“Responsabilidad: Las miserias del mundo están ahí, y sólo hay dos modos de reaccionar ante ellas: o entender que uno no tiene la culpa y por tanto encogerse de hombros y decir que no está en sus manos remediarlo –y esto es cierto -, o bien asumir que, aún cuando no está en nuestras manos resolverlo, hay que comportarnos como si así lo fuera”. La Jornada, México, 3 de diciembre de 1998.
En la política de alianza de los partidos comunistas siempre se les ha prestado especial atención a los intelectuales, constituyen una fuerza social sin cuya participación es imposible lograr una transformación revolucionaria del mundo. Esta importancia es aún mayor en el caso de José Saramago, puesto que se reconocía como comunista y era un firme defensor de los intereses de los más desfavorecidos.
¿Por qué es importante que los partidos de la izquierda radical se ganen la confianza de los intelectuales? Por dos razones fundamentales: por sus conocimientos y por su gran influencia de masas. Ya quisiéramos los marxistas tener aunque sólo sea el cinco por ciento de la influencia de masas de Saramago y estar dotados de su sensibilidad artística en nuestra comunicación con el mundo. Son muchas cosas las que los marxistas debemos aprender de los demás y son muchas cosas las que necesitamos de los demás. Hay que abandonar la autosuficiencia con la que muchos arrogantes marxistas se siguen comportando.
Dividamos la cita de Saramago en partes y definamos nuestra posición respecto de cada una de ellas. Primera: “Las miserias del mundo están ahí”. Aquí hay que valorar sobre todo el punto de partida. Mucha gente sólo presta atención a la riqueza, viven embelesados y admirados de las grandes fortunas, y suele ser preferentemente su punto de partida en su percepción y concepción del mundo. Saramago no, Saramago tomó como punto de partida de su percepción del mundo lo contrario de la riqueza: la miseria. Ojalá la mayoría de los intelectuales del mundo seleccionaran la miseria como punto de partida en su representación del mundo en vez de la riqueza. Si fuera así, los discursos sobre la urgente y necesaria transformación revolucionaria del mundo serían dominantes, y la gente no viviría tan enajenada ni sería tan complaciente con el capitalismo.
Segunda: “y solo hay dos modos de reaccionar ante ellas: o entender que uno no tiene la culpa y por tanto encogerse de hombros y decir que no está en sus manos remediarlo –y esto es cierto”. Aquí creo que se equivocó Saramago: en primer lugar, todos, especialmente quienes vivimos en los países más desarrollados, somos culpables de lo que hacen nuestros Estados en el extranjero, y somos culpables de la generación de miserias practicada por nuestras clases dominantes a lo largo de todo el ancho mundo. Y en segundo lugar: sí podemos hacer algo por remediar las miserias del mundo: conquistando el poder del Estado, pues solo con la conquista del poder del Estado puede ser transformado el mundo. El hecho de que se piense en remediar las miserias del mundo sin atender a la necesidad de hacerse con el poder del Estado, engendra inevitablemente las soluciones utópicas.
Y tercera: “o bien asumir que, aún cuando no esté en nuestras manos resolverlos, hay que comportarnos como si así lo fuera”. El pensamiento de que no está en nuestras manos resolver la miseria, corresponde a aquellas personas que piensan sólo como miembros de la sociedad civil y no como políticos, esto es, como personas que luchan por la conquista del poder del Estado. Y el pensamiento de que hay que comportarse como si dependiera de nosotros remediar la miseria aunque en realidad no está en nuestras manos poder hacerlo, corresponde a una persona que de forma ineluctable sólo le queda contentarse con las utopías y los actos simbólicos, puesto que con respecto a la realidad se siente impotente. Y no comprende que esa impotencia sólo se deriva de que carece de poder político.
Al margen de mi posición crítica con respecto a una parte del fragmento de la cita de Saramago, la izquierda transformadora debe lamentarse de la pérdida de uno de sus más insignes referentes. Su ética humanista, su compromiso con los más desfavorecidos y su manifiesto antiimperialismo nos obliga a mentarlo y recordarlo como un revolucionario ejemplar.
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