La verdad no existe. No es sustantivo ni sujeto. Lo que existe es la verdad de una teoría, de un pensamiento, de un decir. Pero el que una teoría sea verdadera o falsa no es un problema teórico, sino práctico. Es a la práctica, a la experiencia, a la que le corresponde dictaminar si nuestras apreciaciones sobre las posibilidades de la realidad son verdaderas o falsas. A la Lógica Formal no le interesa saber si una afirmación es verdadera o falsa, sólo le interesa saber que puede ser verdadera o falsa. En la lógica Formal una afirmación es verdadera o es falsa, no hay punto intermedio. Pero la experiencia de la vida nos enseña que cualquier teoría o pensamiento tiene componentes falsos y verdaderos, que entre lo verdadero y lo falso hay transiciones. ¿Hay alguna teoría que sea enteramente verdadera o enteramente falsa? Pues no, en toda teoría hay afirmaciones que son verdaderas y afirmaciones que son falsas. Por lo tanto, más que hablar de la verdad de una teoría, hablaremos de su grado de verdad. Una teoría estará más cerca o más lejos de la realidad, será más rica o más pobre en las esencias y detalles expuestos, será más profunda o más superficial, estará cargada de más razones que intuiciones o a la inversa, y así un sinfín de aspectos.
El hombre conoce el mundo, sus relaciones con los objetos externos y sus relaciones con otros hombres, por medio de los sentidos y por medio de la razón. Pero la razón se hace objetiva por medio del lenguaje, y el conocimiento sensible está mediado por el lenguaje. Por lo tanto, si es de gnoseología de lo que estamos hablando, de la ciencia filosófica del conocimiento, debemos definir previamente nuestra posición filosófica sobre esos tres mecanismos del conocimiento humano: los sentidos, la razón y el lenguaje. Y con respecto a los rendimientos de estos tres mecanismos se pueden adoptar dos posiciones clásicas: o son medios que permiten al hombre estar conectado con la realidad externa o son medios que lo separan de ella. Las distintas escuelas filosóficas expresarán su posición con mayores o menores artificios categoriales, con mayores o menores cambios de nominación, pero la actitud básica es la misma: ¿los tres mecanismos mencionados sirven para unir o para separar el hombre del mundo?
Si Kant afirma que el espacio y el tiempo son formas de la subjetividad, está afirmando que el mundo que vemos y oímos es fruto de nuestros ojos y oídos. Así que nuestros ojos y oídos no captan al mundo tal cual es, sino el mundo fenoménico, una obra de nuestra percepción. Y más allá de nuestra percepción, detrás de sus muros, se encuentra la cosa en sí, una cosa libre de las relaciones con nosotros, en un mundo insondable e inexpugnable. Esta cualidad de los filósofos era lo que más admiraba e impresionaba a Borges: la capacidad de fantasear de los filósofos es superior a la de los escritores. Lo que se imagina un filósofo, y además con concienzudas razones, no es capaz de imaginárselo el mejor escritor. Tal vez esta cualidad de algunos filósofos, la de convertir las relaciones del hombre con el mundo exterior en un hecho misterioso y enigmático, sea lo que más atraiga a los artistas, como tal vez le ocurra a Rafa. Resulta además que la transformación del mundo profano y corriente en un mundo misterioso y enigmático, obliga a los filósofos a darles a muchos de sus conceptos y afirmaciones las formas de la metáfora y la del símbolo. Y esto, la presencia de metáforas y de símbolos en el discurso filosófico, entusiasma aún más a los artistas. Y el sabio Nietzche, especialista inigualable en psicología moral, vio en esas metáforas y símbolos los instintos de conocimiento de los filósofos.
27 de septiembre de 2003.
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