Para analizar con rigor la sociedad burguesa es necesario distinguir su superficie de su fondo, su apariencia de su esencia. Esta necesidad está determinada porque lo que sucede en la superficie es distinto de lo que sucede en el fondo, porque lo que se ve en la apariencia es distinto de lo que se ve en la esencia.
Todos conocemos el dicho popular “no te fíes de las apariencias”. Hay personas que parecen buenas y en esencia son malas, y al revés, hay personas que parecen malas y en esencia son buenas. Y si en la vida personal es necesario distinguir la apariencia de la esencia, más necesario lo será aún en la vida social.
En la superficie de la sociedad burguesa el salario aparece como precio del trabajo, como una determinada cantidad de dinero que se paga por una determinada cantidad de trabajo. Por ejemplo, por un trabajo de 8 horas se pagan 8000 pesetas. Dicho a la inversa: las 8000 pesetas es el precio de un trabajo de 8 horas. Como el precio de una mercancía es su valor expresado en dinero, el precio del trabajo es el valor del trabajo expresado en dinero. En la lección de hoy demostraremos cómo las expresiones “precio del trabajo” y “valor del trabajo” son expresiones imaginarias. Veamos un ejemplo analógico para que quede claro el fin de nuestra demostración. Supongamos que una persona sea propietaria de una parcela que nunca haya sido trabajada. Como no ha sido trabajada, como no hay objetivada en ella trabajo, en esencia la parcela carece de valor. Sin embargo, en el mercado aparece con un determinado valor y su propietario puede venderla a un determinado precio. Por lo tanto, la expresión “valor de la tierra” es una expresión imaginaria, porque en apariencia, en el mercado, tiene un valor, y en esencia, en la producción, carece de valor.
Volvamos al hecho económico que nos ocupa, que el salario aparezca como precio del trabajo. ¿Cuál es el valor de una mercancía? El trabajo objetivado en ella. ¿Y cómo medimos la magnitud de su valor? Por la cantidad de trabajo contenida en ella. Pues bien, ¿cuál es el valor de un trabajo de ocho horas? O lo que es lo mismo: ¿cuál es el valor de una jornada laboral de ocho horas? Las ocho horas contenidas en la jornada laboral de ocho horas, lo cual es una insulsa tautología. Como vemos, en principio, hablar del precio del trabajo no tiene sentido.
Por lo demás, el trabajo puede existir bajo dos formas: como trabajo objetivado, en forma de mercancía, y como trabajo fluido, en forma de dinamismo del trabajador durante el proceso de trabajo. Si el obrero vendiera trabajo objetivado, vendería una mercancía y no trabajo. Después de la transacción se llevaría dinero a su casa y no iría a la empresa del capitalista a trabajar. Y si vendiera trabajo fluido, no tendría sentido, pues tendríamos que suponer que se intercambia trabajo objetivado, el dinero que tiene en sus manos el capitalista, por trabajo fluido, el trabajo que realiza el trabajador en la empresa del capitalista. Tendríamos que suponer que el intercambio se realiza, no en el mercado, sino una parte en el mercado y la otra en la producción, lo cual es un evidente disparate.
Como la expresión “precio del trabajo” la tienen metida los capitalistas y los trabajadores hasta la mismísima médula, será necesario seguir reflexionando sobre la irracionalidad de la misma. Supongamos que una jornada laboral de ocho horas se representa en un valor monetario de ocho mil pesetas. Entonces, o se intercambian equivalentes, y el obrero recibe ocho mil pesetas por el trabajo de ocho horas. Con lo que el precio de su trabajo sería igual al producto de valor, al valor producido durante las ocho horas. En tal caso el obrero no produciría ninguna plusvalía para el capitalista, las ocho mil pesetas no se convertirían en capital. O bien recibe menos de ocho mil pesetas por las ocho horas de trabajo. Supongamos que recibe cuatro mil pesetas, un valor monetario en el que se representa 4 horas de trabajo. En tal caso tendríamos que cuatro horas de trabajo se cambian por ocho horas de trabajo. Esta equiparación de magnitudes desiguales, que 4 horas = 8 horas, no sólo elimina la determinación de valor. Semejante contradicción que se elimina por sí misma no puede pronunciarse ni formularse como ley. Por lo tanto, comprobamos por tercera vez que las expresiones “valor del trabajo” y “precio del trabajo” son expresiones imaginarias e irracionales.
Pero dejemos de lado tanta crítica y vayamos al mercado para ver que sucede allí: en una lado está el capitalista y enfrente está el obrero. Quien se enfrenta al capitalista no es el trabajo, sino el obrero mismo. Y lo que éste vende es su fuerza de trabajo, su capacidad de trabajo, pero no trabajo. En cuanto su trabajo comienza, desde que está en la empresa del capitalista trabajando, cesa ya de pertenecerle, y, por lo tanto, ya no puede venderlo. El trabajo es la sustancia y la medida inmanente de los valores, pero él mismo carece de valor.
La expresión “valor del trabajo” es una expresión irracional como lo es la expresión “valor de la tierra”. Esta expresión imaginaria proviene, no obstante, de las propias relaciones de producción, no de las maquinaciones del capitalista que pretende engañar a los obreros. La expresión “valor del trabajo” es una forma fenoménica de la esencia “valor de la fuerza de trabajo”.
Tenemos que el salario, el valor del trabajo, es la forma fenoménica, el modo de expresión, del valor de la fuerza de trabajo. Veamos entonces cómo se representa el valor de la fuerza de trabajo en su forma de salario. Supongamos que la jornada habitual del trabajo asciende a 8 horas, y que el valor diario de la fuerza de trabajo es de 4000 pesetas, un valor monetario en el que se representa 4 horas de trabajo. Si el obrero recibe 4000 pesetas, recibirá el valor de su fuerza de trabajo puesta en funcionamiento durante ocho horas. Ahora bien, si el valor de la fuerza de trabajo lo expresáramos como el valor del trabajo, resultaría la fórmula: el trabajo de ocho horas tiene un valor de 4000 pesetas. Pero como en el valor de las cuatro mil pesetas hay representada 4 horas de trabajo, se tiene el resultado, a primera vista absurdo, de que un trabajo que crea un valor de 6000 pesetas posee un valor de 3000 pesetas.
Vemos, además, que en el valor de 3000 pesetas, en el que está representado sólo las cuatro horas de trabajo retribuido, aparece como el valor de una jornada laboral de ocho horas, en las que hay incluida cuatro horas de trabajo no retribuido. Así, pues, la forma del salario borra toda huella de la división de la jornada laboral en trabajo necesario y plustrabajo, en trabajo retribuido y en trabajo no retribuido. En la sociedad capitalista todo el trabajo del obrero aparece como trabajo retribuido.
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