inmerso el capitalista, y en ese ámbito no surge la necesidad de pensar que existe la plusvalía y que la ganancia sea una forma particular de manifestarse. De ahí que no se trate de oponer el concepto de plusvalía, como si fuera el concepto propiamente marxista, al concepto de ganancia, como si éste fuera el concepto específicamente capitalista. Ganancia y plusvalía en términos absolutos son lo mismo, una determinada cantidad del valor creado por los trabajadores que excede el precio de coste, mientras que en términos relativos son distintos, son dos formas de medir el plusvalor, llamándose plusvalía cuando se mide en relación con el capital variable, y ganancia cuando se hace en relación con el capital total desembolsado. Son las propias relaciones prácticas, tales y como se manifiestan en la superficie de la sociedad, las que imponen el concepto de ganancia y hacen superfluo el concepto de plusvalía. Esta inversión, que el capital total aparezca como el creador del valor en lugar de la fuerza de trabajo, se produce en el mundo real. Y los conceptos dominantes reflejan esta inversión. La lucha ideológica que los marxistas debemos emprender contra el capitalismo debería centrarse en demostrar que vivimos en un mundo invertido, que la renta del suelo, el beneficio y el interés son creados por el trabajo y no por el capital. Para mí esta es una de las grandes luchas teóricas que deberían librar los marxistas contra las actuales concepciones económicas dominantes y en defensa de los intereses de los trabajadores.
7 de julio de 2004.
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